—Oye, pastelito... En serio, ¿me vas a dejar entrar? —reparo en el rizo dorado que cubre parte de su frente y su ojo izquierdo.
No me había dado cuenta que me quedé absorta viéndolo sin verlo realmente. Con la mirada puesta en su rostro pero con la mente viajando lejos; muy lejos de aquí.
—Perdón Kerem —sacudo suavemente la cabeza y me corro para darle espacio.
—¿Te sientes bien? —me pregunta con la suspicacia que le caracteriza.
—Yo... Eh —le dedico una sonrisa forzada—. Estoy bien.
Me muestra un par de bolsas y me regala una de sus muecas llena de frescura y alegría.
Kerem podrá ser el más serio y profesional abogado corporativo que pueda existir, pero en él jamás se pierde su esencia.
Su barba rubia adornando desprolijamente su rostro, sus rizos tan dorados como el sol enmarcando parte de su frente o el tostado de su piel.
Kerem es bohemio y aventurero por dónde se lo mire.
Sin embargo, a diferencia de Rashid oculta su verdadero ser bajo un traje de etiqueta y un portafolio.
Aunque se muera por tatuarse alguna tontería, viajar al Himalaya, renunciar a su trabajo o fumarse un puro de marihuana él mantiene a raya su etiqueta. Es muy diplomático y centrado.
Por eso será que lo admiro tanto.
Porque puede lidiar con sus dos facetas. Puede vivir dentro de las aventuras y al mismo tiempo mantener la seriedad para enfocarse en el trabajo.
—Dile eso a tu expresión.
La burla en su voz y su tupida ceja arqueada hacen que pestañee.
—¿Porqué?
Su risa genuina y jovial me relaja.
Él es de esas personas que transmiten paz.
—Porque estás pálida. Como si hubieras visto a un fantasma.
—No, no... Estoy bien, de verdad —agarro una de las bolsas que me ofrece—. Sólo que me sorprendiste.
—Era la idea —me codea, apoya el par de paquetes que carga, en la mesilla del recibidor y se quita el anorak—. Soy fiel amante del factor sorpresa.
—Ahhh —me duelen las mejillas por sonreír.
La verdad es que justo ahora me encantaría ser devorada por el piso.
—Como me dijiste que Rashid estaba mejorando. Que estaba más dócil y amigable, pues me dieron ganas de venir sin avisar —vuelve a agarrar las bolsas y espera por mí que todavía sostengo la puerta de entrada—. Espero no haber sido inoportuno.
Mi sonrisa se esfuma y ahora sé que tengo una expresión indescifrable. Algo así como unas enormes ganas de gritar, de reír, de llorar.
Me siento como una traidora sin serlo en realidad.
Sé lo que pasa entre ellos. El lío que hay entre ellos y aún así los estoy recibiendo a todos en mi casa.
Por un instante me gustaría volver el tiempo atrás y no sólo cancelarle la reunión a Bruna sino exigirle que se decida. Exigir que por una puta vez no sea egoísta y vea que se está dañando a sí misma, que está lastimando a dos hombres que la aman y que me está poniendo en medio de una situación horrorosa porque dentro de mi neutralidad soy amiga de los tres. Y no quiero que ninguno de los tres salga lastimado.
—Nicci por todos los cielos, ¿qué te pasa?
Trago saliva. El nudo que se forma en mi garganta no me deja hablar.
Es demasiado perceptivo.
Dios.
Se va a disgustar muchísimo cuando llegue al living y los vea.
—Lo mismo me pregunto yo —la voz de Rashid, severa y ruda hace que pegue un saltito en mi lugar—. En menos de diez minutos, te veo bien ensimismada con dos tipos distintos.
Kerem repara en mí con confusión.
—¿Dos tipos?
Mi risa lo desconcierta cada vez más. Incluso Rashid parpadea entre molesto y contrariado.
No lo puedo evitar. Los nervios me estrujan el estómago, ponen a sudar mis manos y me hacen reír como una maldita desquiciada.
—¿Quién es este sujeto? —pregunta el arabillo mirándome a mí con inquietud, y a su amigo de toda la vida con algo distinto a la desconfianza que le despertó Alexander en su primer ojeada.
Dejo de reír, respiro profundo y me acerco a Rashid con Kerem escondiéndose detrás de mí.
—Me llamo Kerem —se anima a tomar la iniciativa.
Mi adorado magnate alza una ceja, se cruza de brazos y en silencio me observa.
Su gesto es fácil de leer. Es algo así como "lo que acabó de decir para mí no significa absolutamente nada".
—Él es de quien hemos estado hablando todo este tiempo —le digo en un tono suave y dulce—. Es tu mejor amigo. A quien elegiste como padrino de Ismaíl y como testigo nuestro, el día de la boda.
La sonrisa en el rostro de Kerem resplandece, mientras que en Rashid sus ojos abiertos evidencian asombro y su respiración acelerada, emoción.
—Así que... ¿Eres mi amigo? —pregunta anonadado.
—El mismo al que echaste a los gritos de la sala del post operatorio —bromea.
—Discúlpame por eso —sus palabras dichas desde el arrepentimiento me enternecen.
Le paso la mano por el brazo y acaricio su mejilla.
—Te comportaste como un cerdo pero se entiende. En la nulidad de la mente y del juicio, en tu lugar habría hecho exactamente lo mismo —le guiña el ojo—. Además, los buenos momentos pesan más que ese mal día en la clínica, te lo aseguro.
—¿Hubo muchos buenos momentos? —Rashid se muestra interesado y ya no está a la defensiva como minutos atrás.
—Uf, incontables —contesta—. Momentos de tragos, momentos de estudio —hace una pausa—... Momentos de chicas.
—Y en este preciso instante es cuando te callas —intervengo con fingida calma—. Si dices algo más sobre mujeres... Te voy a cortar la lengua.
—Siempre tan amable querida Nicci —ironiza.
—¿Qué te trae por aquí? ¿También vienes a cenar?
La pregunta de Rashid, inocente por donde se la mire, despierta la curiosidad de Kerem.
—¿También? ¿Acaso tienen visitas?
Estoy por decir que sí, pero el arabillo me gana y responde que son amigos y que todos los amigos son bienvenidos.