Al Amanecer

Parte 2

Estornudó. La tierra húmeda y el viento marino nocturno le habían empezando a afectar. Extrañó la calidez dentro de la torre real, en especial la de sus aposentos. Una parte de él se arrepintía de haber seguido a Dorean en su locura. Ahora los dos estaban en peligro. Sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad, no dejaban de mirar hacia lo profundo del bosque. Cuando era pequeño, su nana le había contado que en aquellas tierras habitaban bestias fieras del inframundo. Seres que se alimentaban de cualquier tipo de ser vivo. Cada que escuchaba el susurro del viento en el bosque se estremecía. Temía que en algún momento algo saliera de entre los árboles y lo atacara.

Se preguntaba constantemente si Dorean estaba bien. No había visto bien su rostro por la oscuridad, pero en su voz había notado resignación. ¡No! No quería pensar en eso. Estaba seguro de que él estaba bien y de que volvería tal como lo había prometido. Él no era alguien que fallara a sus promesas, por eso confiaba en el casi ciegamente.

Efraín recordó el momento en el que Dorean se arrodilló ante él. Su piel bronceada, su cabello corto negro y sus ojos marrones. No respondió de inmediato... No porque estaba inseguro de la respuesta, sino porque apenas podía creerlo. Durante años había recibido miles de propuestas, pero en ese momento supo que la única que esperaba era la de su verdadero amante. No había podido evitar llorar. Se imaginó cómo sería pasar toda una vida con él en alguna ciudad del otro lado del mar.

Entonces escuchó algo en el bosque. Primero, un susurro. Después, un canto. Se le erizó la piel. La voz era dulce y muy aguda. Parecía la de una niña. Reconoció la tonada, era una canción popular del reino. De pronto, vio una extraña luminiscencia celeste entre los árboles. Había una luz en el bosque y se dirigía hacia él. Apartó la mirada y se encogió en posición fetal temblando. Tenía mucho miedo. Cerró los ojos y empezó a rezar en susurros.

—¿Quién eres? —Se sobresaltó al escucharla.

Efraín abrió los ojos aterrados. Sin embargo, allí donde esperaba encontrar una monstruosidad indescriptible, tan solo vio a una niña de alrededor de unos 8 o 10 años con un vestido blanco.

—Soy el príncipe Efraín —contestó en cuanto se calmó.

—Un príncipe... —murmuró la pequeña—. No reconozco tu nombre. Sé de memoria los nombres de los príncipes y princesas, pero no eres ninguno. —Sus palabras lo confundieron, pensó que podía ser una niña extraviada de otro reino. —Bueno, no importa. Yo me llamo Alicia. Soy de la Comuna Azul, el distrito que está cerca del puerto.

Efraín se quedó muy confundido. Conocía el nombre, era un barrio comercial bastante conocido en la ciudad del puerto. Pero entonces, ¿por qué aquella niña no lo reconocía?

—Talvez deberías aprenderte mejor los nombres de la realeza, Alicia. —expresó sonriente mientras se ponía de pie.

—¡Por su puesto que sé los sé! —exclamó molesta—, y no solo los de ellos, sino también la de sus antepasados.

—¿Y cuáles son? —preguntó.

Esperó su respuesta impaciente por corregirla. Sin embargo, empezó a recitar un montón de nombres que desconocía... hasta que llegó al nombre del rey. Era el único nombre que conocía, el nombre de su difunto abuelo y antiguo rey. Hasta entonces, no había notado que la niña emitía un tenue resplandor celeste, tal como el que había visto entre los árboles. Entonces comprendió. aquella niña no estaba con vida. Al igual que las leyendas que había oído, su alma se había quedado atrapada en el bosque. Efraín no sintió miedo, sino pena por ella.

—Muy bien —le contestó complaciente—. Eres una niña muy inteligente. Debo confesar que te mentí; no soy un príncipe. Trabajo en el castillo. Soy solo un plebeyo. —Efraín vio que el rostro de la pequeña se iluminó al saber que estaba en lo correcto—. ¿Puedo preguntar qué estás haciendo aquí, pequeña?

—¡Oh...! —Apartó la mirada casi de inmediato—. En realidad... No lo recuerdo...

Él notó que estaba llevando la conversación a un punto incómodo para la pequeña. Decidió no seguir insistiendo.

—¿Lo has oído? —La voz fría de la niña lo sacó de sus pensamientos—. Hay más personas en este bosque esta noche.

—¿Qué dices? Yo no oí nada. —contestó con cierto temor.

—¿En serio no lo puedes escuchar? Son gritos. Por allá. —Señaló hacia algún lugar en lo más profundo del bosque. Efraín sintió un repentino dolor en el pecho.

—¿¡Puedes llevarme hacía allí!? —suplicó con brusquedad.

—El centro del bosque es un lugar muy peligroso —La pequeña había retrocedido un poco asustada.

—Escucha —dijo mientras se inclinaba para quedar al nivel de la pequeña—, hay alguien en este bosque que es muy importante para mí. Siento que él puede estar en peligro. Así que, me harías un gran favor si me guías hasta allí. Por favor.

Ella lo miró insegura. Después asintió con timidez y empezó a caminar en la dirección que había señalado hacía unos momentos. Efraín miró la espada y la bolsa con oro de Dorean. Solo decidió llevar la bolsa antes de ir tras la pequeña. Su paso lento lo desesperaba un poco, pero no se atrevió a mencionarlo para evitar inconvenientes. Mientras iban abriéndose paso a través de los árboles, parecía que la densa oscuridad oprimía la luz celestial de la niña. Efraín intentó no quedarse demasiado atrás; no quería perderla de vista. Entonces, escucharon algo. Un sonido viscoso. Alguna criatura reptando allí en la oscuridad.

La pequeña lo sujetó de la mano. Le indicó con una señal que no hiciera ningún ruido. Lo llevó detrás de un árbol y le pidió en susurros que se mantuviera escondido. Después desapareció entre los árboles. Efraín se asustó mucho, pero aquello no se comparó a lo que sintió cuando escuchó lo que vino a continuación.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Dijeron dos voces al unísono. Una era la voz desgarrada de una anciana y la otra era grave y espectral. Ambas estaba sincronizadas, por lo que dedujo que venían del mismo ser. Sintió cómo su piel se erizaba al escucharla, cómo su respiración se detuvo y cómo se le helaba la sangre.



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En el texto hay: romance, gay, terror

Editado: 22.08.2023

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