Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

Alejo el plato de mí y apoyo mi barbilla en la palma de mi mano.

De pronto el apetito abismal se me quitó con apenas unas migajas de pan y ahora siento una saciedad que me tiene como un globo a punto de reventar.

Cuando las cosas se encaucen lo primero que voy a hacerme es un chequeo médico. Hace varios meses que no visito un doctor y últimamente me vengo sintiendo de la patada.

De la grandísima patada.

Giro el rostro y suspiro profundo.
Reparo en Ismaíl y su frenética manera de devorarse el helado y disfrutarlo como el manjar más delicioso del mundo.

No puedo quitarle la vista.

Estoy perdidamente enamorada de mi hijo. Es tan precioso.
Aparte de ser hermoso sólo por el hecho de ser mío, en él, cada ápice de su ser resguarda al niño más dulce y angelical.

Y guapo.

Aún siendo tan pequeñito, su gracia me emboba. Tiene los rasgos de Rashid, la misma mirada, su nariz, sus pómulos, hasta sus labios y la forma en que estos se tuercen cuando sonríe.

Va a ser todo un galán cuando crezca. Se va a comer el mundo con esos ojazos oscuros y esa mueca elegante, sutil y soberbia que trae en su porte, como una marca registrada de su progenitor.

—¿Mami? —me pilla observándole—: te amo.

—Y yo te amo muchísimo más —le pellizco la mejilla—. Te amo hasta el infinito.

—Mami... —pone cara de desagrado. No le gusta que me pase de mimos—, la tía.

Estoy por preguntarle qué quiso decirme, pero se me anticipa y me señala el celular.
Cada que Bruna me llama, aparece su foto en la pantalla.

Hay días en que no me contacta absolutamente nadie. Hoy, se les ha dado a todos por querer comunicarse conmigo. Desde mi madre y Bruna, hasta Corinna y el departamento de marketing.

Qué flojera atender cuando no tengo ganas de hablar.

—¿Si? ¿Qué pasa Bruni? —digo, al tomar la llamada.

—¿Qué pasa... Bruni? —repite, usando un tono de voz realmente odioso—. Sabes que odio que me digas Bruni. Aparte... ¿Qué es esa mierda de saludo? No pretendo una serenata pero, oye... Puedes ser más cariñosita cuando me contestas el teléfono.

—Y tú a veces podrías ir directito al grano —replico, empleando el mismo tono que ella—. No siempre, sólo a veces. Con eso me conformo.

—Oookey —suelta una carcajada que me obliga a alejar el celular de mi oreja—. ¿Andas malhumorada? ¿Qué pasa?

Ruedo los ojos.

—No estoy de mal humor.

—¿No? ¿Segura?

—Muy segura.

—Entonces estás con carencia de sexo y por eso se te escucha agresiva y tajante.

—¡Que no...

—¡Ah, es eso! —interrumpe ella, triunfante—. ¿El reseteado se olvidó hasta de follar?

—Bruna... No seas desubicada. Y no lo llames así.

—¿Así cómo? —se ríe y puedo percibir la malicia en su voz—. No me jodas, está igual a un cassette que se resetea por completo.

—Brunaa —advierto—. En serio me molesta que le digas de esa manera.

—Uuuhh —resopla—. Como que aparte de mal genio, estás demasiado susceptible.

—¿Me llamaste para esto?

Bufa al otro lado de la línea.

—Literalmente estás en tus días más histéricos.

—Te voy a colgar.

—¡No, no! ¡No lo hagas! —exclama de inmediato—. En realidad sí te llamo por una buena razón.

Hace silencio, y empiezo a impacientarme.

Hasta yo misma admito que estoy insoportable.

—¿Entonces? —insisto.

—Quería saber si vas a estar en la casa, a la noche —carraspea—. Tú, y tu marido disfuncional por supuesto.

—Puede que le falle la memoria pero te aseguro que hay otras cosas que le funcionan y notablemente —aclaro—. Así que no sigas diciéndole así —inspiro hondo—. Y sí. Sí vamos a estar en la casa. ¿Porqué?

—Esperaba sorprenderte pero... Como desconozco el pronóstico actual, prefiero consultarte.

—Adelante.

—Alex llegó hace unas horas. Va a quedarse unos días conmigo y pensé que tal vez sería una buena idea llevar la cena y pasarla con ustedes.

Me lo pienso un momento.

Dudo en responder y no porque la presencia de ambos me moleste, sino porque me incomoda que Bruna siga con ese jueguito de mierda entre Alexander y Kerem.

Ni Alex se merece los cuernos, ni Kerem el lío de ser un tercero en discordia.

—Nicci —recalca—, ¿qué dices?

—Yo... No sé si eso sea una buena idea.

—¿Porqué? ¿Qué tiene de malo? ¿Acaso las cosas entre ustedes no andan bien?

—No... No es por nosotros...

—¿Entonces qué estás esperando? —se ofusca—. Siempre algo puede estropearlo todo, mujer. Tienes que aprovechar los ratos de tranquilidad y de felicidad, aunque sean pocos y los recibas en cuenta gotas.

—Pero...

—Vamos, Nicci —insiste—. No tienes que fingir conmigo. Sé que te enfada el hecho de que siga con Alexander...

—Si lo sabes para qué...

—Porque él quiere verte. Quiere ver a Ismaíl y también a Rashid. Y quizá al menos por una noche, puedas esforzarte y no juzgarme. Quizás si no me juzgas, podríamos ir a cenar, beber unos tragos, reírnos un poco y pasárnosla bien.

Tomo aire. Mucho aire y lo voy soltando de a poco.

Tal vez... A él y a mí nos sea de ayuda un poco de presencia de nuestros amigos.

Que pueda distenderse, reír, entrar en confianza con las personas que lo quieren.

—Nicci... Tus silencios me ponen tan nerviosa —Bruna parlotea y parlotea, y no me deja siquiera pensar en paz.

—¿A qué hora vienen? —suelto con brusquedad.

—A las siete estaremos allí —intento mediar palabra pero su chasqueo de lengua me calla—. Nosotros nos encargamos de la comida.

—Bien, a las siete los esperamos.

Me contesta. No sé qué es lo que me dice pero me contesta, y yo apago el celular antes de que se le ocurra volver a llamarme.

—Es muy entretenido escucharte hablar por teléfono con ella —su voz a mis espaldas, viniendo directo del umbral hace que me enderece.




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