Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO UNO

SE ENAMORÓ DE QUIÉN NO IMAGINABA, DE QUIÉN NO ESPERABA Y DE QUIÉN NO ESTABA BUSCANDO. DESDE ESE MOMENTO APRENDIÓ QUE EL AMOR NO SE ELIGE, ES ÉL QUIÉN NOS ELIGE A NOSOTROS.

 

​​​​DOS AÑOS Y TRES MESES ATRÁS

—¡No me hables! —le grito con desenfreno—¡No quiero escucharte más, ¿no entiendes?! ¡No me hables, maldición! ¡Ya no me hables más! 

Sus ojos negros se abren como platos y su rostro de piel trigueña palidece.  

—Nicci por favor, por amor al cielo, tienes que tranquilizarte. 

Cierro los ojos un momento. El dolor es casi insoportable. Aunque no debería de ser así, es insoportable, me presiona el pecho, me quita el aliento, me hace querer llorar desconsoladamente. 

—Cierra... La puta boca —balbuceo, tragándome las lágrimas—. Cállate. Hazme el favor y cállate.

Respiro profundo, o al menos trato de hacerlo.

Sé que Rashid está desconcertado, nervioso y asustado. Sé que quiere contentarme y tranquilizarme, pero la realidad es que no tiene idea del enorme dolor que estoy sintiendo.

—Aljamal —trata de tomar mi mano, pero con violencia lo rechazo.

Con mayor rapidez continúo dando pasos y caminando en círculo por toda la habitación.

—¿Aljamal? —espeto—. ¿Ahora vienes a decirme aljamal? ¿Piensas que no sé lo que significa esa palabra? —intento tomar aire. Inspirar profundo, tanto y tantas veces como los pulmones lo permitan—. ¿Acaso me estás tomando el pelo?

Resoplo, y me quito un molesto mechón de pelo que roza mi frente y mi mejilla.

—Estás dolorida, asustada y agotada, cielo —le veo negar con la cabeza y esbozar una apenada sonrisita—. Pero yo estoy aquí contigo. Con ustedes. Y no los voy a dejar ni por un minuto.

Me siento una jodida hija de puta por tratarlo así de mal. Pero es que es un idiota, no me comprende. No es mujer, es imposible que comprenda. Encima dice esas cosas tan lindas en este momento de mierda y yo sólo pienso en largarme a llorar.

—Te odio —tartamudeo—. Y te amo.

De repente la puerta de la habitación se abre y una voz femenina llamando de señor a Rashid, me obliga a voltear.

—Si altera a su esposa, con todo el respeto del mundo le pediré que se retire de la sala.

Con la respiración acelerada, e inhalando y exhalando con rapidez, enarco una ceja.

¿Respeto?

¿Es respetuoso decirle a mi marido que me deje sola y se pierda el nacimiento de nuestro primer hijo?

—Mejor haga su trabajo —me quejo, tocando con ambas manos mi gigantesca barriga—, y que mi bebé nazca ahora o juro por Dios que no voy a aguantar.

He hablado con chicas de la clínica que han experimentado el parto, he visto y leído cientos de artículos en internet y conferencias on line, he escuchado decena de veces los consejos de mi obstetra, pero nada; absolutamente nada ni nadie me preparó para éste instante.
Nadie me avisó que el dolor te lleva al límite de lo insoportable, que te sientes agotada al extremo, asustada hasta las entrañas temiendo que algo le pase a tu hijo, que te ves gorda, fea, sudada y aún así, el hombre que amas sigue a tu lado "conteniéndote", siendo que en realidad, el único efecto que tienen las palabras cariñosas en una embarazada a término, es el de la irritación.
Nadie me explicó que en las mamás primerizas las nuevas sensaciones se perciben al cuadrado, y que tampoco todas dan a luz de las mil maravillas, viéndose radiantes, felices, consumidas por la emoción.

Con fuerza cierro los ojos.

Ahí viene de nuevo, otra contracción; mucho más dolorosa que un cólico, que el estreñimiento, o que la menstruación.

—¡Auuuch! —aúllo, inclinándome hacia adelante. Los músculos de mi abdomen se contraen dificultándome la respiración, haciéndome transpirar, y rechinar los dientes.

Son periódicas, desconozco cada cuántos minutos, pero sé que son muy periódicas.
El obstetra que se encargó de cuidar mi embarazo, junto a dos enfermeras controlan y monitorizan cada segundo de mi bebé. En tanto por mi parte, ya perdí la cuenta del tiempo que llevo en trabajo de parto.

—Por la nariz y suelta el aire por la boca —dice Rashid, inclinándose y agarrando mi mano—. Vamos nena, sólo respira —esta vez no rechazo su caricia. Necesito su apoyo—. Toma aire por la nariz; suéltalo por la boca —me repite, y con la mínima pizca de atención que me queda, le imito—. Eso es aljamal. Lo estás haciendo muy bien. 

Centro la mirada en la ropa esterilizada de color celeste que trae puesta y chillo. Otra contracción.

—¡No aguanto más! —lloriqueo.

La enfermera toma mi presión arterial, se acerca al monitor donde se escuchan los latidos de nuestro hijo y me informa que el doctor viene en camino.

—Vamos hermosa —alienta Rashid, al ver que estoy a punto de quebrarme.

—No... Me digas hermosa —murmuro entre suspiros, derramando las primeras lágrimas —. Soy un desastre.

Su risita danza en mis oídos y por un breve instante me ayuda a tolerar el dolor.

—Estás hermosa, habibi —al fin consigo enderezarme y aprovecho mis minutos de descanso para respirar profundo.

Él sostiene suavemente mi codo, me dirige a la cama y me siento en el borde. 

—¿Qué te pasa? ¿Estás ciego? —sollozo, olvidándome incluso de la presencia de la nurse—. Estoy gorda, despeinada, sudada, ¡y mira mis pies! —hago un mohín—. Ya no son pies, ¡son salchichas gruesas y deformes!

Lo miro de reojo. El grandísimo desgraciado está conteniendo las carcajadas.

—Así seas una pequeña bolita de ojos verdes, te ves hermosa. Infernal.

Justo cuando estoy por responderle con un insulto, una nueva contracción llega. Ha demorado menos en aparecer que las anteriores y es más intensa que las demás. 

Con brusquedad la puerta se abre. Esta vez quien entra es mi obstetra y una mujer que supongo le asistirá en el parto.
Ese hombre veterano, con bigotes de mostacho y cabeza calva es un encanto, pero justamente ahora es un jodido cabrón que se ha demorado en venir.




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