Nos lanzamos sobre Corroído como una manada de zorras hambrientas. Los cuerpos de los Reconstruidos se movían sin control, esquivando a un Mirlo fantasma que le hacía imposible al capitán del Necro formar ningún tipo de ataque, provocando de esa manera que sus esbirros resultaran inútiles en batalla.
Las muchachas recargaban sus revólveres mientras otras enterraban los filos de sus espadas o dagas en el cuerpo de un hombre que poco tenía ya de humano. Nos preocupaba más que nada no darle a Mirlo por equivocación, pues se movía tan rápido entre nosotros que no habríamos podido detener una estocada de haberlo querido. Golondrina gritaba instrucciones, intentando por todos los frentes derribar aquella masa cenicienta, pero además de ganar tiempo, no parecíamos avanzar mucho más. Gaviota entonces se percató de algo que ninguna de nosotras había notado; además de esquivar a Mirlo, Corroído estaba desesperado por proteger su barba de nuestros proyectiles, así como también el agujero que tenía en la cabeza por el cuál parecía comunicarse con la ceniza.
Comenzamos a apuntar directamente a las caracolas, pero se nos hacía difícil por lo mucho que se movía. En un acto desesperado, juntó la adrenalina suficiente para atrapar a Mirlo, quien no tuvo la suficiente fuerza para liberarse. Nos detuvimos de inmediato, así como también los Reconstruidos, que esperaban una nueva orden de su patrón. Tenía su grueso brazo alrededor del cuello del chico, mientras que él se retorcía ante el dolor que la ceniza viva le estaba causando. La rabia hizo que mi sangre hirviera, pero mantuve la cabeza fría. Jilguero usaba un hacha para pelear, pero en ese momento la tenía colgando a su lado, sujeta por su mano sin fuerza al darse cuenta de que no podía usarla sin dañar a Mirlo. Tragué saliva. Quizás ella no, pero yo sí.
Le arrebaté el arma de un tirón y sin mucho tiempo para pensar se la lancé a Corroído. La hoja metálica pasó rozando el cabello de mi novio, y se clavó en el centro del cráneo del nigromante. El hombre soltó de inmediato a Mirlo, quien salió corriendo de su amarre, mientras los cuerpos de los Reconstruidos se desmoronaban a nuestro alrededor, desposeídos de lo que fuera que los mantenía con vida. Las velas negras sobre la cubierta amenazaban con apagarse por completo, pero se reponían con cada bocanada de aire que Corroído tomaba, flaqueando otra vez cuando el dolor parecía llevarse lo mejor de él.
—¡Amárrenlo! —ordenó Golondrina. Y ella misma guío el asalto, hincando el cañón de su revolver en la boca de Corroído.
Las demás corrimos a evitar que se levantara, y Jilguero y Canario, a quienes se les daban los nudos, se quitaron prendas de ropa para amarrarlo y evitar que se levantara. El hombre se debatía con una fuerza descomunal, pero nosotras éramos más y él ya no tenía a sus guerreros, quienes yacían inconscientes y quemados sobre la cubierta, desprovistos ya de toda la ceniza que enmarcaba su corporalidad.
Golondrina entonces intentó arrebatarle las caracolas de la barba, pero se dio cuenta de eran imposibles de mover. Lo intentamos entre todas e incluso fallé yo, que tenía mucha más fuerza que un hombre de mi mismo tamaño. Las caracolas eran tan pesadas que no me explicaba como Corroído podía cargarlas con la sola parte superior de su cuerpo, ¿quién era realmente el capitán del Necro? Colibrí entonces se abrió paso entre nosotras, lanzándole un escupitajo al pirata en la cara. Corroído se quedó quieto de inmediato, aunque jamás supe si fue debido a la impresión o algo más fuerte. Codorniz iba detrás de la niña, como se le había hecho costumbre, pero parecía que no la necesitaba allí. Ya no.
La pequeña entonces tiró del hacha con determinación, dejando expuestos otra vez los sesos del hombre. Para el horror de todas, Colibrí hurgó la herida con su mano. Hizo una mueca de asco cuando sus dedos tocaron el cerebro húmedo y pegajoso, pero no se apartó. Corroído dejó salir un grito de dolor, pero Mirlo le dio una patada tan fuerte que uno de sus dientes salió volando, y luego de eso no volvió a quejarse. Después de unos segundos buscando, Colibrí encontró lo que estaba buscando. Una figurilla. La miniatura de un timón tallado en roca volcánica. Las velas se apagaron tan pronto la niña retiró el artilugio, y algo cambió a nuestro alrededor. Mirlo, Colibrí y Codorniz parecían haber vuelto a la vida, como si lo que las había estado molestando hubiese desaparecido de repente.
El cuerpo de Corroído se deshizo en cenizas, mientras a nuestro alrededor, la tripulación del Necro corría la misma suerte. El hedor de la canela y el azafrán llenaron el ambiente, ocultando por completo el aroma del mar.
—¿Qué está pasando? —demandó Golondrina, a quien lo le gustaba nada no entender las cosas.
—Es el barco —explicó Codorniz—. Los está reclamando de vuelta.
—¿El barco está vivo? —Gaviota preguntó lo que todas queríamos saber, pero nadie respondió.
Por un momento que pareció alargarse demasiado, nos quedamos viendo como el viento se llevaba las cenizas de lo que habían sido personas. La sal de mar volvió poco a poco a nuestras narices, relajando los hombros de todas, especialmente los de Mirlo. La tripulación del Necro desapareció por completo frente a nuestros ojos, sin dejar ningún rastro sobre el barco más que las velas gastadas, las conchas de mar que Corroído había llevado en la barba, y la figurilla del timón que había estado dentro de él.
—No —dijo entonces Mirlo—. El barco está muerto. Lleva mucho tiempo así.
—Lo que está muerto se puede revivir, ¿no es así? —inquirió Golondrina con su característico brillo en los ojos.