La herida de la cabeza ya no me dolía, pero la quemadura en la pierna todavía ardía como mil demonios, aunque ya había pasado un número considerable de días desde el incidente en Cascabel. Habría preferido que Codorniz tratara la herida con su magia, pero lo cierto es que no era muy buena con nada concerniente al cuerpo humano, y de todas maneras, Jilguero (o Canario, aún no podía diferenciarlas) había hecho un muy buen trabajo usando aloe vera y vendas limpias. Era gracioso, estos días parecía haber vendajes nuevos por todos lados, ¿dónde estaban cuando tenía que reutilizar los mismos día tras día para taparme el pecho? Bueno, en realidad no podía quejarme ya, no cuando Golondrina se había encargado de que no tuviera que preocuparme por eso por al menos un año completo. De todas formas, por precaución, lavaba y guardaba los vendajes ya usados por si tenía que volver a ponérmelos. Después de todo, no sabía cuanto tiempo estaríamos en altamar.
—¿Mirlo? —Tenca se asomó por la puerta de la cocina.
Llevaba en la mano el enorme trozo de tela que habría de convertirse en nuestra bandera tan pronto estuviera lista. Había insistido en bordarla a mano en su tiempo libre, pues pensaba que el Queltehue merecía una insignia digna del primer barco pirata femenino que volvía a las andadas después de casi un siglo. Golondrina la había autorizado de buena gana, según yo, un poco por el orgullo de ondear un paño tan bello como lo que lograría nuestra única chica educada, y un poco porque nos daría un poco de tiempo antes de comenzar con las andadas. Por suerte, todavía no nos habíamos encontrado con nadie, pero me preocupaba que ocurriría si lo hacíamos. Cuando lo hiciéramos.
Intentaba tranquilizarme diciéndome que lo habíamos hecho excelente en el muelle, que teníamos una tripulación de mujeres fuertes y fieras, y que además había dos brujas a bordo, pero los piratas no eran como los policías. Estos últimos eran necios y desesperados, mientras los primeros eran crueles y despiadados. Nosotras éramos salvajes, sí, pero me parecía que nos faltaba maldad. Es verdad, éramos criminales, algunas hasta habían sobrevivido a la prisión, pero veía en nuestras tropas más desesperación que odio. Habría que ver entonces qué le ganaba a qué.
—Mirlo… —volvió a llamar Tenca. Sacudí la cabeza para aclararme. Otra vez me había quedado perdido en mis pensamientos.
—Pasa —le dije. Estaba ocupada cocinando. Teníamos que ser muy cuidadosos con las raciones, por lo que no confiaba en nadie más para hacerlo—. El almuerzo estará en una hora.
—No vine por eso —sonrió—. Tan sólo te extrañaba.
Hice un ruidito como el de un gatito ahogándose, entre una risa y un suspiro de ternura. No era particularmente dado a las muestras de cariño, pero nuestra grandota sí, y por ella habría hecho cualquier cosa.
—No te burles —me reprendió—. Quería saber si podía ponerme a coser aquí.
—Si puedes encontrar un lugar… —dije pretendiendo que no me importaba.
En realidad, estaba encantada y ella lo sabía. Yo también la extrañaba cuando estaba ocupada con otros asuntos, cosa que ocurría cada vez más a menudo, ahora que las demás chicas habían descubierto su asombrosa fuerza y su aún más increíble buena voluntad.
—Siempre tan agradable —me recriminó con una sonrisa—. Ven aquí.
Tomó mi rostro con su mano y con la delicadeza de la que solo ella era capaz, me plantó un beso en los labios. Reaccioné con brusquedad, como era mi costumbre, y le devolví el gesto con fuerza, dejando caer el cuchillo sobre la comida para que no me estorbara. Con tan solo un brazo, Tenca me subió hasta el mesón, donde ocupó ambas manos en tocarme bajo la camiseta. La mordí los labios en señal de que debía seguir trabajando, pero ninguno tenía ganas de detenerse. La besé con más fuerza, trazando sus bíceps con mis manos que parecían diminutas en comparación, mientras la olla hervía a nuestro lado, ignorada por completo.
—Así los quería encontrar, puercos.
Nos separamos de inmediato, yo porque odiaba ser interrumpido y Tenca porque odiaba ser el centro de atención por las razones incorrectas. Una risa de pajarito llenó la cocina, era una burla, pero también tenía algo de dicha. Sonreí, aliviada, no se trataba de otra que Codorniz.
—Idiota —me quejé—. Asustaste a Tenca.
—Tal vez si Tenca estuviera trabajando en lo que le toca en vez de estar toqueteándote encima de la comida…
—¿Estás celosa, preciosa? —le pregunté—. Sabes que siempre hay espacio para ti.
Codorniz se acercó y nos regaló un ligero beso en los labios a cada una, pero se apartó rápidamente, pues era más cauta que nosotros dos.
—A trabajar, tórtolas —nos ordenó—. O la capitana se enterará de esto.
Nos largamos a reír, porque probablemente no había nada que le importara menos a Golondrina que nuestros asuntos amorosos. Sin embargo, Codorniz logró su cometido y volví a los asuntos de la cocina mientras Tenca buscaba un lugar donde sentarse a trabajar. Sus mareos habían disminuido considerablemente con las pociones de nuestra bruja, pero no le gustaba abusar de ellos, pues creo que la hacía sentir débil. Ninguno de nosotros insistía, puesto que Tenca pocas veces se negaba a hacer lo que le decían. Lo mínimo que podíamos poner de nuestra parte era respetar sus deseos, aunque eligiera las batallas más tontas para pelear.