Al Borde del Abismo Libro 2

CAPITULO TRES

ACTUALIDAD

“NUNCA SE SUFRE POR AMOR. SE SUFRE POR DESAMOR, POR DESENCANTO O POR INDIFERENCIA, PERO NUNCA POR AMOR. EL AMOR NO LASTIMA… QUIÉNES LASTIMAN SON LAS PERSONAS
QUE NO SABEN AMAR. “ 

 

—¡Al carajo, Nicci! ¡Que no estoy a dieta, con un demonio! —mira mi paleta de untar, alzando su dorada ceja—. Ponle más.

Aprieto mi mandíbula, conteniéndome de mandarla a callar.
Espero que con mi mirada casi homicida se haya dado cuenta de que todo aquello ordinario o fuera de lugar que dice, se le grabará en la memoria a Ismaíl.
La facilidad que tiene él para aprender palabras; principalmente las malas, es asombrosa.

Según su pediatra es natural y parte de su crecimiento, que con dos años repita en balbuceos y a su manera, absolutamente todo lo que escucha. 

—Rubiales —murmuro, alternando la mirada entre su cara y la rebanada de pan que estoy a punto de darle—. Es demasiada nutella, ¿no crees?

Su ceja se alza más aún, y busca la inocente complicidad de mi hijo.

—¿Acaso escuchaste a tu controladora y psicótica madre, Ismi? —fija sus ojos celestes en los míos—. Ismaíl dijo que cierres el hocico y que le pongas más a la puta tostada.

—¡Por amor de Dios! —exclamo—. ¡Necesito que dejes de decir tanta grosería frente a él!

—¡No te sugestiones! Seguirás siendo una notable mamá; la mejor del mundo, aunque tu bebé repita insultos —agarra la tostada y le da un mordisco, mientras mi mini arabillo, feliz, cabalga en su regazo como si se tratara de un gran jinete—. ¿Quién es el niño más bello de todos? —dice, pellizcándole la mejilla—. ¡Eres tú! ¿Y quién es la tía más sexy del planeta? —su risita, chillona y genuina inunda la terraza—. ¡Por supuesto que estoy de acuerdo! —le festeja la siciliana—. ¡Soy yo!

Ismaíl estalla en carcajadas ante la alegría con que le hablan, y los miro a ambos enternecida.

Mi rebelde sin causa ama a sus tíos; a los dos por igual. Incluso a Alexander lo quiere, pese a no verlo tan seguido como a Bruna y a Kerem.
Cuando alguno de ellos llega a esta casa, él es tremendamente feliz.

—Lo estás poniendo entre la espada y la pared —insinúo, observándola por encima del filo de mi taza.

—¡Eso lo dices de envidiosa! —le cubre las orejas con las manos a su alegre sobrino y añade—. Eres una maldita arpía envidiosa. Envidiosa porque tuviste que hacer dieta, ya que en el embarazo fuiste una bola que arrasó con el refrigerador, los bollos de la cafetería y la nata con fresas de la pastelería cerca de casa.

Corto un trozo de pan y se lo aviento directo a la cara.

La nata con fresas fue mi perdición por nueve meses.

—Te odio, Bruna. En verdad te odio.

Un breve silencio se apodera de nosotras y de la terraza de mi casa, donde solemos juntarnos a tomar el té. 

—Hace días me viene pegando la nostalgia —ella rompe el hielo.

—¿Y eso por qué? —me intereso.

—Las cosas han cambiado —suspira—. Hemos cambiado mucho, y trato de convencerme de que al menos en mi caso, ha sido para bien.

—Al final del día... ¿Logras convencerte? —arrugo el ceño—. ¿O será que no encuentras  relación entre el cambio para bien y la realidad que estamos viviendo?

Se pone muy seria de repente y baja de sus piernas a Ismaíl.

—No empieces con eso, Nicci —se irrita un poco—. Un momento de crisis es normal y natural, y todos pasamos por ello.

Esbozo una sonrisa y bebo de mi infusión—. A veces me pregunto si eres tonta o te haces. Hasta me cuestiono en qué instante yo pasé a ser la cruelmente realista de las dos.

—No sé a qué te refieres —se pone nerviosa, y golpetea los dedos sobre la mesa con inquietud.

—¿Creíste que no iba a darme cuenta? Pues no hizo falta siquiera que me lo dijeras —escudriño su rostro—. Te has comprometido con Alexander, pero... Te estás acostando con Kerem —hago una pausa, y Bruna tose—. No te sientas mal, no eres la única desafortunada porque después de ti, estoy yo, la más imbécil de todas las mujeres. Haciéndome la ciega mientras Rashid me engaña con otra.

Sus manos se cierran en puños y pegan con fuerza en la mesa, sobresaltándome.

Se enojó con mi comentario, pero porque la descubrí, no porque haya dicho una mentira. 

—¡No sabes lo que estás diciendo!

—¿Ah no? —la desafío.

—¡No! —retruca—. Yo quiero a Alexander y en un futuro me voy a casar con él. Kerem fue un hombre de mi pasado, que por casualidad del destino volvió a toparse conmigo. Nos dejamos llevar por la calentura y cojimos algunas veces, pero nada más. La cagué con Alex —confiesa molesta—, pero no me voy a crucificar por ello. Con Kerem sólo hubo sexo. Buen sexo y nada más; no tengo sentimientos por él.

—Y al parecer tampoco por Alexander —interrumpo, de forma reflexiva.

—¡No se a dónde quieres llegar! —gruñe—. ¡Habíamos acordado no tocar éste tema!

—Lo habíamos acordado cuando no sabía que te acostabas con tu ex de la adolescencia, que también es el mejor amigo de mi marido y el tío de mi hijo.

Bruna inhala hondo, recarga la espalda en la silla y alejada de Ismaíl, se prende un cigarrillo. Uno de los que fuma en cuestión de segundos cuando las inquietudes la carcomen.

—¡Me prometiste que no ibas a meter las narices en mis asuntos! ¡En estos asuntos en particular!

—No te prometí eso. No sería tu amiga si hiciera la vista gorda a lo que te pasa —observo a mi pequeño, que ignorando lo que hablamos juega entre las plantas que decoran la terraza—. Sin ánimos de discutir,  creo que las dos caímos en la odiosa manía de la costumbre. Tú te acostumbraste a una relación sin amor y a ponerle el cuerno a tu pareja, y yo me acostumbré a vivir con un marido ausente, frívolo y completo bastardo.

—A diferencia de ti, yo estoy bien así. Tuve un desliz, sí, pero con Alexander estoy bien. Llevamos tres años juntos y todo seguirá tal cuál.




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