UN AÑO ATRÁS
“DESPUÉS DE UN TIEMPO APRENDERÁS,
QUE EL SOL QUEMA SI TE EXPONES DEMASIADO. ACEPTARÁS INCLUSO QUE
LAS PERSONAS BUENAS PODRÁN DAÑARTE ALGUNA VEZ… Y DEBERÁS PERDONARLAS.
APRENDERÁS QUE HABLAR PUEDE ALIVIAR LOS DOLORES DEL ALMA.
DESCUBRIRÁS QUE LLEVA AÑOS CONSTRUIR CONFIANZA Y APENAS SEGUNDOS DESTRUIRLA.,
Y QUE TÚ TAMBIÉN PODRÁS HACER COSAS
DE LAS QUE TE ARREPIENTAS EL RESTO DE LA VIDA.”
—¡Eso! ¡Vamos! —me arrodillo en el piso y extiendo los brazos hacia adelante—. ¡Vamos, ven aquí!
Mi corazón late a mil, desbocado. No puedo controlar mi emoción, ni mis lágrimas. Mi bebé con apenas un año cumplido está dando sus primeros pasitos; cortos y tambaleantes.
Está extasiado, pero también siente temor. Y lo que le brinda seguridad es verme a mí, dispuesta a irme de bruces al suelo con tal de evitar que él se caiga.
Mi hombrecito de piernas, brazos y cachetes regordetes sabe perfectamente que jamás, ni mami ni papi dejarán de brindarle seguridad.
—¡Eso, mi amor! —chillo, cuándo se acerca lo suficiente a mí, sonriente y victorioso.
No lo puedo negar, es igual a su padre. Es el vivo calco de Rashid Ghazaleh.
Con fuerza lo abrazo, beso sus mejillas y muerdo suavemente su mentón, despertando sus carcajadas.
Es un gran obstinado, como su progenitor, de ello no tengo dudas.
Se empecinó en largarse a caminar cuándo a duras penas logra mantenerse en pie más de unos minutos.
Lo lleva en su sangre.
La arrogancia le corre por las venas en cada ocasión que es adulado, mimado y consentido.
Es un seductor nato, también como su padre.
Seductor con Bruna, quien no se cansa de decirle que es hermoso y que está para comérselo a besos.
Y es manipulador y conquistador al extremo con todos. Que obtiene nuestra absoluta atención tan sólo mirarnos con sus hipnóticos y brillantes ojos negros, enmarcados en gruesas pestañas.
Definitivamente, mi hijo nos trae babeando.
Gala, Donatello y también Adolfo, cada vez que nos vienen a visitar no sólo aparecen con los brazos cargados de regalos, sino que cuando llega la hora en que les toca despedirse de su único nieto lo hacen entre quejas y lloriqueos; exigiéndome a mí, una empresaria, mamá y esposa de tiempo completo, hacerme el debido espacio durante el día para llevarlo de paseo a casa de los abuelos, ya que según ellos el tiempo de calidad es demasiado reducido.
Sus reclamos son bien difíciles de complacer pero a decir verdad, en el fondo entiendo su sentir. Es el efecto que produce Ismaíl en la familia.
Nos enamora con sus sonrisas galantes, sus risas genuinas, su inocencia tan pura y su forma de ir conociendo el mundo.
Mi pequeño rey, realmente nos tiene embelesados. A Bruna, a Kerem, a Meredith, a Stefano, y principalmente, embelesado a su padre.
Mi adorado magnate está vuelto loco con su hijo. Lo ama, lo venera, lo cuida como si fuera su máximo y más invaluable tesoro.
No existe nada más hermoso que verlos juntos. Son como dos gotas de agua.
Idénticos.
Y es que gracias a la llegada de nuestro primer hijo nos hemos consolidado como pareja, como matrimonio, como socios en el trabajo y como una familia feliz en la casa.
Ismaíl Ghazaleh nos trajo aprendizaje, madurez, nos hizo crecer de golpe y darnos cuenta que las estupideces siempre serían eso: estupideces; que había cosas mucho más importantes por las cuales preocuparse.
Con nuestro bebé todo se volvió más disfrutable. Desde hacer una papilla en la cocina hasta firmar un documento en la oficina.
Hemos crecido en sintonía con nuestro hijo, y por suerte en todos los ámbitos.
Rashid inauguró un nuevo hotel y yo pude darme el lujo de abrir otro centro de estética integral en Milán, sin mi marido como garantía del negocio.
A base de sacrificio, permanente dedicación y amor por nuestro trabajo, fuimos creciendo. Creciendo, pero sin olvidarnos de que lo que vale el oro del mundo, es lo que suele acompañarme a la clínica en un cochecito celeste, en su cuna mientras yo hago vídeoconferencias, o en nuestra cama a medianoche, cuando lloriquea por dormir entre el calor de mamá y papá.
Tampoco nos olvidamos de seguir amándonos con esa intensidad de siempre. Con ese deseo y esa pasión que nos quemó vivos desde la primera vez que tuvimos relaciones. Con esa solidaridad y compañerismo del uno con el otro. Con esos celos absurdos pero lindos que nos llevan a discutir y a los dos minutos reír como idiotas.
No nos olvidamos de enamorarnos a diario, no nos privamos de un beso robado, de hacer el amor, de comer hasta reventar, de reír de cada travesura de Ismaíl o de salir a conocer el mundo.
Si algo aprendimos Rashid y yo, es que nunca, jamás, dejaremos de priorizar la felicidad y estabilidad de nuestra familia; por nada, ni por nadie.
—¡Mm-ma, baba! —balbucea mi pequeñín entre quejas, haciéndome parpadear porque he quedado absorta, sumida en mis pensamientos.
Su quejido lo conozco, y de sobra. En eso se parece a mí y bastante. Adora los mimos, pero en exceso es algo que lo pone fastidioso y a veces, cuando no está en un buen momento, de muy mal genio.
Esbozo una gigantesca sonrisa y me separo un poquito de él, para darle esa independencia que tanto reclama.
Me siento pésimo, pese a que le estoy sonriendo como la mamá más estúpidamente feliz del mundo. Si hace cuestión de semanas estaba meciéndolo entre mis brazos, ¿cómo es posible que ahora me exija independencia?
Ismaíl cae de pañal al piso, pero con mucho esfuerzo logra ponerse en pie de vuelta.
Ya no puedo más, necesito compartir mi emoción y desasosiego con alguien.