Un día despertarás y descubrirás que no tienes más tiempo para hacer lo que soñabas. El momento es ahora, actúa.
Abro la boca para decir algo pero él me calla, poniendo su dedo índice en mis labios.
—Te amo —me dice, inclinándose hacia mí—. Y te deseo.
Su rostro, tan cercano al mío, su aliento, que se mezcla con sus palabras y el vapor que emana del agua, y sus manos dibujando cortas líneas rectas por mis hombros, empiezan a desconcentrarme.
Es como un efecto hipnótico. Es su mirada oscura y profunda que brilla y me encandila, su camisa abierta, que me muestra su pecho, su piel dorada y sus espectaculares tatuajes, sus palabras dichas en susurros aletargados y roncos lo que me hacen cosquillas en cada terminación nerviosa de mi cuerpo.
Un cosquilleo que recorre mi columna, atraviesa mi torso y baja por mi abdomen.
Trato de tocar su pecho, pero él me frena, apoderándose de mis dedos. Los lleva a su boca y besa uno a uno mis nudillos.
—Déjame disfrutar de ti —ronronea—. Quiero tocarte, oírte y sentirte a ti. Sólo a ti mi gitana. Quiero hacerte sentir como la reina que eres.
Con una mezcla de deseo, ansiedad y expectación me quedo mirándole. Absorta, embelesada con su forma de hablar, llenándome de deseo con sus palabras.
Con delicadeza baja mi mano hasta que la dejo caer en el agua. Los centímetros que nos separaban se destrozan, y son sus labios quienes presionan en mi cuello mojado.
Ladeo la cabeza al lado opuesto y le permito a su lengua pasear por mi piel, y a sus besos también. Apoyo las manos en el filo de la bañera y me entrego a sus increíbles, intensos y candentes besos.
Mi clavícula, mi cuello, mi mentón entre sus dientes, mis labios entre los suyos. Su lengua buscando la mía, su mano enredándose en mi pelo mojado y presionando mi torso contra el material resbaloso de la tina. Un ligero movimiento que me eriza, que me produce una sensación placentera. Empiezo a excitarme, a desearlo con todas mis fuerzas.
Más aún cuándo su lengua juega conmigo, se aleja de mi boca y por el contorno de mi cara, baja hasta el lóbulo de mi oreja. Ese sitio en mi anatomía que me hace explotar.
Levanto la mano y acaricio su rostro, su cuello, me detengo en su nuca. Con los dedos formo pequeños círculos en su piel y con mis uñas trazo líneas en su cabello corto. Caímos en la tentación y el deseo carnal, sexual e irrefrenable que nos atrapa cada vez que nos damos un beso.
Con una sutileza de la que ni siquiera yo misma me percato, sus manos me manipulan y lentamente me hacen quedar de espaldas a él.
Me retuerzo bajo el agua cuando su boca recorre mi nuca, mi columna, mis omóplatos al mismo tiempo que sus dedos tocan mis antebrazos, amenazando con hacerme perder la cordura.
Mis latidos empiezan a acelerarse al igual que mi respiración. Su barba incipiente, raspa mi pecho y es ahí que un pequeño jadeo escapa de mi boca. Justo ahí, en que su boca prueba la fina línea que delimita mi clavícula y sus manos rodean mis costillas y sujetan mis pechos. Los acuna, los aprieta con firmeza contra mí, los suelta y se vuelve a apoderar de ellos.
Sus labios gruesos y carnosos no paran de devorarme, no se detienen ni un sólo instante. Es una tortura deliciosa el sentir mis pezones rozando la yema de sus dedos, mientra su boca busca la mía, medio ladeada, hambrienta.
Todo mi cuerpo se mantiene a la expectativa, a su merced. Mi propio placer va en aumento y aunque en encantaría retribuir sus caricias, mi yo egoísta está disfrutando tanto de ésto que sólo puedo concentrarme en más; en recibir mucho más hasta saciarme.
Sus masajes se hacen más firmes, más bruscos y me gusta. Gimo cuando pellizca mis pezones hasta ponerlos duros y tira de ellos suavemente para volver apoderarse de mis tetas, presionarlas una a la otra, frenar un segundo, acunarlas en sus poderosas y viriles manos y seguir con una secuencia que me hace arder por dentro.
—¿Te gusta esto? —pregunta en un susurro casi inaudible, mientras su lengua deslizándose por debajo de mi oreja me roba el aliento y no me deja contestar.
No puedo hablar, tampoco pensar. Estoy como sumergida en sus manos y el placer que ellas me dan.
Suspiro profundo y él se ríe al oírme. Siento que baja por mi abdomen, mi vientre y roza mi entrepierna con descaro, haciéndome jadear fuerte. Muerde mi hombro, toca mis muslos, mis pliegues... Mi clítoris. Arqueo la espalda y cierro los ojos al percibir su electrizante contacto, un ligero roce que me enloquece. Me llena de deseo y calentura pero ni de asomo me satisface. Sólo me atormenta y eso es una maldita delicia.
Lo imagino sobre mí, en el agua, con las gotas corriendo sobre su pecho y sus tatuajes. Con su pene duro, rozándose en mí, a punto de embestirme.
Entreabro las piernas y le doy el acceso suficiente para que haga de mí lo que se le antoje. Estoy sumamente rendida ante él. Necesito que me toque.
Necesito que sus dedos me follen.
No puedo controlar mi respiración, ni mis jadeos, mucho menos mis acciones. Mis manos se aferran al filo de la bañera, mi cabeza se echa ligeramente hacia atrás y mis gemidos llenan el cuarto de baño.
Cuando creo estar a punto de pedirle más, me penetra. Sus dedos largos y gruesos me embisten y mi cuerpo se contrae de placer. Lo hace despacio, muy despacio. Tan despacio que me desquicia, e instintivamente levanto la pelvis aumentando mi propio éxtasis.
Le escucho reír. Una risa demasiado sensual, un afrodisíaco para mis oídos.
Me embiste con más rapidez y la tensión en mi cuerpo junto al cosquilleo en mi vientre, crecen.
Lo hace de una forma ardiente. ¡Joder, muy sexy! Muy placentera.
Mueve sus dedos dentro de mí. Los saca, roza mi clítoris y vuelve a follarme duro. Lo hace muchas veces, prolongando mi agonía, mi deseo, mi calentura.
Muerdo los labios con fuerza, cuando bombea manteniendo un ritmo electrizante y gruño su nombre al liberar la tensión sexual que estaba volviéndome completamente loca.