Su risa cargada de sensualidad y sus besos otra vez callando mis jadeos ahogados son lo mejor del mundo.
Levanta la cabeza y me mira. Sale de mí y se queda sobre mi cuerpo. Me roza, su calor me abraza, el olor a sexo, a su loción y a mi perfume me termina de embriagar.
«¿Será que estoy viviendo un sueño?»
Recupero el aliento y me remuevo. Como ayer, estiro la mano para tocar su mejilla y acunar su mentón.
«No estoy soñando»
—No tengas dudas de que —suspiro y mi aliento pega en sus labios cuando se acercan a los míos—... Siempre has sido el único y siempre serás el único.
Sus ojos me hipnotizan. Sonríe con su boca sobre a la mía. Su lengua recorre mi labio inferior y la comisura de un trazo grueso y carnoso.
—¿Legítimo? —me pregunta en un ronroneo.
—Absolutamente.
—Eso me gusta. Me gusta saber que soy tu legítimo dueño.
Oírle me encanta.
Aunque se escuche posesivo, celoso y territorial, amo que lo diga.
Nunca fuimos sólo amor y matrimonio. Nosotros hemos sido un claro sinónimo de pertenencia, dependencia y necesidad.
Entiendo que el amor falta en la ecuación, que fue la atracción y el deseo lo que lo trajo a mi dormitorio anoche, pero no me importa en lo más mínimo. Vamos a tener tiempo de sobra para lo demás. Lo que vale es que se atrevió a salir de su zona de confort... Y me buscó.
Carnalmente y sexualmente, pero me buscó, y... Me llamó como solía llamarme.
Eso no puedo pasarlo por alto.
—Eres muy bella —me dice, deslizando su dedo entre mis pechos, deteniéndose en mi blusa arrugada y jugueteando con la tela—. Testaruda, insoportable y desgraciada —me tenso y abro los ojos. Hago un claro ademán para salir de la cama pero él me retiene. Su mano presiona mi abdomen para que me quede dónde estoy—. Aún así eres muy bella, y ardiente. Y me siento a gusto estando contigo. Más a gusto que cuando estaba en la clínica.
—Cuando follas delicioso con alguien siempre te vas a sentir a gusto —espeto sin pensarlo siquiera.
Me aclaro la garganta y retiro su mano abruptamente.
Carajo.
Me levanto de la cama y camino hasta el baño.
—¿Te enojaste por algo? —me sigue.
—No.
Abro los grifos de la ducha y me desvisto. Sé que me está mirando.
—Sí. Te enojaste —me toca el antebrazo y volteo. Le obsequio a su mirada la imagen de mi cuerpo enteramente desnudo y ellos brillan al reparar en cada parte de mí—. Está bien, retiro lo de desgraciada, discúlpame.
—Gracias.
Vuelvo a girar y me meto en la ducha.
No deja de molestarme y de irritarme que sus palabras arrebatadas logren lastimarme, incluso si Rashid no pretende hacerlo.
Me pongo bajo el chorro y el agua caliente pega en mi espalda erizándome.
Me quedo un rato así. En silencio. Con el sonido de la lluvia cayendo.
—Ya no quiero hacerte enfadar —trago saliva al escuchar su voz tan cercana. Me está tocando los brazos—. Pero no lo puedo controlar. No puedo dominar lo que me está pasando.
—Lo entiendo —inhalo profundo. Sus dedos suben y bajan por mis brazos—. Lo entiendo más que nadie.
Entorno la mirada. Su boca está en mi hombro y sus dientes clavándose en mi piel.
—No quiero pasarméla peleando ni ofendiéndote —me empuja suavemente hacia adelante.
Al parecer el agua de la ducha le está estorbando.
—Entonces esfuérzate —me enderezo.
—¿Qué tal —busca mi cuello y lo muerde. Cierro los ojos por la rudeza de su mordida y el gusto que me da—. ¿Qué tal así?
—Esfuérzate más.
Alcanza mi oreja y chupa el lóbulo. Eso sí. Eso sí es un maldito estimulante.
—Hummm —me arqueo y las piernas me tiemblan cuando chupa mi cuello, y me agarra las tetas por detrás.
Una sola mano le basta para hacer de ellas lo que desee. La otra se queda en mi vientre, presionándome hacia su torso.
Los chupetones, sus yemas pellizcando mis pezones, su miembro que se volvió a levantar mientras se restrega contra mi culo.
Demonios...
—¿Todavía es insuficiente? —curiosea en voz baja.
Echo la cabeza hacia atrás y la apoyo en su pecho. La punta de su polla se abre paso entre mis nalgas, excitándome rápido.
Su falo se desliza en mis glúteos mientras sigue presionándome, mientras sigue masajeando mis senos.
—Es insuficiente —gimo—. Necesito más, para poder aceptar tus disculpas.
Clava con fuerza los dientes en mi espalda y chillo. Qué bruto, y qué puto placer.
—¿Porqué no me instruyes un poco? —me provoca.
Mi subconsiente se ríe a carcajadas.
«Nicci, dice que le pongas Nitro al asunto»
Mi mente maliciosa me alienta.
«¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! »
«¡Al carajo todo! Enséñale lo bien que se la pasaban en la ducha»
Me contoneo para disfrutar de su lanza venosa y dura y cuando se atreve a buscar más, quito sus manos de mí.
Repaso mis labios con la lengua, me doy la vuelta, enfrentándolo y me pego a los azulejos.
El frío del material me eriza y suelto un jadeo que ensombrece su mirada.
—Ven aquí —su nuez de Adán sube y baja.
Se me hace agua la boca al contemplarlo desnudo, con el agua de la ducha escurriéndose por su cuerpo.
Todos sus tatuajes, su piel dorada, los ligeros oblicuos que me tientan a tocar. Sus brazos anchos, adornados de venas gruesas. Sus piernas robustas, duras. Su cadera.
Lo admiro desde la cabeza a los pies. Desde sus ojos negros como el ébano, su boca carnosa y hambrienta, hasta su polla dura y potente.
Como una adicta me la quedo viendo. Mi coño late y tengo que apretar las piernas para no lanzarme a su miembro y montarlo con deseo y urgencia.
No tiene desperdicio. Dura es como una estaca. Un delicioso manjar.
—¿Tengo algo que te gusta demasiado? —su pregunta desafiante e incitadora me hace levantar la mirada.