Un amor muere y otro comienza. Al final... Todo vuelve a comenzar.
Mi corazón se desboca. El oxígeno se queda atascado en mi garganta. Tengo el estómago vuelto un nudo. Me siento confundida; en shock.
Estoy feliz de verlo vivo pero no me miento a mí misma, porque el desconcierto es tan grande que me cuesta procesar lo que tengo frente a mis ojos.
Despacio, casi en cámara lenta muevo mi cabeza en dirección al Doctor Valente—. ¿Qué... Qué es lo que está pasando?
Estoy llena de desasosiego y miedo.
—Exactamente lo mismo me pregunto —el desdén con que Rashid habla es elocuente. Me repele, no me reconoce. Y este golpe me duele igual que los anteriores. Que no pueda recordar quien soy me lastima. Es como si me metieran en el corazón una vara de hierro candente—. No sé quién es esta mujer. Entra con puras confianzas a mi habitación y yo no la conozco —su cara luce enojada. Intenta enderezarse, haciendo muecas de dolor, pero una enfermera se lo impide—. ¡Quién es! ¡Quién demonios es! —el tono en su voz vibra y por cómo se retuerce en la cama, temo porque sufra una crisis nerviosa.
—Señor Ghazaleh, cálmese —Valente se le acerca, y mira el goteo intravenoso que Rashid tiene a un costado de la cama.
Por ahí es que le administran medicación. De la bolsa intravenosa que ajustada a un poste, se desplaza por un tubo y llega al catéter que está en su mano izquierda.
—¡No quiero estar calmado! —ruge, alarmando a los dos enfermeros, a Valente y otro médico presente—. ¡Yo no sé quien es esa mujer! —me señala con el dedo y termina de perder el control de sí—. ¡Quiero que se vaya! ¡Vete! ¡Vete! ¡Sáquenla! —sus gritos obligan al segundo médico a aproximarse a la cama.
Le pide algo a la enfermera que no sostiene a Rashid; algo que imagino, es más medicación y al cabo de unos segundos, inyecta el contenido de una jeringa en la bolsa intravenosa.
—Está atravesando un post operatorio sumamente delicado —Valente suena conciliador pero a mí, la situación me pone de mal, a peor—. Rashid, es importante que se tranquilice.
Con rapidez el estado nervioso de mi esposo se disipa. Sus párpados amenazan con cerrarse pero antes de caer rendido a cualquier tipo de sedante, vuelve su ausente, vacía y frívola mirada hacia mí.
—A esa señorita... La quiero fuera de mi dormitorio —su cara se contrae en una mueca cargada de enojo y desprecio—. Largo —me dice—. Lárgate de aquí.
Me quedo quieta en mi lugar, viendo cómo repitiendo que me vaya, que salga del cuarto, que no me quiere cerca, mi arabillo se queda profundamente dormido.
Disimulo mi amargura y me aclaro la garganta.
Este hombre es tan parecido a aquel que detestaba hace años. Aunque sé que las circunstancias son distintas no puedo evitar compararlo.
No puedo evitarlo porque no es mi esposo quien habla, sino un fiel recuerdo de su pasado.
Quien me echó del cuarto en resumidas cuentas es un hombre vacío de recuerdos y de sentimientos.
—Venga conmigo, Nicci —con cautela, Valente sostiene mi antebrazo y me alienta a salir de la habitación.
—Estoy... Confundida. Es extraño verlo así —aprieto los labios al mismo tiempo que trago saliva—. Es bueno verlo vivo, pero es horrible verlo así.
La puerta se cierra, y despacio vamos de camino al box privado en dónde esperé por horas.
—Me he mantenido en contacto con el neurólogo de Rashid, en Roma. Él les explicó acerca de las posibles secuelas que acarraerían la operación.
—Sí lo hizo —suspiro—. Pero ni siquiera bajo advertencia pude prepararme para ésto.
—Más que nadie entiendo su posición —se rasca la barbilla y se arregla la túnica que trae puesta—, pero ante todo, es importante que alcance a comprender la magnitud de esta secuela en particular. De qué se trata y cómo la vamos a afrontar.
Vuelvo a suspirar y por dentro voy asumiendo lo que será el comienzo de una nueva y durísima batalla. Una batalla en la que me voy a enfrentar con su mente vacía. Vacía de mí, de Ismaíl, de nuestra vida, nuestra relación y nuestros recuerdos.
Va a ser duro, me va a doler al igual que cada día que lo acompañé en su guerra contra el cáncer pero lo voy a soportar.
Yo puedo. Yo sé que voy a poder con esto.
Aunque el destino se divierta jugando conmigo; que me da un momento de felicidad y así como me lo da me lo quita, yo voy a poder con todo esto.
Inhalo hondo y en la mitad del pasillo me detengo.
—¿Qué pasó? —le pregunto—. Doctor, quiero saber qué es lo que le pasó.
—¿Qué tal si vamos a mi consultorio? Está en el corredor tres —me sugiere—. Podremos conversar mejor.
Accedo a lo que me propone y cuando llegamos a su consultorio, tomo asiento. Valente se acomoda en su silla, detrás de un elegante escritorio de vidrio, y frente a mis ojos lee algunos análisis clínicos.
—Es amnesia, ¿verdad? —me armo de coraje y lo observo fijamente—. Rashid sufre de amnesia.
Levanta la vista de las hojas y afirma con la cabeza.
Exhalo. Froto mis párpados.
Estoy exhausta pero aún así me mantengo sumamente atenta a sus palabras.
—Estamos estudiando y analizando las variables de la amnesia para entender cuál es la que afecta a su esposo —me dice—. Dado que recién acaba de salir de un estado de anestesia, pero que al mismo tiempo tuvo que ser cuidadosamente sedado por la crisis nerviosa que le abordó, se nos enlentece un poco más el obtener resultados concisos.
Se calla unos minutos que para mí son una eternidad.
—Explíqueme, por favor.
—Estoy intentando traducirlo a términos no tan médicos, así que, lo que en primera instancia procuramos establecer es qué tipo de amnesia padece Rashid. Según algunas pruebas primarias que obtuvimos del paciente, consideramos que podría ser amnesia selectiva. Tal vez logre recordar ciertos acontecimientos presentados durante cierto lapso de tiempo —inhala—. Es decir, puede recordar algunos hechos... Banales y olvidar aquellos que tenían una fuerte carga emocional para él.