Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO ONCE

Una vez, hace mucho, escuché decir que el tiempo no se detiene y la vida es una tarea que nos trajimos para hacer en casa...

Que cuándo uno mira, ya son las seis de la tarde.
Cuándo uno mira, ya es viernes.
Cuándo uno mira, ya han pasado muchos años.

Cuándo uno mira... Ya no sabemos dónde andan nuestros amigos e incluso perdimos hasta al amor de nuestra vida y ahora es tarde para volver atrás.

Por ello es preciso eliminar el DESPUÉS

DESPUÉS, te llamo... 
DESPUÉS, lo hago... 
DESPUÉS, lo digo... 
DESPUÉS, yo cambio...

Dejamos todo para DESPUÉS como si eso fuera lo mejor, pero no entendemos que DESPUÉS el café se enfría, la prioridad cambia, el encanto se pierde, la añoranza pasa, temprano se convierte en tarde, las cosas cambian, los hijos crecen, el día es noche... Y la vida se acaba.

Entonces hubo que comprender que no había que dejar nada para después, porque en la espera podemos perder los mejores momentos, las mejores experiencias, los mejores amigos y por sobre todo... Los mayores amores.

 

El dolor que estoy sintiendo supera el límite de lo racionalmente posible. No lo puedo describir, no lo puedo exteriorizar, sólo sé que me envenena por dentro, desde lo más profundo de mis entrañas.

—¡Rashid, cuelga ese maldito teléfono!

Me limpio las lágrimas y permanezco quietecita, escondida detras de una columna, asomando la cabeza como una espía mientras trato de asimilar lo que escuché.

No puedo hacerlo. Simplemente no puedo. Estoy como bloqueada. Atorada en su última frase que se repite en mi mente con el único propósito de causarme más sufrimiento.

—¿Qué mierda quieres? —mi arabillo está furioso, aún dentro de mis lágrimas veo cómo Kerem corre hacia él y le quita el celular de la mano—. ¡Qué carajo haces persiguiéndome! ¡Deberías estar vigilando a Nicci!

—¡Estás cometiendo una locura, imbécil! —le dice en un graznido, con mucho enojo, quien es su amigo de toda la vida—. ¡Estás actuando impulsivamente y como un grandísimo idiota! —se guarda el celular en la chaqueta y con frenesí, agarra de los hombros a mi esposo—. ¿Qué demonios te pasa? ¿Cómo puedes hacer semejante taradez?

—¡No es un impulso idiota! Tú entiendes mejor que nadie, que no es impulso idiota.

Un fuerte empujón desestabiliza a Rashid y mis ojos se abren con asombro. No voy a permitir que Kerem se comporte de esa manera con mi arabillo. Ni de broma.

Hago acopio de la poca valentía del día que aún me queda y doy un paso hacia adelante.

—¡Llamaste al abogado de tus padres! —sus palabras me detienen e inconscientemente retrocedo—. ¡Estabas adelantando los documentos para firmar tu testamento, menudo imbécil!

Con una mano me toco el pecho. De seguro mi corazón es un roble, porque de ser más frágil a estas alturas ya habría sufrido un infarto.

¿En qué momento mi hombre enfermó a tal punto que ahora corre peligro su vida?

¿Cómo fui tan egoísta de pensar en mí y en lo que yo sentía con sus malos tratos, siendo que quién más sufría era él?

Mi arabillo prepotente, vigoroso, el amo del mundo si se lo proponía, se está rindiendo, se está destruyendo a sí mismo en la soledad para evitarme a mí el sufrimiento.

—No hay marcha atrás —dice en un alarido roto, mostrándose tan vulnerable y necesitado de un abrazo.

De mi abrazo.

Kerem lo agarra de las solapas de la chaqueta y lo zamarrea.

—¡La hay, pero es momento de que dejes de lado la estupidez y hables con tu mujer! —bufa, lo suelta y se pasa la mano por sus rizos dorados—. Nicci no es tonta. Ya lo sabe, pero necesita escucharlo de tu boca. Solamente ella te hará entrar en razón, no seas terco.

Rashid niega, con brusquedad se escapa de Kerem y antes de echarse a andar hacia el salón, levanta su dedo y lo señala amenazante.

—Si supieras cuánto amo a esa mujer, entenderías que prefiero morirme en silencio a verla llorar por mí —mete las manos en sus bolsillos—. Yo no la merezco. En vez de hacerla feliz sólo le causé putos daños todo éste tiempo.

—No digas eso —le pide—. ¿A dónde vas mi hermano?

—Por un taxi, a mi casa. Si Nicci pregunta por mí, dile que la espero allá.

Sin más desaparece. Me cercioro de que realmente se ha ido y como una leona enfurecida salgo al cruce de Kerem.

Con ira, dolor, tristeza. Con muchas emociones negativas que necesito exteriorizar. 

—¡Porqué! ¡Porqué! ¡Porqué! ¡Porqué! —a puño cerrado golpeo su pecho. Primero se sorprende, luego agarra mis muñecas—. ¡¿Porqué no me lo dijiste?! 

—Por favor, sé que no es fácil pero trata de calmarte. Te va a dar algo.

—¡Qué tiene! —como loca muevo mis brazos. Quiero que me suelte, sin embargo me aprieta con más fuerza—. ¡Qué tiene mi Rashid!

Intento respirar pero me cuesta. Estoy demasiado agitada, mi cabeza late como un segundo corazón y las piernas me tiemblan.

—No debo ser yo quien te lo diga —sus ojos reflejan pena y tristeza.

Con lentitud me suelta y con firmeza sujeta mi codo. Me lleva hasta un rincón del patio, dónde nadie se acercará y se sienta en el pasto, invitándome a hacer lo mismo.

Accedo a su invitación. Honestamente ya no me puedo mantener en pie y necesito comenzar a relajarme aunque sea un poco, o sufriré un colapso nervioso.

Limpio mis lágrimas. El rímel mancha mis manos y la tierra y el pasto mi vestido, pero no me importa en lo absoluto. No regresaré a esa fiesta, que Bruna se encargue de ella. Lo hará bien.

Apenas mis nervios se calmen conduciré a casa.




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