Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO CATORCE

Los días comenzaron a pasar. Rápido algunos, otros demasiado lentos y agónicos.

Han sido seis semanas de cambio, de adaptación, de esperanza y de desesperanza.

A todos nos ha pegado duro la noticia que dejó de ser secreto para la familia.

Mi madre, no paró de demostrar su apoyo y cariño hacia mi esposo.
Mi padre y mi padrastro han estado acompañándonos y ayudándonos, principalmente en brindarle a Rashid buenos consejos y mucho optimismo.
Bruna, desde la mañana que me vio llegar a la clínica con unas ojeras de espanto por pasarme la noche despierta, tampoco se ha separado de nosotros. Y con su forma poco sutil y nada cariñosa le rogó a mi arabillo que pusiera todo su empeño en salir adelante.

No transcurrió demasiado tiempo luego de la confesión de su enfermedad para ser testigo de sus insomnios, sus dolores de cabeza que lo han llevado al límite de la agonía y los estragos que una nueva sesión de quimioterapia están haciendo en su cuerpo.

Después de que el magnate mostrara su lado más roto y vulnerable a nuestra familia, el día a día ya no volvió a ser igual.

Meredith y Stefano siempre se mantienen al pendiente de él, porque cada dos por tres se desmaya o pierde la noción sobre dónde se encuentra.

Yo he delegado casi todas mis responsabilidades a Bruna puesto que la terapia, la quimio, las revisiones continuas y el hecho de que Rashid se haya rehúsado a contratar a una enfermera me absorbieron por completo. La enfermedad de mi marido, mi hijo y el bienestar de ambos es lo que ha ocupado mi mente y mi energía durante este mes y medio.

A decir verdad, la situación nos trae con el alma en vilo pero admito que esta horrible y maldita enfermedad que amarga mi día a día nos ha unido como familia.

Si algo bueno obtengo de esta horrenda mierda que tiene a mi esposo un caos, es que volvió a unirnos.

Bruna, Kerem, mis padres, Meredith, Stefano... Yo. Todos apostamos a contenerlo de la mejor manera posible. Incluso mi pequeño, que percibe cada detalle de lo que ocurre a nuestro alrededor se ha mostrado más afín a su papá.

Le corretea de atrás todo el día, le acompaña y le mima.

Sin lugar a dudas, Ismaíl es mi solcito en la casa; quien a diario ilumina y entibia el triste semblante de su padre.

Y aún dento de lo injusta y agobiante que es la situación yo me siento llena de dicha. Lo tengo a mi lado y es eso lo único que importa.

Rashid me dio la oportunidad de cuidarlo, consentirlo y amarlo. Puso en mí la esperanza de una pronta recuperación y no voy a fallarle.

Seguiré buscando incansablemente alternativas hasta que por fin alguien atienda mi llamado y me diga: "señora, operaremos a su esposo".
Lo haré porque me prometí estar al lado de este hombre arrogante, dominante y encantador hasta que la vida, los años recorridos y las canas tiñendo nuestros cabellos decidan separarnos.

Separarnos para entonces volver a encontrarnos en otra vida, en otra dimensión o en otra eternidad distinta de esta.

*********

—¡Ismaíl, no! —pongo mis brazos en jarra y me preparo para enfrentar a mi pequeño que con dos años y pocos meses ha aprendido a rechistar sin impedimentos—. No le hagas eso a tu padre.

Se ríe a carcajadas, ignorándome por completo.

—Déjanos jugar —Rashid hace un adorable mohín que su hijo imita, mientras mi jinete en miniatura cabalga en sus piernas—. No vengas a ponerte aguafiestas. 

Respiro hondo y alzo una ceja al verlos. Estoy preocupada por él y parece que no lo entiende.

—Sabes que no puedes hacer movimientos bruscos y tampoco agotarte —me acerco al sillón dónde se encuentran jugando y me siento en el posabrazos—. Por favor —acaricio el pelo brillante y oscuro de Ismaíl y luego la delgadísima mejilla de Rashid.  

—Te preocupas demasiado —ladea la cabeza rechazando mi mano y me regala una débil sonrisa—. Estoy bien y me siento bien.

Relamo mis labios para ocultar la tristeza en mi cara.

Odio verlo fingir.

—Quiero cuidarte —le digo en baja voz.

Ismaíl se remueve en sus piernas y se va directo a la alfombra dónde un montón de peluches le esperan.

—Lo sé, gitana, pero yo quiero disfrutar de ustedes —con lentitud se endereza, sujeta mi mano y besa mis nudillos—. No pido nada más que disfrutar de ustedes.

Oírle pero sobre todo verle me genera malestar.

Está muy delgado y pálido, ha perdido lenta y desesperantemente la visión a largas distancias y poco a poco, también el cabello, se cansa con facilidad y la mayor parte del tiempo se le nota extenuado.

Me da tanta impotencia no poder hacer más.
A veces, cuando cierro los ojos y estoy por dormir le ruego a Dios que al despertar alguien me llame y me brinde una buena noticia.  Y otras veces de tanta rabia que siento, desearía haber sido yo... Y no él.
Me vuelve loca del desespero ésta situación. No como, no logro dormir, no estoy tranquila ni por un instante, ya no tengo uñas por la cantidad de veces al día en que las muerdo.
Y aunque la pena y la amargura me están consumiendo por dentro nunca dejo de sonreír. A Rashid y a Ismaíl les demuestro mi yo más deslumbrante para que vean que en mí hay apoyo, hay contención, hay amor y de sobra.

Me levanto del posabrazos del sillón, doy un par de pasos y me acuclillo frente a él.

—Quiero que te cuides —apoyo mis manos en sus rodillas—. Necesito que te cuides lo más que puedas hasta encontrar al neurocirujano correcto.

Se ríe con un dejo de sarcasmo y hace una cara que delata su desesperanza.

—Eres demasiado ilusa —murmura enojado—. Ya pasó más de un mes. ¡Más de un puto mes en el que no hemos tenido novedades y en el que yo tampoco he avanzado con la jodida quimio! —evita mi mirada—. Yo sólo siento que estoy retrocediendo. 

—¡No lo digas! —me estiro y con la punta de mis dedos ladeo su rostro hacia mí de nuevo—. Seamos pacientes.




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