Tres días más pasaron desde la primer confrontación con Rashid tras haber perdido la memoria.
Tres días que se sumaron a los cinco del post operatorio.
Algo más de una semana. Más de una semana de mierda.
Hoy será dado de alta y otra etapa bien jodida va a empezar: la de nuestra convivencia.
Y digo jodida, porque así fueron mis mañanas de visitas a la clínica.
Mañanas en las que Rashid me ignoró por completo. No me habló, no me miró, me adaptó como un adorno más que ocupaba su cuarto.
No fue agresivo, grosero, sarcástico ni venenoso. Solamente me ignoró.
Y me sentí una mierda, inservible.
Dios... Me sentí de lo peor.
Sin embargo mi bálsamo llegó cuando mi horario de visita coincidió con las apariciones de Teo en la habitación. Un hombre sexy en toda la extensión. Alto, robusto, moreno y con unos ojos que cohíben, que impresionan, que ponen nervioso a cualquiera.
Sus prácticas terapéuticas empezaron en sesiones de treinta minutos, previo a lo que se vendrá cuando le toque a mi marido, instalarse en mi casa.
A Rashid, la presencia de Teo no le es indiferente. Cuando lo ve su cara de póker se transforma. Su esencia se refleja en sus gestos. Yo me doy cuenta. Yo que lo vengo analizando, noto los celos que han despertado en él, la existencia de un hombre, podría hacerle competencia.
Mi arabillo no sabe lo que le pasa. No puede describirlo con palabras, ni siquiera manifestarlo como cualquier ser humano en óptimas condiciones lo haría.
No sabe decir que está celoso, pero lo siente.
Yo lo sé. Basta verlo, cómo se pone, cómo se tensa, cómo estruja las sábanas cada vez que Teo me habla, me mira o me sonríe.
Le genera repelús, se comporta descortés y de mal genio con él y cuando conversamos de alguna trivialidad, sus quejas, soplidos y carraspeos acaban interrumpiéndonos.
Claro, para Valente esto no implica ningún avance en cuánto a ejercitar su mente para poder recuperar sus recuerdos, no obstante para mí significa demasiado.
Es como el rayito de luz al final del túnel.
Son destellos de su personalidad que me motivan a seguir. Aunque me meta en la boca del león, es mi alternativa para que reaccione, para que por lo menos ya no sea tan bastardo.
Es un juego peligroso que dará pie a malos entendidos si no establezco mis propias limitaciones pero es lo único que me convence de que el día de mañana, pueda enseñarle que con memoria o sin ella, todavía le pasan cosas conmigo. Cosas que no va a poder controlar, ni dominar, ni dejar de sentir. Cosas que no determina su cabeza, sino su corazón y todo su cuerpo.
Es mi forma de atraerlo.
Que sienta celos.
Celos que realmente lo lleven a dudar, a cuestionarse absolutamente todo, a morirse de ganas de estar a mi lado.
Quiero llevarlo al borde, al filo, al límite. Que no sean sus recuerdos los que afloren. Quiero que sea su cuerpo el que decida. Quiero que anhele tenerme solamente para él.
Pobre de Teo. Pobre de él, que me coquetea con descaro aún sabiendo que soy una mujer casada. Que me mira como para comerme. Que cuando me habla pareciera que su boca roza mi piel. Que no logra disimular la atracción que siente por mí, siendo que yo lo estoy utilizando como carnada para pescar, seducir y conquistar a mi marido.
Lo siento, Teo, pero por ahora es lo único que creo que podrá ayudar. Es de la única forma que voy a hacerle entender que yo le importo y mucho; que soy más que un adorno en la habitación de una clínica.
Estoy compitiendo en ligas peligrosas.
Después de una buena pizza extra queso y peperonni de reconciliación, Bruna se encargó de advertírmelo.
Si doy un mal paso voy a enfurecer a Rashid y a confundir a Teo. Y ninguna de las dos situaciones me agrada.
Quien sí se mostró de acuerdo fue Kerem.
Ambos lo conocemos a la perfección y sabemos que lo que motiva a Rashid es el sentimiento de posesión, de pertenencia y sobre todo, sus indomables celos.

[...]
—Nunca te vas a dar por vencida, ¿verdad? —sus ojos me queman la espalda. Lo percibo. Su mirada, oscura y no tan apagada como hace tres días, pone mi piel de gallina.
—No. La verdad es que no —me encojo de hombros, ignorando su provocación. Sabe que pronto va a ser dado de alta médica y empezó con el jueguito de incitación.
—Sigues viniendo aunque te ignoro —acomodo los jazmines que traje, en un florero, sobre su mesilla, la que está cerca de la cama—. ¿Acaso no tienes un poco de orgullo? ¿A pesar de todo vienes a verme?
«No lo abofetees»
«Con calma... No lo abofetees»
—¿Aprendiste una nueva palabra? —escupo, sin detenerme a verle—. Espero que tengas muy en claro lo que significa Orgullo, porque a mí es algo que me sobra —observo los jazmines, arreglo algunas hojas que opacan mi obra floral—. A pesar de todo y tu actitud de mierda... Yo sigo viniendo. No te lo mereces, pero sigo viniendo.
—¿Por qué? —pregunta desdeñoso.
—Porque te quiero —me aclaro la garganta—. Mejor dicho: porque te amo.
Suelto el aire.
Listo, se lo dije y no me arrepiento.
Tenía atorado en mi garganta el "te amo".
Necesitaba decírselo.
—¿Tú... Me amas? —no está confundido, habla desde el sarcasmo. Me lo confirma su risada casi déspota—. ¡Ay, por favor! Si me amaras, si me quisieras... Si sintieras algo jodidamente bueno por mí me dirías quién carajo es Nicci Leombardi en mi vida.
—Por eso mismo —alzando una ceja, lo miro fijamente—. Porque te quiero demasiado me estoy callando. Porque te vi aturdido y confundido cuando Valente te dio información que insististe en que querías saber. Información que todavía no estás listo para recibir. Que te hace mal. Que no te ayuda —me toco el pecho—. Porque te quiero, te estoy cuidando.
—Pues yo no te quiero. A mí no me generas nada. Me resultas indiferente —su voz es siniestra. Desea herirme—. Y tal vez, nunca me generes nada más que un profundo rechazo.