Al Borde del Abismo Libro 2

AMORES DE OTOÑO

DEL OTOÑO APRENDÍ QUE AUNQUE LAS HOJAS CAIGAN... EL ÁRBOL SIGUE DE PIE. 
 

Dos años atrás... 

RASHID

De a poco voy abriendo los ojos. Siento pesadez en mi cabeza y un fuerte dolor en todo mi cuerpo. 

—¡Pero qué mierda! —me quejo de más dolor y molestia cuando abro los ojos y la luz blanca, brillante, desagradable me encandila—. ¿En dónde carajos estoy? —cierro los ojos de nuevo e intento con todas mis fuerzas recordar cómo fue que vine a parar a ésto. 

—Señor Ghazaleh —escucho la voz de una mujer, así que pestañeo y vuelvo a mirar a mi alrededor, esta vez, con la iluminación más tenue—. Señor Ghazaleh, ¿me oye? 

Arrugo el ceño y mientras miro lo que me rodea, afirmo. 

Me encuentro en una sala de hospital y como si fuera un puto chiste yo estoy acostado en la cama, no hay ningún enfermo, sólo yo. 

A mi lado, un médico me mira, me analiza, me pone malditamente nervioso. Y peor me pongo cuando la busco a ella, a los dos, pero no los veo. 

Despacio empiezo a enderezarme y me siento en la camilla. 

Mi gitana dio a luz, mi hijo nació y como buen marica me desmayé de la impresión. 

Qué decepción. 

Nicci debe estar como loca preguntando por mí y yo acá, dándome el gustazo del año: perder el sentido cuando mi hijo acabó de nacer. 

—Tengo que ver a mi bebé —bajo la vista y me altero al notar que en mi mano inyectaron una jodida aguja—. ¡Sáquenme eso! ¡Necesito ver a mi esposa, a mi hijo, y saber cómo están! 

Preso de la ansiedad y el desconcierto trato de quitarme la vía que me colocaron pero el médico se acerca, impidiéndolo. 

—Su esposa se encuentra perfectamente. El pequeño está excelente —acomoda la vía y ojea la planilla que está sosteniendo—. Buen peso, buenas medidas —palmea suavemente mi hombro, mientras yo me muero por saltar de la camilla, salir corriendo de la sala e ir al cuarto dónde están los dos para abrazarlos y besarlos—. Felicidades. 

Sonrío conmocionado. 

Sin dudas este es el día más feliz de mi vida. Patético por lo que me sucedió, pero feliz. Feliz por mi hijo.  

—Gracias, doctor —me bajo de la camilla y bufo al percatarme de que una simple bata me cubre, que mi ropa se encuentra en una silla y que literalmente estoy en pelotas—. Cargue a mi nombre en la cuenta del hospital lo que cueste esta consulta —me río y con esfuerzo comienzo a vestirme; frente al médico, me importa una mierda, sólo quiero irme—. Nunca imaginé que ver nacer a Ismaíl fuese a afectarme así. Créame que he visto cosas realmente peores y horrendas —vuelvo a reír—. Pero en fin. 

Doy algunos pasos hacia la puerta de la sala pero el especializado, muy serio y determinado me detiene y no me deja salir.  

—¿A dónde cree que va? —me pregunta con autoridad. 

Lo miro con el ceño arrugado. Seguro no se dio cuenta, pero acaba de preguntar una reverenda estupidez. 

—Me voy con mi familia, por supuesto. 

Respira profundo, se toma unos minutos de silencio que me ponen de mal genio y al final niega. 

—Lamento decirle que eso no va a poder ser posible por ahora. Usted y yo debemos hablar y es impostergable. 

Sus palabras me toman por sorpresa.  

—No entiendo, ¿de qué quiere hablar conmigo? 

El médico, bastante veterano, de barba y pelo canoso y porte encorvado me extiende la planilla que hasta hace un instante sujetaba entre sus dos manos. 

No comprendo lo que veo y menos consigo interpretar lo que significa cada número, valor y resultado extraño que aparece allí. 

—¿Qué es esto? —cuestiono, muy confundido. 

—Los resultados de algunos análisis que le hicimos una vez cayó desmayado en la sala de parto. 

—¿A-análisis? —balbuceo nervioso—. ¿Análisis de qué? 

Nunca antes me habían hecho un puto análisis clínico de nada. Siempre fui sano. Sanísimo y fuerte como un roble.

—Es un control de rutina que le hacemos a cada paciente que ingresa con cita previa o a quién se descompensa en sala espera... Como le sucedió a usted... 

—Continúe, por favor —empiezo a preocuparme. 

—No me es fácil decírselo pero —sus labios se tuercen una mueca que delata pesar y al mismo tiempo seriedad—, me vi en la obligación de solicitar otros estudios porque el resultado inicial arrojó una anomalía. 

Abro bien grandes los ojos. Mi garganta se seca. 

—¿Cómo que anomalía? 

—Señor Ghazaleh, estuvo una hora inconsciente y eso nos obligó a realizar estudios de urgencia. Su corazón, su frecuencia cardíaca, su sistema circulatorio están en buen estado así que procedimos a una tomografía computarizada para evacuar sospechas. Respondiendo con ello a la pregunta de porqué trae una vía —señala mi mano, dónde está la vía que no me dejó quitarme. 

Respiro profundo. Estoy cansado e inquieto por el rumbo sombrío que toman mis pensamientos

—¿Mi esposa? —pregunto con cautela.  

Intuyo lo que me va a decir. Ya sé que me va a doler más que una patada en los huevos. Tengo el presentimiento de que me va a doler de la misma forma que le dolió a mi pobre madre. 

—Ya le dije, ella está en perfectas condiciones.

—No es eso —me irrito—. Me refiero a que si está al tanto de lo que está pasando conmigo.  

Me observa contrariado y procesando mi oración, niega. 

—Aún no le hemos dado el parte médico. 

Esbozo una amarga sonrisa y resignado a recibir la peor noticia que podría haber imaginado, afirmo con la cabeza, me quito las cintas que envuelven mi mano y me arranco la vía. 

—Dígame qué tengo —digo, reprimiendo la rabia que estoy sintiendo.  

El médico se asusta con mi reacción anticipada pero lo único que hace es desechar la aguja y ofrecerme algodón para controlar el breve sangrado. 

—El hospital ofrece tratamientos, algunos fuera del recinto que los brindan particulares privados... 




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