—¡Mami, mami, mami, mami! —es Ismaíl. Ismaíl me está brincando encima—. ¡Mami, pepierta, mami!
Medio dormida y sin abrir los ojos le sonrío mientras que con las manos voy buscando sus piernecitas.
Quiere que me levante.
De seguro ya es tarde. Y mi alarma personal me lo está reclamando.
—¿Quién... Está calbagando a su pobre mamá? —con mi ronquera, propia de cada mañana suelto una risita—. ¡Ajá! —giro en la cama y él rueda como una pelota, cayendo a mi lado en el colchón—. ¡Eras tú!
Se ríe emocionado, se sienta y aplaude.
—Mamo —agarra mi mano y tira de ella, haciendo que enarque una ceja—. Mamo, mamá. Mamo, apera.
Ja, pero veánlo nomas; despertándome porque se quiere ir a jugar afuera.
—Yo creo que... —estiro la sábana, lo tapo y lo aprieto contra mi pecho— Deberíamos quedarnos un ratito más en la cama —beso sus dos regordetas mejillas—. Prendemos la tele, miramos dibujitos...
Mis caricias le causan cosquillas pero eso no le priva de negar con la cabeza en respuesta a lo que dije.
Suspiro profundamente y me resigno. Cedo a lo que él quiere: salir a jugar y a gastar esa energía que parece inagotable.
Llevamos acá seis días.
Seis días de habernos instalado en Lisboa y mi hijo es el que más está disfrutando del cambio.
La nueva experiencia le ayuda a sobrellevar el hecho de que Rashid aún continúa internado, y parece estar fascinado con la ciudad a la que vinimos a parar.
La casa que renté es espaciosa y muy grande. Tiene dos pisos, muchas habitaciones y una sala inmensa. Aparte del enorme jardín que está lleno de árboles, arbustos y un parque de juegos para niños.
Es una casa cercana a la clínica y ubicada en un punto estratégico dónde todo sitio de la ciudad, nos queda relativamente cerca.
—Mama, tele no —se remueve y se escabulle de mis brazos, sólo para ponerse a refunfuñar—. Apera, mama. Mamo...
Niego varias veces sin perder la sonrisa embobada que tengo pintada en la cara y me enderezo en la cama.
Lo observo luchar con la sábana para al final destaparse e irremediablemente, me pongo a pensar.
Mientras miro a mi hijo mi mente divaga.
Pienso en todos los cambios que atravesamos en apenas unos días. Cambio de país, de ciudad y casa. Cambios en nuestra familia, porque ni mamá ni papá pudieron venir a visitarnos todavía e Ismaíl en cierto modo siente la ausencia de sus abuelos. Y también está el tema de Rashid.
El gran tema de mi esposo, que en casi una semana no ha mostrado ningún avance ante los ojos médicos.
No consigo adaptarme a su nuevo estado. Por más que trato de hacerme a la idea, me resulta demasiado difícil nuestro vínculo prácticamente nulo.
En lo que llevamos en Lisboa lo he visto muy poco. Sufrió de una aguda crisis nerviosa el segundo día de post cirugía y por orden médica tuve que restringir mis visitas.
Solamente yo puedo definir esta mierda como un calvario. Solamente yo.
—¡Ey, Nicci, arriba mujer! —la voz alegre y cantarina de Bruna resuena al otro lado de la puerta.
—Ya estoy despierta. Pasa.
La puerta hace un suave ruido al ser abierta y levanto la mirada para observarla entrar.
Amiga y nueva vecina. Así de leal es Bruna, que delegó a Corina el provisorio cargo de jefe, viajó con su notebook del trabajo bajo el brazo, rentó la casa más cercana a la mía y vino a parar a Lisboa con el propósito de ayudarme a mí.
—Aunque tomé dos tranquilizantes para dormir, me cuesta pegar el ojo. Y cuando puedo hacerlo pues... Mi alarma miniatura empieza a chillar —en consecuencia le revuelvo el pelo a Ismaíl.
—Te vas a enfermar si no empiezas a tomarte esto con un poco más de calma —se sienta a mi lado y palmea mis piernas. Ella también luce amargada. A decir verdad el pronóstico de Rashid nos ha golpeado duro a todos—. Si te enfermas, Nicci, no vas a poder ayudar en nada. No vas a poder hacer nada. Te vas a volver una inútil.
Evito rodar los ojos. La sutileza es su virtud, seguro.
—No puedo estar calmada —replico—. Hasta no saber algo positivo de Rashid yo no voy a tener calma.
Bruna toma aire, lo suelta y se pone a jugar a los pellizcones con Ismaíl—. ¿Vas a ir hoy? —me pregunta.
—Como todos los días.
—¿Porqué no dejas que vaya Kerem y aprovechas a descansar? —me observa fijamente—. Es decir, no hubieron avances. Él se niega a mantener cualquier tipo de relacionamiento con nosotros y la realidad es que las veces que vas a verlo es cuando duerme —suspira—. Que honestamente, duerme demasiado.
—Es una secuela. Era una probabilidad y un posible riesgo —acaricio la nuca de mi pequeño—. Tal vez suene horrible lo que voy a decirte pero... Prefiero su estado actual a que una secuela peor, una parálisis o su muerte. Prefiero verlo así, porque está vivo y lúcido, con sus cinco sentidos en alerta.
—No olvides que va casi una semana y nada parece haber cambiado en él. Nada, aunque sea mínimo —de pronto se molesta—. Desprecia a Kerem cuando lo visita, a ti ni hablar. Encima decides ir a verlo cuando duerme. ¿Qué tiene de bueno y positivo eso?
—¡Por amor al cielo, ¿y qué esperabas?! ¿Un camino lleno de pétalos de rosa? ¿Que recuperara la memoria de un día para otro? —bufo—. Fue operado de cáncer en el cerebro, Bruna. Por todos los cielos reacciona.
Irritada se cruza de brazos.
Cuando se lo propone se coloca el chip de terca y no hay quien la haga entender lo contrario.
—Eso no justifica su comportamiento. Nosotros no tenemos la culpa de lo que le tocó. No tiene que portarse como un cretino.
—Está confundido, no recuerda otra cosa que no sea su nombre, ¿No se te ocurre ponerte aunque sea un minuto en su lugar y pensar en cómo te sentirías en su situación? Estarías desesperada, irascible, malhumorada. Estarías depresiva y muerta de miedo y así es como está Rashid —hago una pausa—. Ya lo decidí y no me importa lo que tengas que decir. Cuando le den de alta médica, siguiendo cada una de las indicaciones, le voy a ayudar en todo lo que pueda.