Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida.
—¿Me van a operar? —su incredulidad y su emoción me conmueven de una manera inexplicable—. ¡Me van a operar! —exclama con algarabía—. Hay un neurocirujano en Lisboa que me va a operar. No lo puedo creer con un demonio —de repente su frente se arruga, inquietándome—. ¿Acaso dijiste Lisboa?
De mi boca sale una carcajada al notar su confusión. Limpio esas rebeldes, aliviadas y esperanzadas lágrimas que le mojan el rostro y bajo a Ismaíl al piso.
Sin entender qué es lo que nos pasa nuestro hijo regresa al rincón dónde ha dejado todos sus juguetes.
—Dije Lisboa —afirmo, sin perder la sonrisa.
Le veo como nervioso. Su ceño fruncido y sus dedos entrelazados lo delatan. Con lentitud regresa al sillón, toma asiento y palmea sus piernas para que me acomode en ellas.
—Pero eso queda en Portugal —dice en un murmullo.
Y aunque suene graciosa su manera conflictuada de expresarlo entiendo muy bien a lo que se refiere. Hace dos semanas ha dejado de conducir y evita lo más que puede salir en carro. Los mareos y el malestar están limitando muchísimo sus diligencias fuera de la casa.
Tal es así que ha dejado a Kerem, su abogado de cabecera a cargo de la administración de los hoteles y al frente de la junta directiva.
—Dios... Lisboa es en Portugal —se pasa la mano por el pelo.
—¿En serio? No tenía ni idea —bromeo, para que no se agobie de antemano. Sé que su temor es el viaje, las largas distancias y sobre todo el avión. Teme pasarla de lo peor con su malestar.
—No te burles de mí —replica pensativo.
Pongo mis manos alrededor de su cuello, beso su mejilla y me acerco a su oreja—. ¿Qué tal si te cuento lo que dijo el doctor?
Se remueve en el sillón y afirma con la cabeza—: Por supuesto.
—Me comentó que el neurocirujano es excelente, el mejor entre muchos. Que deberás realizarte ciertos análisis previos pero que él se muestra muy optimista —tomo distancia y me deleito en su sonrisa y sus ojos negros que hasta ahora lucían apagados.
—Es una noticia tan maravillosa —vuelve a acercarme a él y hunde su nariz en mi pelo suelto—. Tal vez viva, Nicci. Tal vez viva...
—¿Tal vez? —pregunto con seriedad, alejándome y obligándole a que me mire—. Tal vez no... Vas a vivir. Tienes que recuperarte.
Voy a rezar por ello mucho más de ahora en adelante.
Voy a rezar para que me lo devuelvan sano, sin riesgos de muerte, sin ese maldito tumor que lo consume día tras día.
Estoy tan aferrada a la esperanza que no considero ningún otro tipo de desenlace.
Los brazos de Rashid rodean mi cintura. Percibo el calor que emana su cuerpo y el cariño que me transmite con su caricia.
—¿Sabes una cosa? —su escasa pero rasposa barba, roza mi mejilla causándome un suave cosquilleo—. A veces me pregunto qué habría sido de mí si no me hubiera encontrado contigo; si no te hubiera tirado al piso aquella vez, cuando todavía eras una niñita tonta —su risa choca contra mi rostro—. Sé lo que piensas pero... Me atormento a mí mismo al imaginar si nunca te hubiera conocido.
—Ay, cariño —despacio deslizo mis yemas por su frente y el nacimiento de su cabello. Le encanta que lo haga. Le relaja y a veces, hasta logra calmar sus agónicas jaquecas—. Estábamos tan rotos, tan vacíos y tan perdidos que al final estaba hecho para nosotros el encontrarnos —beso sus tibios, carnosos y deliciosos labios que hoy me saben a gloria—. Y empezamos mal. Los dos sabemos que empezamos mal. Que nos enfermamos el uno por el otro, que nos volvimos dependientes el uno del otro, que nos amamos con intensidad y con ese sentimiento de posesión que solamente tú y yo entendemos... Y que muy en el fondo nos encanta.
—Si no fuera porque siempre la estoy cagando hasta el fondo —se queja, con su boca sobre la mía.
Le doy otro beso y me separo de él.
—Aunque todo el tiempo actúes con terquedad, yo sigo creyendo que eres condenadamente adorable y noble.
—¿Por qué? —con interés alza una ceja.
—Porque te sacrificas por mí y por Ismaíl y ese es el acto de amor y de nobleza más puro en ti —hago una breve pausa—. No te preocupa el hecho de infringirte daño y dolor si con ello nos cuidas, nos proteges y nos haces felices —con mis dedos índices dibujo líneas por sus pómulos filosos, su cuello delgado y su pecho. Ahí me detengo, bajo la tela que a duras penas cubre su pectoral derecho. Y es en el comienzo de sus costillas que presiono mi mano. Aquí está el último tatuaje que se ha hecho. Uno en alusión a mí, a nuestro hijo y a aquello que tanto ama en su vida. Un tatuaje que decidió hacerse justo antes de que toda esta mierda levantara entre ambos una muralla.
Nada tan simbólico para los dos como el trazo de un infinito, en su piel... Y en la mía.
Cuando mi hijo cumplió su primer año me armé de valor, y junto a Rashid pedí por un infinito y tres iniciales que para mí significan mucho más que un adorno en la piel. Significa eternidad, amor e inagotable fortaleza.
—¿Cómo pudiste llegar a enamorarte de mí, mujer? —su pregunta me saca de mi momento pensativo, ausente y nostálgico—. ¿Cómo llegaste a enamorarte de un tipo caótico que sólo sirve para enloquecerte?
—No sólo sirves para enloquecerme. Besas delicioso, me mimas y me follas como ninguno.
Su cara se tuerce en una mueca de seriedad, desaprobación y desmedidos celos.
—Soy el único —se tensa—. Fui el primero en follarte y voy a ser el único.
Me muerdo los labios para no reír y ladeo la cabeza hacia un costado—. ¿No te aburres de oír mi respuesta?
—No —se relaja—. Aparte soy un enfermo. Tu deber es complacerme.
Ruedo los ojos sin poder creer lo que dice. No para ni un segundo con su arrogancia.
—Está bien —suspiro—. La verdad que ya conoces de sobra es que te odié más que a nadie. Te detestaba tanto que sólo me motivaba mi deseo por hacerte la vida imposible y miserable —me callo y observo su cara a la expectativa. Parece un niñito que escucha su cuento favorito—. Quería joderte como no te haces idea... Pero como todo en la vida tiene un pero, enloquecí por completo, perdí mi compostura, me volví una desdichada amante de la toxicidad y me enamoré de ti —otra vez se ofusca y no me controlo; me río a carcajadas—. ¡Es mentiraaa! —le bromeo—. Aunque sí hay algo de lo que estoy muy segura, y es que crucé la línea del odio al amor contigo. Si me gustaste siendo un hombre malo e indiferente, ¿cómo no amar al Rashid que pone mi mundo de cabeza, que me ve como su todo en la vida y su única razón sonreír? —me encojo de hombros—. Si me enamoraste siendo un tarado, no pretendas menos cuando conozco al verdadero caballero que se escondía detrás de esa idiotez y resentimiento.