Al Borde del Abismo Libro 2

AMORES DE PRIMAVERA

SERÁS ETERNO COMO EL TIEMPO Y FLORECERÁS EN CADA PRIMAVERA. 

Actualmente

RASHID

Es de madrugada y todavía estamos despiertos. Nicci le subió el volumen al plasma y aquí está, sentada a lo indio y riendo como niña chica gracias al programa humorístico que están pasando en un canal de celebridades.

Aprovecho que se encuentra ensimismada en la pantalla y la observo a detalle.
Observo boca carnosa, de labios gruesos y sonrosados; su mentón definido; el contorno de su mandíbula y el pelo... Su larguísimo y ondulado pelo de hebras tan negras como el azabache.

Es una mujer exuberante. Una delicia a los ojos de cualquiera. Un encanto por dónde se la mire y... Yo me di el lujo de menospreciarla, de humillarla y de hacerla sufrir durante todo un año.

Me di el maldito lujo de querer perder a mi mujer.

Qué estúpido que soy. Me comporté como una basura y estoy terriblemente arrepentido.

La veo ahora, incondicional, dispuesta a estar para mí y me siento un bastardo.

Eso soy; un bastado que la ama con locura.

—¿Acaso soy más divertida que lo que pasan en la tele? —pregunta, pillándome en el momento en que miro sus senos y el apetecible monte que forman en el escote de su pijamas.

Me humedezco los labios y levanto la mirada hacia su cara.

Hay una chispa de picardía en sus ojos pero definitivamente lo que más me gusta en ella es su ceja izquierda levantada.

Le da un aire presuntuoso y arrogante que me vuelve malditamente loco.

—Es posible —digo en un suspiro, haciéndome el idiota—. Pero no te entusiasmes demasiado, nena. Tienes —me toco con la punta del dedo la parte baja de la garganta—. Tienes restos de comida ahí.

Ella abre grande sus ojos verdes y maldice mientras se limpia varias veces con la mano.

—¿Ya está? ¿Ya salió? —se impacienta.

Frunzo el ceño y me inclino hacia adelante.

—Te queda un poco de salsa —replico y no puedo evitar la risa al verla pasarse la mano con frenesí.

—¡Me estás jodiendo! —se queja cuando rompo en carcajadas—. ¡Pero eres un idiota!

Pone su más adorable y condenada cara de enojo y se cruza de brazos.

Mis ojos otra vez van a su escote.

Carajo.

¡No puede ponerse ese pijamas!

Sólo de ver el monte de sus senos empiezo a perder la cabeza.

—¡No me mires las tetas! —estalla molesta, tapándose con la tela.

Sin contenerme de reír la agarro de la cintura y con fuerza, pese a que pelea porque la suelte, la traigo hacia mí. La siento en medio de mis piernas, y paso mi nariz por su cuello, haciendo que se estremezca.

El olor de su cabello es adictivo. Huele a orquídeas.

—Amo cuando te enojas —susurro en su oreja a la vez que estiro la mano y toco sus muslos enfundados en la sedosa tela blanca.

—¡No me enojé! —replica... Enojada, quitando mis manos de su cuerpo. Ignoro su rechazo y vuelvo a apoderarme de ella, sólo que ahora la tomo de la cintura y la presiono contra mí—. ¡No me toques! —se queja, por poco pataleando.

Mi pecho se pega a su espalda y sin más remedio, con la proximidad de su figura deliciosamente curvilínea, mi miembro reacciona.

—Cariño —ronroneo, apresando entre mis dientes el lóbulo de su oreja—, te olvidas que te conozco mejor que nadie.

Su espalda se arquea ligeramente ante mis palabras.

—No sé a qué te refieres —dice, haciéndose la desentendida.

En mi subconsciente suelto una carcajada cargada de ironía.

Con que no sabe... ¿Eh?

Yo le voy a ayudar a recordarlo.

Mi boca empieza a explorar su cuello,. is manos hacen a un lado su pelo y beso su nuca y el delicadísimo contorno de sus hombros, aún por encima de la tela.

Estoy agotadísimo, hoy fue uno de esos malditos días donde mi energía se redujo a cero. Estoy deseando un calmante y acostarme a dormir, pero por otra parte estoy deseando follarla.

Es tal mi hambre por Nicci, que necesito tomarla aquí mismo, estar dentro de ella y perder el poco aliento que me queda al gemir su nombre.

Necesito de esta mujer.

Necesito hacerla mía de nuevo. Toda mía.

Porque eso es Nicci: mía.

—¿No sabes? —levanto la cabeza y rozo mi nariz en su cuello, aspirando su perfume.

Toco sus costillas, su vientre y respirando en su perfil sigo subiendo. Subo hasta llegar a la camisa de pijamas. Desprendo el segundo botón y continúo con los que restan.

Me muerdo el labio al sentir su piel caliente en mi poder. Sus senos grandes, rosados, perfectos para mis manos.
Su respiración se vuelve más pausada y aunque no se haya dado cuenta, instintivamente su cabeza se echó hacia atrás.

—No quiero que lo hagas —murmura con la voz quebrada.

Suelto una risita baja que choca contra su mejilla.

Qué descarada. 

—Mentirosa —paso mi lengua por el contorno de su rostro y en respuesta jadea, quita mis manos de su cintura y se da la vuelta.

Con la camisa abierta y sus pechos al desnudo se sienta a horcajadas de mí.

No puedo dejar de admirarla.

¿Cómo no hacerlo si es una diosa?

Con su piel ligeramente dorada, las hebras de cabello azabache cayendo como cascadas por sus hombros, con sus ojos brillando y su tentadora boca entreabierta parece una diosa invitándome a pecar.

—¿Qué pretendes hacer conmigo? —me provoca con una sensualidad exquisita, que me excita; que me pone a mil.

Diablos

La observo, partiendo desde su ombligo, siguiendo por su abdomen, su pecho, su garganta y llegando finalmente a su cara.
Me la devoro con la mirada porque realmente, mi cuerpo necesita del suyo. Reclama al suyo. Después de tantos días sin sexo, el apetito por mi esposa es voraz.

Así que...

¿Qué pretendo hacer con ella? Pues... El amor.




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