Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO CUATRO

No es un secreto que guardamos cierto gusto por esos amores que nos cuestan. Amores que sabemos que son complicados pero que no sabemos desistir de ellos. 

¿Quién no se enamoró alguna vez de la distancia que separaba un amor? ¿Quién no se enamoró alguna vez de los insomnios que provocaba?, sabiendo que sin importar todo eso, nos hacía más felices que ninguna otra cosa. 

 

El dolor, pero también la rabia y el enojo me sacuden por dentro.
Impulsivamente, abro de un manotazo la puerta del cuarto y entro decidida. Decidida a que vea que no soy una cosa que mancillará a su antojo, y que por si se le olvidó, yo también puedo tener un carácter de mierda cuando me lo propongo.

Me apresuro a dónde se encuentra parado. Justo en el medio de este hermético refugio que adoptó como suyo hace casi un año, y que tanto detesto.

—Se te pasa por alto un pequeño detalle —mascullo, apuntando con mi dedo a su pecho, cubierto por la camisa y la chaqueta del traje.

—No me interesa oírte —dice entre dientes. Evitando mi mirada.

—Pues me importa un carajo si te interesa o no —replico con frustración. Demasiada frustración porque pese a que suena como un auténtico y desalmado cretino, se acerca a mí; tanto que debo bajar el dedo y alzar la cabeza para observarlo—. Nunca podrás hacer de cuenta que no existe un nosotros —recalco—. Porque tienes un hijo, conmigo, eres mi marido hace ya tres años y aún te amo. Vive con eso. 

—Ni... —suelta un suspiro—. Nicci...

—No —intervengo con determinación—. Estoy aquí, siguiéndote como una estúpida y humillándome de la peor forma para que me escuches. Tengo contados los días en que me tratas de la manera que te prometiste jamás tratarme: con desprecio e ignorancia. Y me confundes a pesar de todo. No sé si estás actuándome un papel brillante, si me mientes o si por el contrario eres la peor escoria de este planeta —hago una pausa y tomo distancia. Quiero que me vea segura, no a punto de quebrarme—. Aunque te cueste creerlo yo también te conozco bien a ti. Te conozco muchísimo y no me asombraría descubrir que todo esto que haces conmigo y con Ismaíl es una muralla que alzaste para no sentirte vulnerable ni expuesto.

Se da la vuelta, cabizbajo.

—V-vete —me ordena en un balbuceo más que gruñido.

Me atrevería a decir que un temeroso balbuceo.

—No me voy a mover de acá hasta que me hables con la verdad —le desafío.

—¿Nunca te das por vencida? —pregunta, tratando de sonar frívolo—. ¿Siempre tendrás que quedarte con la última palabra?

—Te estás equivocando —con el desconcierto que me producen sus cambios bruscos de actitud, le rodeo, me aproximo a él y sostengo su rostro entre mis manos. Es la primera vez en casi un año que acuno su cara y lo que siento no me gusta. Sus facciones están muchísimo más pronunciadas, casi filosas. Sus pómulos, la línea de su mandíbula, por debajo de sus ojos... Ha bajado de peso—. No se trata de necedad ni capricho, sólo quiero pelear por ti, como tú has peleado por mí —miro fijamente sus ojos negros, que aún en la penumbra ya no se vislumbran fríos e indiferentes, sino tristes—. No eres este hombre Rashid. No eres el bastardo que estás fingiendo ser.

—Habibi —susurra, dejándose acariciar—, ya es tarde para esto.

—Entonces sí hay algo más —paro de tocarle de inmediato.

Por instante luce enojado y luego simplemente se separa.

—¡No te quiero! —espeta retomando su gélido papel estelar—. ¿Era lo que querías oír de mí? Pues no te quiero. No te amo.

Enarco una ceja y largo una risotada cargada de sarcasmo.

—Eres un maldito cínico mentiroso —tensa pero me ignora. Gira sobre sus talones, va a la cama y se acuesta boca arriba, mirando al techo—. Me has perseguido desde que tenía doce años, ¿y ahora dices que ya no me quieres? —en este preciso momento soy como una leona herida, embravecida y furiosa. Mis emociones se arremeten unas contra otras. Me encantaría sonsacarle la verdad a guantazos y al mismo tiempo largarme a llorar—¿De un día para otro dices que no me amas? —enfatizo—. No te creo una sola palabra.

—Fueron trescientos sesenta y cinco, no de un día para otro —corrige, haciendo caso omiso a mis palabras—. Y tampoco puedes obligarme a sentir algo por ti, que ya no siento.

—¡Eres tan imbécil! —exploto, llena de cólera y veneno. Caminando hacia la puerta y dando por terminado esto que no ningún sentido—. No tienes los huevos suficientes para decirme lo que te pasa.

—Pues... Qué lástima —parece que se burlara de mí. Y eso... Eso me encabrona.

—Si sientes que ya no damos para más, que ya no me quieres y que yo no puedo obligarte a sentir algo por mí, entonces estás sobrando aquí —antes de marcharme, volteo y miro la cama. Deseo herirlo tanto como él me hiere a mí—. Cuando te decidas y sostengas tus palabras, coge tus bolsos, lárgate de esta casa y contrata a un abogado para negociar tu tiempo con mi hijo. 

—Pues te informo que ésta casa también es mía y que tu hijo también es mi hijo —me provoca.

Y no sabe cuánto me estoy conteniendo de aventarle un objeto por la cabeza.

—Ojalá te des cuenta de lo que estás perdiendo por comportarte como un idiota —tras pronunciar mi última frase, cierro con fuerza su puerta.

Quisiera gritar de impotencia hasta quedarme sin voz, tirar todo por la borda, agarrar a mi hijo, largarme de este lugar y solicitarle el maldito divorcio. 

Quiero hacerlo pero... Me frena mi instinto. Me congela, porque pese a ser consciente de que atravesar los muros que Rashid ha alzado es difícil, soy optimista y entiendo que una vez los traspase, todo volverá a ser como era antes.

Es una pequeña chispa de esperanza que guardo en lo profundo de mi ser.

No comprendo la causa, pero sé que me está mintiendo. Más que nadie, yo sé que las apariencias engañan. Que me oculta algo y no es una mujer, ni una carencia de sentimientos hacia mí.




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