DÍAS DESPUÉS
Plena, temerosa, insegura, feliz, agobiada, querida, deprimida, deseada, comprendida.
En resumidas cuentas: una maldita bipolar.
De esta forma he venido llevando mis días desde que mi arabillo salió del hospital.
Ha pasado nomas que una semana y dos días desde su alta médica.
Tiempo que para mí han sido años, y cada día lo que dura un mes.
Difícil y jodidamente agotador.
A pesar de que estoy dando todo lo que tengo de mí, la recuperación de mi esposo me está quitando el aliento.
Conseguimos cambiar de terapista y ahora son dos los que a diario vienen a la casa y se encierran con mi marido durante tres horas cada mañana.
Sin contar los martes, jueves y viernes que sumado a la terapia, vamos a la clínica a ver a Valente y su grupo de especialistas.
Especialistas que aplicando lo que Baptista pretendía hacer, lo evalúan, lo ejercitan y a veces...
Dios... A veces lo llevan al límite y eso está mandando mi estabilidad mental y emocional a la mierda.
Tuve que encerrarme en el baño de la clínica para poder llorar sin que nadie me ofreciera un vaso de agua cada dos minutos.
Me dolió el alma, una mañana, en la que uno de los médicos se la pasó aventándole balones en la cabeza a mi hombre.
Una estupidez para cualquiera, un martirio para él, que acabó agazapado en un rincón, cubriéndose la cabeza para que la pelota inofensiva no lo atormentara más.
«Su esposo es un enredo de emociones y palabras que no puede manifestar, porque no tiene las herramientas para hacerlo»
Eso me dijo Valente ese día.
«Nosotros le damos una circunstancia límite y le ponemos al alcance las herramientas para que pueda acceder a ellas»
Aquella vez fue el balón.
«¿Qué pasa, Rashid, qué quieres?»
Esa pregunta se la repitieron decenas de veces.
«¡No! ¡No!»
«¿No?» Pero el balón siempre impactaba contra su cabeza.
«¡No quiero que me pegues con el balón, carajo!»
Al final de la sesión conseguían, en cuenta gotas que mi arabillo lograra emparejar emoción con vocabulario y entonces ocurría lo que tan bloqueado lo trae. Un bloqueo que viene de la mano de su amnesia: el no poder exteriorizar lo que siente.
Los terapistas están haciendo un trabajo increíble y eso también me tiene al borde. Ver cuán duro es para Rashid y cuánto se esfuerzan ellos por sacarlo adelante.
«Los recuerdos irán apareciendo solos. A veces con una música, con el aroma de una comida, con un dejavú, viéndote a ti o a su hijo, o quizá solamente lleguen»
Es la frase conciliadora que me recitan a diario.
«Queremos ayudarlo a sacar todo lo que piensa pero no que no puede manifestar. Queremos que se autorregule. Con la autorregulación, el trastorno agresivo se controla»
«Él puede subir su termostato. Puede explotar. Puede mostrarse iracundo pero usted no, Nicci. Usted debe mantener la calma en todo momento aunque su temperamento la ponga en ebullición»
«Usted es la terapia cuando el terapista no está»
«Si se enoja pídale que se tranquilice. Si grita dígale con certeza que no lo haga. Que si se envalentona, usted nunca podrá entender lo que quiere»
«Ponga su mano en su pecho, a la altura del corazón, para transmitirle amor y confianza. Llévelo a una pared y que se recargue en ella. Requerirá soporte y un espacio para recular en sus acciones desafortunadas»
«Cuando amenace con perder el control, masajee sus manos, sus brazos y sus coyunturas. Son ejercicios de autorregulación que va a necesitar»
«Que su cerebro produzca y libere dopamina para acelerar el proceso de recuperación de la memoria. Prepárele una deliciosa cena, haga que su hijo conecte de nuevo con su padre, en un juego básico al aire libre, tenga intimidad con él sin temores»
Rashid lo hace; juega con Ismaíl y eso para mí vale el oro del mundo.
Que duerma a mi lado, y me abrace todas las noches, vale el oro del mundo.
Que poco a poco, aunque me esté derrumbando por dentro, pueda ver los resultados de la ayuda que yo le estoy brindando...
No existe fortuna que se compare con eso.

—Bruna, ¿te quedas a comer? —saco las compras del supermercado, y Rashid baja con Ismaíl en brazos. El vaivén del carro siempre ha sido su arro rró. Acaba de dormirse.
Ella agarra las bolsas que son suyas y riendo, niega.
—Mi vidísima... Vivo al lado de tu casa, si me necesitas sólo pegas el grito y ya.
—Pero... ¿Y eso qué tiene que ver?
—Que siempre que tengas la oportunidad de estar a solas con el hombre que te ama, no la desaproveches —me tira un beso y empieza a alejarse—. Aprovecha todas las oportunidades de estar feliz que se te presenten. Las cosas malas siempre están a la vuelta de la esquina, esperando para hacerte mierda.
Me paro bajo el porche y le hago adiós con la mano.
No es una mala idea. Digo... La de preparar la cena. No soy experta nivel Meredith pero me las apaño.
Voy a la cocina y miro a todos lados buscando a mis hombres, pero no los veo.
En el refri pongo una botella de vino de baja graduación y en la mesada, ajo, cebolla, tomates y aceite de oliva.
Quiero sorprenderlo, aunque la cena sea predecible y aburrida.
Dejo un sartén en la hornalla de mármol para que caliente y empiezo a trozar bien pequeñitas todas las verduras.
Un chorro de aceite al sartén y cuando lo noto líquido y caliente le voy agregando el ajo primero, la cebolla después y por último los tomates en salsa mediterránea.
La receta de la abuela Nora Costas que nunca, nunca falló para enamorar a un hombre.
«Al hombre se le conquista por la barriga, mi principessa»
Me lo decía cuando era bien pequeñita y todavía lo recuerdo.
En una cacerola lleno de agua hasta la mitad y al lado del sartén la pongo a hervir.