Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO SEIS

El amor nunca muere de muerte natural. Muere porque no sabemos cómo reponer su fuente. Muere de ceguera y errores y traiciones. Muere de enfermedad y heridas; Muere de cansancio, de marchitaciones, de deslustres. 

 

De un largo trago vacío mi taza de café. Aún estando caliente lo tomo de una sola vez.

—Explícame —digo, pero ella me mira. Sólo me mira. Con dudas. Como temerosa de meter la pata con lo que pueda llegar a salir de su boca—. ¡Vamos, Bruna por amor de Dios! —me altero—. Necesito que me digas lo que estás pensando!

La veo respirar profundo. Llena de aire sus pulmones y lo suelta despacio, varias veces. Se relame los labios, hoy los trae pintados de un color rosado fuerte que resalta el blanquecino tono de su piel.

—Me encantaría sonar disparatada. O que me digas que soy estúpida por mis ocurrencias —carraspea—. Pero analizando lo que pasa entre ustedes, ¿no te has preguntado si Rashid no estará...

Abro bien grandes mis ojos cuando se calla. Odio cuando lo hace. Cuando dice todo y a la vez nada. Cuando me deja en ascuas.

—¿Estará? —insisto—. ¿Estará, qué?

Para mi grandiosa mala fortuna dos toquecitos suaves en la puerta de mi oficina llaman mi atención.

Es Corinna. Su melena rizada asoma por la puerta, ahora entreabierta.

—Nicci, perdón la interrupción —se disculpa con la simpatía que la caracteriza—. Nos están llamando en recepción desde Milán. Gía, la asesora que contrataste para el evento dice que le urge comunicarse contigo.

Resoplo, enarco una ceja y le doy un asintimiento.

—Está bien, Corinna, gracias. Yo la llamo desde aquí —intentando sonar lo más cordial posible añado—. ¿Necesitas algo más?

Ella baja la mirada un instante.

¿Será posible?

Adoro a mis empleadas pero en este preciso momento estoy en el medio de una importantísima conversación personal.

¿No puede decirme rápido lo que quiere?

—Quería recordarte que hoy me retiro más temprano —contesta al cabo de unos segundos.

Inspiro hondo y abro mi agenda de la clínica. Tiene razón. Me pidió retirarse antes para visitar a su hermana al hospital. Acaba de dar a luz.

Cierro la agenda, apoyo mi mano sobre la tapa y le regalo una sonrisa.

—Vete tranquila, Corinna. Nos vemos mañana.

Nos saluda a ambas. A Bruna y a mí y se marcha, cerrando nuevamente la puerta.

Me aclaro la garganta, me repantigo en el asiento y observo inquisitiva a mi gran amiga.

—¿Podrías terminar de decirme lo que crees que pasa con Rashid?

El teléfono del despacho empieza a sonar y maldigo para mis adentros.

Bruna retira su silla giratoria y estira la mano hacia el tablero digital del teléfono.

—Iba a decir una estupidez. Así que mejor haz de cuenta que no dije nada. Ese hombre es un roble, olvídate de mis disparates —agarra el teléfono y acepta la llamada. Por su silencio estoy segura que la han dejado en línea de espera—. Lo mejor es que pares de maquinar con lo que sucede. Es decir, conoces a tu esposo mejor que yo, pero ambas sabemos que él, de cualquier problemita lo vuelve una bomba a punto de explotar —se encoge de hombros, dice algunas palabras y vuelve a quedarse en espera—. Siempre lo hace todo mal o al revés. Tiene un cerebro diminuto. Tan diminuto como el lío que se le vino encima. Seguro le está poniendo todo el drama. Sin drama Rashid no es Rashid. 

Frunzo el ceño y mientras ella se enfrasca en una conversación con Gía, la organizadora de la exposición en Milán, yo la observo con desconfianza.

Sus palabras no me dan seguridad, tengo una angustia bestial, y mi pecho está oprimido. No es paranoia mía ni drama de Rashid. Yo sé que no es eso.

Me levanto de mi asiento y con la taza en mano voy a una mesa de vidrio redonda, frente al ventanal. Enciendo la cafetera y me preparo otro café. Igual de cargado y amargo que el anterior.

—Nicci —la voz de Bruna me sobresalta. Me distraje viendo cómo la taza se llenaba.

—¿Si? —apago la cafetera, doy la vuelta y me acerco al escritorio.

—Gía pregunta si harás pública la lista de invitados de mañana —sus dos cejas doradas se alzan—. A la prensa —agrega.

Mi contrariedad es perceptible para rubiales. Mi entrecejo arrugado de seguro lo denota.

—¿Qué lista? —digo con extrañeza—. ¿Qué es lo que hay mañana?

La siciliana rueda los ojos, le dice que sí a Gía y después de saludarla, corta.

—Mañana es la fiesta aniversario de la clínica, Nic —abre sus ojos y sus pupilas celestes me fulminan escandalizadas—. Se alquiló un salón impresionante, servicio de catering, decoración, música. Tú misma aceptaste el logo de las invitaciones la semana pasada.

Suelto un suspiro pesado y me siento en la silla. Mi mirada viaja por todo mi despacho.

—Me olvidé por completo.

—No te preocupes —dice ella, con tanta alegría que me obliga a ponerle atención—. Vamos a salir de compras. Vamos a elegir un lindo vestido que deslumbre en la fiesta de mañana.

Enarco mi ceja.

—No, Bruna. Buscaré vestidos en mi armario —elevo la taza, la pongo en mis labios y le doy un sorbo—. Aparte, en un rato tengo que ir a buscar a Ismaíl a la guardería.

—¿Y eso qué? —replica elevando el tono de voz—. A Ismaíl le encanta salir de paseo al centro comercial —se levanta de su silla, rodea el escritorio y se recarga en el filo, a mi lado—. Almorzamos, eliges un vestido, recorremos un par de tiendas y de paso te distraes un poco, ¿vale?

Esbozo una mueca de desagrado.

—Con sinceridad... No tengo ganas de ir. Me gustaría dar una disculpas y decir que tengo catarro, o una fuerte gripe.

Ella toca mi hombro y levanto la mirada.

Ya no luce alegre, sino molesta.

—Trabajaste duro. Con esmero y dedicación para llegar a lo que eres hoy, Geovanna. Es tu momento de rosas, de aplausos, de puro reconocimiento.




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