Siempre existirá ese momento en el cual tenemos que disfrazar con una sonrisa el inmenso dolor. Donde debemos llenarnos de fuerza y tener el coraje de decir adiós; aunque muy en el fondo el alma amenace con hacerse pedazos.
—Dilo de nuevo —espeto, sintiendo dentro de mí cómo mis emociones se congelan. La tristeza, el enojo, la ira, el desasosiego—. Si tan valiente te crees que eres, repíteme lo que acabas de decir.
Agarro su bendita carpeta y del primer folio saco la petición de divorcio. De un envión tiro la carpeta sobre su escritorio, que se desliza de una forma elegante por la superficie.
Leo las primeras líneas y eso me basta; me alcanza para mantenerme el doble de cauta y expectante a lo que vaya a contestarme.
—No entiendes —resopla, y se toca la frente, se rasca la cabeza y la nuca. Lo suele hacer cuando esta sobrepasado de nervios—. ¡No puedes hacerte a la idea de cuán difícil es para mí, Nicci!
—Me vale madres —replico, abordándole cuando se aleja de mí lo suficiente y me da la espalda—. No seas un maldito canalla —le enfrento, sosteniendo su barbilla—. Mírame. No me evadas —trata de evitarme pero se lo impido, al sujetarlo con firmeza—. Dime otra vez que te quieres divorciar de mí.
Balancea la cabeza de un lado a otro para que lo suelte, mas no lo hago.
—Me vas a lastimar —murmura con ronquera.
—No más de lo que tú me lastimas a mí —mis uñas se hincan en su quijada y cuando logro darme cuenta de que ésta no soy yo, que estoy dejando que la conmoción me domine, me alejo.
—Ponte en mi piel —dice con dureza.
—No voy a ser empática. Ya no más —relamo mis labios—. Lloras por nosotros cuando piensas que no te veo ni te escucho, pero mientras me tienes de pie frente a ti, me tratas como basura.
—¡Esto es jodidamente difícil para mí, maldita sea! —ruge, tocándose las sienes.
Sorprendida por su puta manía de evadirme de la verdad, enarco una ceja. Su explicación para un divorcio es tan absurda como incoherente.
—¿De verdad? ¿Es difícil? —enarco una ceja y con sarcasmo me río—. Estás huyendo de mí y de los problemas que no se te antoja compartir conmigo, Rashid. Y huir no es una decisión difícil; es una decisión cobarde.
—No me comprendes —baja la mirada y retrocede—. ¡Nunca vas a comprender que te quiero lejos de mí! —sus ojos, negros y brillantes, me fulminan—. ¡Yo no quiero causarte sufrimiento Nicci! Y eso es lo que les espera si me quedo aquí. Un maldito sufrimiento de mierda.
Su mirada a punto de llorar, su cara, enseñándome un gesto que denota lo abatido que se siente, y su postura a la defensiva, que acompaña lo que brota de su garganta y ese horrendo ahínco que tiene por distanciarse de mí, me hacen caer de nuevo en la odiosa preocupación que trae a mi alma pendiendo de un hilo.
—El problema, Rashid, es que no eres consciente de que el sufrimiento lo causas día tras días actuando de una manera repudiable —enfatizo, con sinceridad—. Te juro que ser tratada como la nada misma, ser ignorada y despreciada me hace más daño del que puedas llegar a imaginar.
Él traga saliva. Luce nervioso, acorralado por mis palabras y el jodido papel que traigo en la mano. Yo por mi parte quiero reír como si fuera una broma, pero al mismo tiempo quiero llorar, como si hubiese recibido la peor noticia de toda mi vida. Quiero aventarle el portalapicero y lo que sea que encuentre, pero también quiero ser su consuelo. Su único consuelo.
—Te pido disculpas —mete sus manos en los bolsillos del pantalón del traje—. Sin embargo... Necesito que firmes el divorcio. Quiero estar lejos de ti.
Boquiabierta por la desfachatez con que me habla, un par de lágrimas se me escapan pero las limpio de mi rostro con rapidez.
¿Una disculpas? ¿Eso es todo lo que merezco?
—Cobarde. Siempre has sido un cobarde —mascullo—. Me perseguiste hasta que me enamoré perdidamente de ti, me pediste matrimonio, me diste una familia, un hijo y ahora, ¿qué? ¿A qué juegas con tus disculpas de mierda? —tomo aire. Inhalo y exhalo varias veces y cuando logro controlar mi carácter y mi personalidad a punto de estallar, sosteniéndole la mirada, levanto la petición de divorcio y la muevo al aire—. No te voy a dejar el camino libre si es lo que tanto ansías. ¿Por qué hacerlo? ¿Acaso estás aburrido de tu simple vida familiar? ¿Te estás acostando con otra? ¿O será que te doy asco? —el silencio, absoluto invade la biblioteca. Él no me dice nada, y yo no estoy dispuesta a callarme—. Responderé por ti, a todo, con un rotundo no —lo señalo con mi dedo índice—. Así que te voy a hacer éstas preguntas por última vez, ¿cuál es la verdad? ¿Qué me estás ocultando?
Muerde su labio inferior, y como alma que lleva el diablo, en un impulso desesperado, empieza a pasearse por cada centímetro del despacho.
—¡Porque no eres capaz de ver cómo estoy! ¡Porque no comprendes que estoy al borde del abismo, Nicci! —frena, se vuelve hacia mí y me mira suplicante—. Firma de una puta vez y aléjate definitivamente de mí.
Niego una, dos y un montón de veces. Veo su enojo, su obstinación, su tristeza y me rehúso a ceder ante lo que quiere.
—El divorcio, habibi... Será lo mejor que te pueda pasar.
Incrédula a lo que dice, acorto la distancia que nos separa.
—¡Tú fuiste lo mejor que me pudo pasar! —me paro a pocos centímetros de su cuerpo y sosteniendo la hoja entre mis manos, empiezo a rasgarla, hasta que la rompo a la mitad; esa mitad en otra mitad, y así hasta que la solicitud de divorcio queda reducida a pedacitos de papel—. Tu pedido de divorcio puedes metértelo en el culo.
Rashid observa asombrado el regadero de picadillo que hay en el piso.
Para mí esta es la forma de descargar la frustración, el enojo y la angustia que estoy sintiendo. Como si una mínima fracción de mi ser se aliviara al destruir la semejante locura que puso frente a mis ojos.