Lo que dice tiene un sólo propósito y ya lo conozco. Quiere sonsacarme información; y el fin justificará sus medios. No le importa lastimar a quien sea en el proceso.
Con mis manos cerradas en puños, con mis uñas clavándose en mis palmas y con mi mandíbula apretada vuelvo a centrarme en la puerta de salida.
Definitivamente me voy.
Amo a Rashid con todo lo que soy y lo que tengo pero ya no soporto estar acá un segundo más. Ya no aguanto su vileza y tiranía, ni su manera de tratarme. Aunque sea comprensible, hoy siento que no lo soporto.
—Espero que te haya quedado claro —dice a mis espaldas. Con un tono de voz que me irrita. Un tono de voz inexpresivo. Que no manifiesta ninguna emoción—: voy a hacerte la vida imposible.
Respiro profundo y relajo mis manos. Las palmas empezaron a dolerme.
Estoy llegando a mi límite. He venido aguantando mucho. Demasiado. De todo un poco, con variedad de gusto, de colores y con distintas zazones.
El tope de mi paciencia y compresión está a punto de desbordarse.
Rashid es un completo cretino, un bruto, un conflictivo dada su condición actual, pero yo también puedo serlo si actúan conmigo injustamente.
—¿Ese es tu propósito? —le increpo—: ¿Hacerme la vida miserable? —no quería. Deseaba marcharme pero la necesidad de dejarle los tantos en claro me vence. Vuelvo a girar sobre mis talones y quedo frente a él; frente a su mirada fría y su semblante hostil—. Convertiste mi vida en un calvario desde hace mucho tiempo —mi mentira es descarada, es inmadura y es cruel. No es cierto. Mis días han sido una mierda pero no por él, sino por lo que le ha pasado a él. Y eso despierta su asombro y confusión. Se evidencia en sus gestos desconcertados y en su ceño arrugado—. No vas a necesitar esmerarte demasiado.
«Con calma»
«Tampoco te pases Nicci»
«Es Rashid. No te pases de lista»
—Yo siendo tú me andaría con cuidado —obviamente mi comentario le afecta, aunque intente disimularlo—. Cuando salga de este odioso lugar, vas a tener que andar con mucho cuidado.
Levanto mi barbilla y fijo mi mirada en la suya opaca y vacía—. Lo mismo te sugiero —le desafío—. Que andes con cuidado, cuando te toque salir de la clínica.
El silencio, tenso e incómodo envuelve el ambiente y nos envuelve a ambos.
Está pensando.
Pensando en cómo joderme, o pensando en mis respuestas a sus ataques brutos e insensibles.
Por mi parte, algo en mí se retuerce de satisfacción. Su estado no me va a achicar, no me va a someter, y menos me va a cohibir.
Esto me recuerda a antes de casarnos, y admito que me revitaliza ir al choque de palabras con él.
Por muy enfermizo que parezca me divierte este intercambio de pequeños ataques.
A fin de cuentas, en gran medida lo que cautivó a Rashid no fue ni mi cara, ni mi cuerpo y tampoco mis ojos.
Yo sé que Rashid se enamoró de mi maldito mal genio. Su lado masoquista se fascinó ante la idea de una media naranja que le pusiera el freno a su carácter horrendo, a su soberbia y a su egolatría.
A pesar de que ésto; justamente esto, es la peor de las formas de colaborar en su estado amnésico, no puedo echarme atrás. No puedo permitir que me trate como su felpudo cuando soy su esposa y merezco respeto.
Voy a velar por su recuperación y seguiré todos los consejos médicos que reciba, pero me haré respetar y como sea.
Tomo aire. Lleno mis pulmones de oxígeno y me lo quedo mirando.
Lo miro fijo. Espero por otro comentario mordaz y agresivo para devolvérselo. Me quedo quieta, estática. Es tal mi concentración hacia él que no me doy cuenta de que han abierto la puerta, hasta que el filo de la misma choca contra mi espalda.
—¿¡Qué es esto!? ¡Pero Rashid, por Dios, qué haces despierto —pego las manos en mi pecho y me alejo lo más que puedo cuando veo a Valente entrar. Luce alterado y detrás de él vienen un par de enfermeros y otro médico. Los distingo por el color de sus uniformes.
Los enfermeros visten de celeste. Los médicos de blanco.
Se aproximan a Rashid y empiezan a controlarlo. No me alcanzan los ojos para observar todo lo que le hacen.
Lo rodean, y aún dentro de la sorpresa de ver despierto a quien se suponía que debía estar profundamente dormido, se dedican a chequear todos sus signos vitales, como hacen a diario.
—Buenos días, doctor —su voz se oye irónica y complacida por haber generado conmoción en el médico.
Su porte definitivamente, es digno de un cínico y detestable gilipollas.
—Me hice la misma pregunta cuando lo encontré mirándome, bastante despabilado —Valente se me acerca—. Aparte de que nunca surtieron efecto los sedantes —susurro—, siempre ha estado despierto en mis visitas —me aclaro la garganta—. Quisiera hablarlo fuera de la habitación.
Él pone cara de duda. Como si no estuviera de acuerdo con lo que digo.
—Tal vez sea mejor... Evaluar lo que sucedió aquí. Insisto en que se quede, mientras le comunico algunas novedades a su esposo.
—¿Evaluar? —repito sorprendida—. ¿Evaluar qué? Se puso como loco, me amenazó con hacerme daño si no le decía de buenas a primeras todo lo que desea saber. Estaba furioso y desencajado —niego—. Hoy no me parece prudente prolongar su comportamiento hostil.
—Pues yo pienso que es necesario hacerlo —pestañeo, algo confundida—. Me acabas de explicar que sufrió de un episodio agresivo en pos a su trauma amnésico. También me dices que él ha estado plenamente consciente de tus visitas y aún así no reaccionó de una forma en extremo violenta. En mi opinión, creo que ambos lo solucionaron de una forma fenomenal. Él ha podido controlarse dentro de sus limitaciones.
—Se controló porque le convenía hacerlo —replico.
—Eso lo vuelve doblemente consciente de su poder de autocontrol —mira una planilla que trae en la mano y se centra nuevamente en mí—. Por otra parte, lo manejaste bien. Sin ayuda, sin profesionales, sin medicación a tu alcance que pudiera adormecerlo o tranquilizarlo.