—¿Me está diciendo que Rashid puede ponerse violento conmigo o con mi hijo? —el peso de sus palabras caen sobre mi cabeza como un bloque de cemento.
—Lo feliz para usted sería que le dijera que no, pero a ciencia cierta, el comportamiento que ha presentado su esposo en puntuales momentos del día nos llevó a determinar que sí —Valente me sostiene la mirada—. Ante una situación de desasosiego, profunda tensión, incomodidad e ignorancia, el impulso por el cuál se hará entender y por el cuál se inclinará a descargar su desespero será mediante la agresividad.
Lleno mis pulmones de aire y lo suelto en un fuerte soplido.
—No puedo creer esto —digo—. Cada pronóstico es más duro y más difícil de procesar que el anterior.
—Hablamos de una cirugía a un tumor en el cerebro. La cirugía es dura pero el proceso de recuperación, si lo hay —aclara—, es más duro todavía —se rasca la cabeza, sobre las sienes, donde tiene una ligera calvicie—. Rashid tuvo un tumor cancerígeno Nicci, no una alergia de primavera.
—¡Lo sé, lo sé! —levanto mi mano—. Lo siento, es que... —me toco la frente— Es mucho.
—La clínica puede proveerle un servicio especial y personalizado de terapia. En estos casos, donde hay tanto estrés y tanta angustia, los familiares de los pacientes necesitan de un desahogo y de un soporte emocional.
De tocarme la frente paso a peinarme el pelo con los dedos.
Con todo esto, no tengo tiempo pensar en mí.
—Se lo agradezco y lo voy a tener en cuenta, pero por el ahora quiero enfocarme en mi esposo y en mi pequeño cien por ciento. Son demasiados cambios juntos.
Los hombros de Valente se hunden y extiende los brazos hacia adelante—. Como usted lo prefiera —concilia—, pero no se olvide de lo que le digo: en algún instante va a necesitar de un apoyo profesional y le va a venir muy bien, créame —hace una pausa—. Por otra parte, cuando Rashid sea dado de alta mantendremos una rutina diaria de visitas. Iré yo a visitarlo, y vendrán ustedes a la clínica para los chequeos neurocognitivos. Mientras tanto, designamos a Teo, el joven que conoció hace rato, como el terapeuta ocupacional y acompañante de su esposo. Teo es especializado en la terapia sensorial, y ayudará a Rashid a re-conocer y re-descubrir el mundo con todo y sus aprendizajes mediante las experiencias.
¿Teo?
¿Yo conocí al especializado que va a tratar a mi arabillo y no lo recuerdo?
Teo... Teo... Teo...
Ah sí.
El muchacho de hace rato... Que a lo sumo tendrá mi edad.
Me asombra que siendo tan joven ya se haya especializado en una técnica tan profunda como esa.
—Teo... —alzo una ceja y pongo cara de incomodidad— ¿será un acompañante permanente? Es decir, no me opongo porque es parte de la evolución de mi marido, pero no creo apropiado que se instale en nuestra casa. No me malinterprete —me justifico de antemano—, pero yo no lo conozco y no me gustaría llevar a un extraño a dónde vivo con mi hijo.
Valente sonríe.
—Despreocúpese —me tranquiliza—. Teo trabajará a diario unas tres o cuatro horas. Lo que consideramos justo para no saturar a su esposo de ejercicios, presiones e información. Llevaremos nota de los avances sensoriales y motores que tenga Rashid en su casa y acá en la clínica, nos encargaremos del progreso neurocognitivo —con la hoja en la mano, camina por el consultorio hasta llegar a la puerta—. Venga conmigo.
Me abrazo a la cintura y pestañeo—. ¿A dónde?
—A ver a Rashid por supuesto —sale del consultorio y se voltea a verme—. ¿O es que hoy no tenía planeado visitarlo?
De un salto me echo a andar. Con prisa y nerviosismo.
—Sí. Sí, claro que lo quiero ver.
Sacude la mano en un evidente gesto para que lo siga. Avanzamos el pasillo y observo a la chica del aseo esterilizándolo todo, pisos, asientos y adornos. El corredor huele a alcohol rectificado y lavanda.
—No quiero olvidarme de aclararle algo importante —dice Valente—: a Rashid se le suministrará medicación una vez retorne a casa. En principio estará bajo supervisión de Teo pero después, en horas de la madrugada o bien temprano en la mañana, se encargará usted de administrársela.
—¿De qué medicación habla? —me intereso.
—Aparte de lo recetado para sus dolencias, hablo de dosis bajas de antidepresivos, nootrópicos y sedantes —se aclara la garganta—. Esto último sólo para casos excepcionales como por ejemplo: un episodio violento.
—¿Noo... Qué? —arrugo mi ceño—. Disculpe pero es que no entendí.
—Nootrópicos. Son fármacos que no se utilizan en clínicas comunes ni de fácil acceso. Es un estimulante de la memoria y un potenciador cognitivo. Lo que hace es elevar o desarrollar ciertas funciones mentales humanas como la cognición, la memoria, la inteligencia, creatividad, motivación, atención y concentración —me observa y suelta una carcajada al reparar en mi boca abierta y mi semblante anonadado—. Descuide, no genera dependencia ni adicción. No es un fármaco estimulante del cuerpo humano, sólo de la memoria. No posee efectos sedantes y no se le conocen contraindicaciones.
Muerdo mis labios.
—¿Y qué debo hacer cuándo empiece a hacer preguntas? Cuando quiera saber de su presente, de su pasado o de su familia.
—Esas preguntas no vendrán ahora —doblamos en el box privado y tomamos el pasillo contiguo a su consultorio. El que nos lleva al cuarto del arabillo—. Lo que querrá saber es su presente inmediato y es en lo que estamos trabajando. Con esto me refiero a que él va a necesitar saber quién eres, quienes conforman su círculo más íntimo o si tiene un lugar a donde ir cuando salga de aquí, por ejemplo —nos acercamos a la puerta—. Aunque sinceramente, me gustaría que estuvieras en compañía de uno de nosotros en el momento que te toque ir re- aclarando esos puntos. Vamos a comparar las reacciones en Rashid, dependiendo de la persona que le vaya develando información.