Tal y como había prometido, el muelle estaba repleto de cajas junto al desvencijado barco del Barón. Golondrina no me había llevado aparte para explicarme lo que estaba ocurriendo, cosa que me había dejado preocupada, pues siempre, siempre, compartía conmigo hasta sus más pequeños temores. Así que había dos opciones, la primera, este asunto era demasiado terrible, incluso para confiármelo a mí, o simplemente no se trataba de un temor en absoluto. Quizás era otra cosa, una alegría.
Me preguntaba que pensaban las otras dos. Me imaginaba que Mirlo estaba anticipando una aventura, mientras que su mejor amiga, Tenca, estaría pensando en cómo defendernos a todas si nos llegaba a caer alguien encima, porque así era ella: si podía tenernos seguras, entonces estaba tranquila. Comenzamos a subir el cargamento en silencio. Más que nada Tenca llevaba todo adentro, mientras que yo y Mirlo poníamos todo en su lugar. El más pequeño quería encender a la Gran Carol, pero lo convencí de que era mejor no hacerlo, porque no sabíamos que nos estaba esperando allá afuera. En general podía tranquilizarlas a ambas cuando las cosas se ponían extrañas, pero en ese momento no tenía mucho que decir, nada que fuera útil, al menos. Además, el fondo del barco se hacía agua lenta pero constantemente, y aunque podría haberlo reparado en un segundo, no estaba segura de cuáles eran las intenciones de Golondrina, y preferí esperar.
Nos tardamos unas cuantas horas en tener todo listo, y por la mayor parte de la noche no tuvimos ningún contratiempo, pero Golondrina nos había advertido que podrían ir por nosotras, y una media hora antes de que ella misma apareciera, un grupo de hombres que reconocí de inmediato como los secuaces del Barón aparecieron en el muelle. No se podía ver que llevaran nada encima, pero eso no quería decir que no estuvieran armados hasta los dientes, tal y como lo estábamos nosotras. Sabiendo lo que se nos venía encima, Tenca desenfundó su machete, que únicamente seguía funcionando por su férrea fuerza, ya que casi no le quedaba filo. Al mismo tiempo, Mirlo sacó las dagas que traía en las botas, mientras yo sacaba mi navaja, que no era más que una distracción. Ellos nos superaban en número, pero no había un solo ser mágico entre ellos. Yo, por mi parte, sentía las chispas crepitar en la punta de mis dedos.
—Ese barco no les pertenece —anunció uno de ellos, todavía lejos—. Retírense y no les daremos problemas.
No contesté. Era cierto, la nave no era nuestra, pero si Golondrina nos había enviado allí sería por algo. En cambio, le hice un gesto a las otras dos para que me cubrieran. Sólo podía mover mi magia si me concentraba, y para ello, necesitaba que me cubrieran las espaldas.
—Los problemas los damos nosotros —les advirtió Mirlo, y les regaló su mejor sonrisa amenazante.
Los hombres lanzaron una risotada, pero él no se inmutó. Mirlo sabía que su tamaño no era para nada impresionante, pero nadie que lo hubiera visto pelear se habría reído de ese modo. Lo estaban subestimando, y aquello era justo lo que necesitábamos.
—Miren nada más —se burló el que parecía ser el líder—. Esta chiquilla cree que puede con nosotros.
Ese fue el detonante. Mirlo, a pesar de que no era necesariamente un chico, detestaba que lo trataran como si fuera una mujer. En el momento exacto en el que el sol comenzó a asomarse, el más pequeño del grupo inició su cacería, y se movió como el rayo entre los hombres del Barón. Por aquí y por allá arterias explotaban allá donde sus dagas habían pasado, y aunque los bribones reaccionaron rápido, los segundos de ventaja que les sacó Mirlo fueron suficientes para poder mover mis poderes.
Los hombres se lanzaron a la carga, y vi los nudillos de Tenca aferrarse al mango de su machete. Mi ayuda debía llegar rápida, pero también debía ser disimulada. Y si mi treta resultaba obvia, corría peligro de ser juzgada como lo que era, una bruja. Además, no sólo caería yo, sino todas por confabularse conmigo. Tomé la navaja y me hice un pequeño corte en el dedo, lo suficiente para que la sangre empapara el filo y activara mi canalizador. Detrás de mí podía escuchar el machete de Tenca chocar contra las espadas de los hombres y los ladridos incesantes de nuestro perro, pero me enfoqué en la navaja y pronto obtuve las palabras que necesitaba para completar mi hechizo: las armas de nuestros enemigos perderían su filo en los próximos segundos, entonces Tenca y Mirlo no tendrían nada que temer y yo podría unirme también a la batalla.
Dejé salir algo entre un grito y un gruñido cuando la maniobra se completó; la magia requería un pequeño sacrificio físico, y en mi caso eran mis muñecas las que siempre se llevaban la peor parte. Apenas podía sostener la navaja de lo mucho que me dolían, pero el sonido alertó a mis compañeras y entonces el asunto sí que se puso interesante.
Mirlo y Tenca luchaban espalda con espalda como si fueran la sombra la una de la otra. La diferencia de tamaño y de velocidad versus fuerza sólo hacía que fueran un mejor complemento el uno de la otra, y los hombres del Barón o caían al mar o huían al darse cuenta de que no podían con ellas. Por estarlas mirando no vi a uno de ellos abalanzarse sobre mí, y pronto descubrí un cuchillo helado apostado contra mi garganta. Tomé la hoja con fuerza y realicé un pobre intento de hacerle una llave a mi agresor, pero con mucho conseguí que diera un traspié, pues no tenía el vigor necesario y mis muñecas seguían aún demasiado débiles. Antes de que pudiera incorporarse, un movimiento rápido destelló sobre el rostro de aquel hombre, abriendo un canal sangrante en su piel. Golondrina.