Sentí que me había caído de trasero aunque estábamos bien sentadas sobre la madera de la cubierta. Bueno, tan bien como se podía estar en una bestia que no dejaba de moverse en todas las direcciones posibles (y más). La alegría de la ahora tripulación era palpable, no sólo Golondrina nos había dado regalos, sino que le había quitado su orgullo y barco al Barón, y se había posicionado como una mujer que no tenía nada de temerosa y mucho de temeraria, especialmente haciendo gala del ojo del Vampiro. Además, no sólo nos había prometido una vida llena de riquezas al final de nuestro recorrido, sino que, en el entretiempo, nos daba la oportunidad de vivir como siempre habíamos querido: libres, sin ataduras y haciendo fechorías. Siendo piratas, seríamos dueñas de nuestro destino.
Aun con la llegada de las maravillosas noticias, no era capaz de celebrar con el arrojo con el que lo hacían mis novias. Golondrina parecía satisfecha, pues no sólo había contado una excelente historia, sino que habíamos recibido sus noticias con ganas, y las otras dos no dejaban de comentar todos los tesoros con los que nos toparíamos, las batallas que liberaríamos, y los días bajo el sol bebiendo ron hasta que nos pillara la noche. Sentí que debía decir algo, aunque no quería hacerlo, pues no era una fanática de arruinarles a las demás la poca felicidad a la que podían acceder. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que las demás notaran que algo me molestaba. Nos conocíamos así, como la palma de nuestras manos.
—¿Qué ocurre, Tenca? —me preguntó Codorniz cuando se hizo obvio que no estaba uniéndome a las celebraciones.
—No quiero ser la persona que arruina todo…
—¿Pero? —preguntó Mirlo, sabiendo que de todas formas si alguien iba a llegar con malas noticias tendría que ser yo.
—¿Pero acaso no recuerdan la única razón por la cuál no hay naves de mujeres piratas? —pregunté—. Aquí todas somos más que posibles víctimas de las sirenas, a excepción de Mirlo, que, si puedo ser honesta, no sé bien en que lugar cabe en todo esto.
—Si las sirenas respetasen mi identidad, creo que se convertirían en mis monstruos favoritos —bromeó él—. Y en ese caso, yo podría salvarlas.
No estaba segura de si aquello último era una broma o no, así que me vi obligada a explicar porque aquello era, en primer lugar, una mala idea, y en segundo, algo que jamás funcionaría.
—Tenca tiene razón —aportó Codorniz—. Por más rápido que seas, no podrás enfrentarte sólo a las sirenas, que siempre viajan en cardumen. Además, tampoco eres un chico, así que bien podrías estar en peligro igualmente si es que nos encontramos con ellas.
—Esta no es una conversación de si ocurre esto o lo otro —sentenció Golondrina, que había estado escuchando con atención hasta ahora—. Las sirenas definitivamente nos encontrarán, así que ni siquiera tendríamos que tener esta discusión.
—¿Así que nos trajiste a altamar sabiendo que moriríamos? —preguntó Mirlo, levantando una ceja. Se veía muy atractivo cada vez que hacía eso, pero no era el momento de hacérselo saber.
—Nadie dijo nada sobre morir —apuró la capitana—. Simplemente tendremos que vencerlas. Enseñarles quien manda. Volver a restaurar la piratería femenina.
—Claro, y cuando volvamos a casa nos darán la bienvenida con vítores y coronas de flores —protesté yo, sabiendo que la imaginación de Golondrina se había apoderado de ella otra vez.
—No si lo hacemos bien —dijo con una sonrisa brillante—. Ningún pirata que se respete tiene un hogar al cual volver, y en eso ya estamos adelantadas.
—Te veo con mucha confianza, bonita —le dijo Codorniz, a quien no le gustaba demasiado llevarle la contraria—. Pero ni siquiera sabemos manejar un barco, y mi cuerpo apenas soportará unas horas más de moverlo, ni siquiera creo que tengamos posibilidades de sobrevivir en altamar, con sirenas o sin ellas.
Golondrina me lanzó una mirada divertida, como diciendo ‘¿Ves? Esto pasa cuando dejas que las personas entren en pánico’. No parecía enfadada, y de todas formas no importaba si lo estaba, porque al menos había logrado que las otras dos entraran en razón y eso me parecía suficiente por el momento. A veces sentía que era la única piedra que nos anclaba al piso cuando sus mentes se llevaban lo mejor de ellas; eran demasiado propensas a soñar.
—Me ofenden, pajarracas —se defendió—. Ya les dije que tengo todo bajo control. Llegaremos al próximo puerto durante la tarde, nada más y nada menos que a la ciudad de Cascabel, donde podremos encontrar una tripulación. Nos quedaremos por tres días, ni uno más, ni uno menos, y dispondremos de víveres y mujeres que quieran unirse a nuestra aventura.
—¿Y cómo estás tan segura de que aquello funcionará? —pregunté, sin tragármelo.
—Porque ya tengo a alguien reclutando chicas para nuestro navío, que por cierto, lleva por nombre Queltehue.
—¿Cómo estamos pagando por eso, precisamente? —inquirió Codorniz, todavía dudando.
—Con esto —Golondrina sacó de su bolsillo cuatro anillos decorados con diamantes. Los reconocí de inmediato, y supe que las sirenas no serían nuestro único problema—. Y ahora, entierren esa preocupación donde mejor les parezca, pues vamos a celebrar.
Y de celebrar, celebramos, aunque todavía tenía ciertas dudas sobre el plan de la capitana. Más que nada, me sentía extremadamente mareada, y tuve la mala idea de dejar que Mirlo me convenciera de beber. ‘Si estarás mareada de todas formas, ¡es mejor que lo pases bien!’ Lo conocía lo suficiente para saber que era una idea tonta, como casi todas las que salían de su boca, pero me había tentado la idea de quedarme dormida luego de unos cuantos vasos de ron, olvidando que estábamos a mar abierto, el bamboleo y a las sirenas. Finalmente, lo único que logré fue pasarme las últimas horas antes de llegar a puerto quemándome la garganta mientras devolvía bilis y alcohol desde el estómago y Mirlo me daba palmaditas en la espalda para calmarme. Borracho como estaba, de todas formas, aquello no era de mucha ayuda, porque no paraba de decir bromas cada vez más asquerosas hasta que Golondrina tuvo que sacarlo de allí y enviarlo a la parte más alta del mástil para tenerlo entretenido.