Aquella misma tarde llamé a Colibrí a mi despacho. Las Pajarracas me habían ayudado a despejarlo, pues apestaba a tabaco barato y hombre que no se aseaba tan a menudo como debía hacerlo. Nos habían dejado a solas y en aquel momento se encontraban en cubierta dirigiendo el rumbo en busca de tierra. Necesitábamos provisiones, pues los muertos no comían y las reservas estaban pensadas únicamente para Corroído, por lo que no nos durarían mucho. Además, necesitábamos dinero. Nuestra primera tarea sería planear nuestro primer asalto, prepararnos bien, atracar un pequeño puerto. Además, debíamos detenernos para colocar el nuevo mascaron de proa. Dejar el Necro atrás para comenzar a navegar al Búho. El mismo barco, nueva vida.
Pero había algo más importante. Algo que hacía a mi mente zumbar.
—Pasa —le dije a la chica cuando tocó la puerta—. Siéntate.
Colibrí lo hizo, pero no dijo nada. A pesar de lo que había hecho, a pesar de todo su poder, todavía no sabía como referirse a mí. Tendríamos que trabajar en eso, pero aquel no era el momento idóneo. Aún no.
—Mirlo me dijo que tu abuela te enseñó a leer las nubes, y que tu augurio en cuanto a las sirenas había sido positivo. ¿Te enseñó también a leer las estrellas?
—Sí, capitana.
—Golondrina para ti —dije, procurando sonreír tan sólo lo justo.
—Sí, Golondrina —dijo con timidez.
—Tengo una propuesta para ti. No estás obligada a aceptarla, pero me gustaría que lo hicieras.
—¿De qué se trata?
—Cómo sabes, el puesto de Astrónoma está vacante —dije con el mayor tacto posible—. Podríamos buscar a otra cuando toquemos tierra, pero-
—Sí —aceptó firme sin dejarme terminar—. Quiero hacerlo. Es lo que mi abuela hubiera querido.
—¿Pero es lo que tú quieres?
Lo meditó un momento. No estaba acostumbrada a que le hicieran esa pregunta.
—Sí.
—Entonces tengo una tarea para ti.
Me puse de pie y fui en busca de los mapas, aquellos que estaban conformados por líneas y puntos, y extendí el más grande sobre la mesa. Colibrí se dio la vuelta y sus ojos se iluminaron en reconocimiento.
—¿Qué? —pregunté—. ¿De qué se trata?
—Esto es un mapa celeste —explicó—. Estas son las estrellas, y estas las latitudes y longitudes.
—¿Puedes leerlo?
—Puedo aprender.
—Con eso me basta —sonreí—. ¿Será un mes suficiente?
—Creo que sí. Si puedo contar con ayuda. Además, necesito un astrolabio y algunas otras cosas.
—Contarás con todo lo que necesites —le aseguré—. A ninguna de mis Pajarracas jamás les faltará algo.
Su pecho se hinchó entonces, pero pretendí no darme cuenta. No era necesario avergonzarla. Con aquel asunto listo, sólo me quedaba una preocupación más: aprender a manejar el ojo del Vampiro, especialmente si quería lograr mi cometido. Pero eso, por supuesto, tendría que hacerlo por mi cuenta.
FIN