Con toda aquella lluvia sobre mi visión y el viento incrustando sal en mis ojos, no vi al monstruo hasta que estaba demasiado cerca. Tanto, que Tenca se tardó apenas unos segundos más que yo en divisarlo.
—¿Qué es eso? —gritó hasta donde me encontraba.
Estaba utilizando toda su fuerza en sujetar los mástiles, y aunque apenas podía oírla, la entendí. Me colgué de la cuerda que estaba usando para asegurar la parte de la vela que todavía no se había roto y descendí hasta la cubierta. Arriba, en el timón, Golondrina y Gaviota luchaban por que este no se girase sobre sí mismo, mientras Canario y Lechuza ayudaban en lo que podían, ahuecando el agua y consiguiendo más cuerda para mí.
—No quiero saberlo —murmuré, pero de todas formas me lo quedé viendo.
Se trataba de una silueta enorme y amenazante, tan negra como la noche. Avanzaba a gran velocidad bajo la superficie, impulsándose con sus tentáculos, y por allí donde se movía, el cielo parecía olvidar que debía causar un diluvio, como si su presencia lo atemorizara lo suficiente como para silenciarlo.
—Viene hacía acá —dije, lo que no sabía en ese momento era que acá significaba únicamente al Queltehue.
La criatura esquivó al Necro, rodeándolo como si se tratase de un molesto bosque de quelpos en el camino, y pronto el chapuzón sobre nuestras cabezas comenzó a amainar.
—¡GOLONDRINA! —grité lo más fuerte que pude, indicando la silueta de aquel que venía en nuestra caza.
—¡A LOS CAÑONES! —ordenó ella, e inmediatamente soltó el timón, seguida por Gaviota. En ese momento, nuestro rumbo había perdido toda importancia.
Lo último que logré ver antes de correr escaleras abajo fue como el monstruo rodeaba al Queltehue en un intento de encontrar su punto más débil, y, tratándose de un navío puramente comercial, no tardaría en hacerlo pronto. El resto de la tripulación venía tras de mí, apurando sus pasos en su desesperación por llegar al anillo de fuego. Entre las respiraciones agitadas y el choque metálico que hacían los cañones al ser cargados, estuve a punto de obviar algo mucho más importante: las almas que Corroído tenía enredadas en su barba. Y más que eso, del poder que requería si quiera el poder retenerlas allí. No era coincidencia que aquella bestia compartiera el color de su barco, ni que lo ignorase por completo únicamente para venir tras nosotros; el Necro tenía más gente, más bocados que tragar. Además, ¿por qué no había nadie en cubierta?
Lo tuve claro en un instante: lo que ocultaba aquel pirata era algo de lo que escaparíamos por un pelo, si es que lográbamos hacerlo. Había algo macabro en el Necro, además de su nombre, y en todos aquellos hombres a quienes habíamos dejado subir a nuestro humilde barco. Casi al mismo tiempo, supe que no podríamos con el calamar. Su presencia era muy oscura y penetrante, y si no bastaba ya con su enorme tamaño, aquel poderío terminaría la tarea. Lechuza había subido a cubierta, buscando a gritos a su nieta, y entonces me di cuenta de que no había visto a Codorniz ni a Jilguero en un largo rato. Bajo el aroma de la sal, un olor especiado llegó a mis fosas nasales. Un olor de azafrán y canela; el olor de un alma que se ha desprendido de su cuerpo con demasiada violencia.
Por segunda vez en pocos minutos volví a olvidarme de lo que era urgente para dejarle espacio a lo que era importante. A pesar de lo agotado que estaba, mis músculos se tensaron y salí disparado escaleras abajo, corriendo tras la peste como si mi vida dependiera de ello. Bueno, de alguna forma lo hacía. No tenía idea que haría si perdía a alguna de las pajarracas, no sabía existir sin su compañía.
Lo que me esperaba al pie de las escaleras me dejó helado, aunque no precisamente por el rastro de sangre sobre el suelo de madera. Olvidé el líquido pegajoso y rojizo tan pronto como levanté la mirada; allí, atrapadas entre sus antiguos cuerpos y la madera astillada de la puerta que cercenaba los cadáveres estaban las almas de dos piratas que habían pasado a mejor vida, tratando de escapar desesperadamente. A pesar de lo horroroso de aquella visión de almas en pena y del sonido de sus lamentos martillándome la cabeza, solté un suspiro de alivio al ver que no se trataba de ninguna de mis chicas. Inmediatamente salté sobre los cuerpos, y evitando mancharme tanto como fuera posible, abrí el pestillo que mantenía la puerta cerrada. El sonido de las ventosas de la bestia no era ni remotamente tan repugnante como el que hicieron los cuerpos al arrastrarse sobre sus propios intestinos sobre el suelo. Con un último esfuerzo logré apartarlos del camino lo suficiente como para entrar en la bodega, pero sus almas seguían balbuceando en un delirio fervíl que no podía sacarme de la cabeza. Dentro, nada se movía, pero bastó el latigazo de un tentáculo para que el barco se ladeara peligrosamente, haciendo que nuestra carga cayera sobre uno de los laterales del barco. Apenas fueron descubiertas, Codorniz y Jilguero tomaron una posición defensiva, ocultando automáticamente a Colibrí tras ellas.
—Tranquilas, sólo soy-
No pude terminar la frase, pues en ese momento algo sobre la cubierta se rompió, dando contra el suelo con un estruendo tan grande como el que hace el árbol más grande del bosque al morir. Unos segundos después, mientras nos encontrábamos todavía aturdidos, el mástil del Queltehue atravesó el casco rozando la cabeza de Colibrí apenas por unos centímetros, y provocando una que una corriente de agua entrase a través del esqueleto de nuestra nave con una fuerza que distaba mucho de ser natural.