Quitar el maquillaje de mi rostro había sido más difícil de lo que esperaba. Las otras veces que lo había usado a petición de Codorniz y Golondrina, ellas se habían encargado de quitarlo, pero con todos los problemas que traíamos encima, no quise pedir ayuda para algo que pensé sería tan simple. La noche anterior había sido excesivamente larga, complaciendo a los piratas, permitiendo que sus manos callosas se pasaran de listas por encima de nuestros cuerpos, animándolos a seguir bebiendo y a lamentarnos sobre los esposos ficticios que dejamos atrás y a los cuales echábamos mucho pero mucho de menos.
Suspiré, viendo mi reflejo con la mejilla llena de kohl. No estaba hecha para esos teatros, pero solo tendríamos que aguantarlos un día más. Si lográbamos entretenerlos lo suficiente, nadie nunca jamás tendría que lidiar con ellos otra vez. Mientras frotaba mi cara con una toalla, Codorniz entró en el lavabo con una expresión de angustia que era incapaz de esconder. Me volteé enseguida, preocupada de que algún bribón hubiera llevado las cosas demasiado lejos, pero cuando le pregunté, me aseguró que no se trataba de eso en absoluto.
—Se trata de Corroído —me explicó, y en un comienzo no entendí por qué el bienestar de un hombre como él le preocupaba en absoluto—. Mirlo pudo escuchar gritos provenientes de las caracolas de su barba. Es un nigromante, Tenca.
Sin darme cuenta me dejé caer contra la pared. Aunque había aprendido mucho de brujería y artes ocultas viviendo con ella y Mirlo, una parte de mí, ínfima pero poderosa, todavía estaba condicionada a temerle a cualquier cosa que fuese intangible. Con el tiempo había llegado a confiar, a dejarme llevar, pero muy en el fondo solo lo hacía porque se trataba de mis novias; cuando el asunto venía de manos de alguien más… bueno, sólo puedo decir que no me gustaba estar cerca. Además, la nigromancia ya eran palabras mayores, y en mi pecho mi respiración se frenó por un segundo al oír lo que Codorniz me estaba contando.
—No puede ser…
—Y también un hechicero —continuó ella, soltando bombas—. Colibrí lo olió, pero Golondrina no quiso darme detalles. Yo lo percibo, pero creo que es más grave de lo que quiere admitir. Oye, ¿estás bien?
No lo estaba, las piernas estaban por fallarme; el peso de mi cuerpo era demasiado cuando apenas podía sostenerme de pie. Me di cuenta en ese momento que el asunto no me causaba tan sólo incomodidad, se trataba de verdadero pánico. Intenté recordarme que teníamos dos brujas a bordo, que nuestra tripulación estaba compuesta por mujeres de temer, y que Corroído y su tripulación no tenían ninguna razón para dudar de nosotras. Me senté junto al cubo de agua y le pedí a Codorniz que me reaplicara el maquillaje. Era desagradable, y picaba, pero era lo que tenía que hacerse. Pasó el lápiz por el borde de mis ojos, tomándose su tiempo para que quedara bien, pues aún temblaba, aunque casi imperceptiblemente. Se sentó en mi regazo, y su peso sobre mis muslos me reconfortó. Era familiar y lo familiar siempre conseguía calmarme.
—El kohl realmente le hace un favor al azul de tus ojos —comentó ella, poniendo un mechón de cabello detrás de mi oreja—. También hace falta peinarte un poco. Personalmente, me gustas más así, pero ya sabes como son los hombres.
—Puaj —dije yo—. Preferiría no saberlo.
—También yo —dijo no sin cierta tristeza—. Pero si te hace sentir mejor, puedes imaginar que estás arreglándote para una cita con Mirlo y yo. Más tarde, cuando los hombres se hayan ido, podríamos pasar el rato…
—Realmente no me siento bien como para hacer demasiado —confesé, y supe que no me presionaría.
—Tampoco yo, y por supuesto Mirlo no debe estar mucho mejor —me tranquilizó—. Me refería a algo más del tipo caricias y besos. Despeinarte entre ambos jugando con tu cabello.
—Eso estaría bien —sonreí, esperando sentirme mejor para entonces.
—¿A que sí? Bueno, para eso tienes que aguantar la jornada —me recordó—. Necesito que le pongas especial ojo a Mirlo. Golondrina me lo pidió, pero tengo que ir con Colibrí. Espero que no llegue a eso, pero podría necesitar su ayuda si las cosas se ponen complicadas.
—Como si tuvieras que pedírmelo.
—Eso mismo dije yo —rio ella—. Pero no exageres, o se pondrá de peor humor incluso.
—Ya lo sé —contesté poniéndome de pie—. Llevo lidiando con él por años.
—Solo era un recordatorio. Ten —dijo, posando sus labios suavemente sobre los míos—. Que te dure el resto del día.
—Te amo —le aseguré, devolviéndole el beso—. Más de lo que crees.
—No más que yo —sonrió ella, y la dejé ganar como era mi costumbre.
Me dispuse a subir al mástil unos minutos después de que Codorniz desapareciera bajo cubierta. Para mi sorpresa, Corroído y sus hombres continuaban en el Queltehue, mientras el Necro nos seguía a paso lento pero seguro a través del océano. Dependiendo de cómo se le mirase, parecía que estaba protegiéndonos, o, en una visión más pesimista, acosándonos.
La tripulación de la nave negra se mantenía ocupada con el entretenimiento que Gaviota y Canario les proporcionaban, pero no pude evitar que, cada tanto, su capitán miraba hacia un lado como buscando algo. Quise creer que se trataba de Codorniz, que por mucho había sido la favorita de aquellos sujetos durante las largas horas de la noche, pero algo me decía que se trataba de otra cosa. Quizás no tenía los poderes de mi novia bruja, o la visión de ultratumba de mi novio, pero era buena leyendo a la gente, y a pesar de mi tamaño, también lo era para pasar desapercibida.