Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

—Qué bueno —arqueo una ceja—. Ahora si ya terminaste, adiós.

Fuerzo la puerta para cerrarla pero su mocasin se interpone entre la madera y el marco.

Esa simple pero peligrosa acción me llena de nervios.

No hay demostración más clara de que no está bien. No es un tipo racional. No está pensando en que se le puede venir el cielo encima con la estupidez que está haciendo.

—Te doy una oportunidad para que quites el pie y salgas ya mismo de mi casa —le advierto insistiendo en cerrar.

—No puedo —su mano se estampa con fuerza en la madera maciza y la empuja haciéndome retroceder.

—Magda —alzo la voz—. ¡Magda! ¡Magdaa!

Lo de Teo ya no es descaro, falta de respeto y atrevimiento. Es algo preocupante, es como un capricho lo que tiene conmigo. Algo insistente que raya en lo obsesivo.

—Señora —la empleada llega a mí corriendo.

—Llama a la policía —replico sin quitarle la vista de encima a Baptista.

Levanto el mentón para mostrarle que no me acojona. Estoy harta de él. Pensé que con lo de la otra vez el asunto había quedado zanjado pero me equivoqué.

—¿A la policía?

—¡Sí, Magda! A la policía.

—Sí señora —se demora en traer el teléfono de línea y cuando lo hace también demora en digitar los números.

—A la policía le encantará saber porqué merodeas mi casa —le susurro con hastío.

—Pues a la policía le encantará saber porqué mi insistencia con una mujer prohibida, ¿no? —quita el mocasin del marco, pero apoya su mano en la madera—. Tú me buscaste de buenas a primeras. Yo me di cuenta —su mirada color aceituna centella. Se muere por sacar todo su veneno y un despecho que quizá... Tenga fundamento después de todo—. Las miradas en la clínica, tu manera de hablarme... Te me estabas insinuando.

Inspiro profundo y me cargo a cuestas la rabia. No quiero despotricar delante de las empleadas ni alzar la voz. Lo que menos deseo es que Rashid se despierte, le haga papilla la cara a este infeliz y luego se vea envuelto en mil líos.

—Es cierto —mascullo, acercándome a él—, pero ni que fueras tan importante, ni tan guapo, ni tan macho —poniendo mi mejor cara de asco lo miro de arriba hacia abajo—. No me estaba insinuando —le aclaro—, le estaba dando celos a mi marido, el que ahora duerme en nuestra cama después de haber pasado una noche fenomenal.

—No —ladea una perturbadora sonrisa—. Eso no es cierto.

—Es la pura verdad —me encojo de hombros—. Era lo que querías oír, para esto viniste, ¿no? Lamento que siendo terapeuta y seguramente teniendo conocimientos en psicología no te hayas dado cuenta de lo que las mujeres llamamos persuasión y manipulación —me relamo los labios—. ¿Qué creíste? ¿Que quería tener una aventura contigo? ¿O que en serio me gustabas? —chasqueo la lengua mientras niego con la cabeza—. La única aventura que quiero tener es la que me da mi esposo cada que me desviste.

Su rostro que al principio era altanero y petulante empieza a contraerse en muecas de asombro y fastidio.

Por dentro me arrepiento de hacerle creer que me pasaban cosas con él.
Es terrible que se te insinúen y luego te congelen como un cubo de hielo.

—Eres cruel. Eres como una cobra —dice por lo bajo—. Y aún así no se te quita lo sexy, ardiente y bella.

La pena que me daba se esfuma tan rápido como llega.

Me yergo y tras escuchar a Magda decir que el móvil más cercano se aproxima a la dirección brindada, miro fijamente a Teo.

—Si vuelves a cruzarte conmigo, voy a hacer que todo el peso de la justicia caiga sobre ti. Te acusaré de acoso, de hostigamiento y perjurio. Te difamaré en los medios de prensa y creeme que tengo acceso a muchos de ellos —su semblante palidece pero me vale. Me importa un cuerno. Nadie va a volver a joderme la vida. Supieron joderme Renzo, Melany y Marina... Él no lo va a hacer—. Tu título va a pender de un hilo, eso te lo aseguro como que me llamo Nicci Leombardi.

Lo último que digo lo deja boquiabierto.

Si no le alcanzó el llamado de atención, la suspensión de días de trabajo y la investigación en su contra que inició la Junta Médica ante su falta al Código Ético, pues le tocará perderlo todo, porque si cae en las garras de la prensa acabará despellejado.

—No eres capaz de hacerlo —dice entre dientes.

—Ponme a prueba y verás.

—¡No puedes hacerme eso!  —estalla en medio de la furia y el desconcierto—. ¡No te hice ningún mal, joder! ¡Follar a una mujer casada no es un maldito pecado!

Sus palabras me asquean.

Quiero darle un bofetón, pero acabo de ver el móvil policial estacionarse en la entrada y a un efectivo bajar de él.

—El problema es cuando la mujer felizmente casada no quiere follar contigo. Ahí empieza el puto drama. Cuando quiero que dejes de joder, pero lo ignoras y me buscas, y me escribes, y me hablas estupideces.

—Señora —la voz del policía hace que Teo gire con la velocidad de un relámpago—. ¿Usted nos llamó?

Cruza el pequeño portón y avanza hacia nosotros.

Baptista me mira suplicante, a punto de largarse a llorar.

Acaba de cagarse en los pantalones del miedo. Creyó que bromeaba o que no tendría los ovarios para avisar a la policía.

—Nicci por favor no lo hagas. Me vas a arruinar. Me van a dejar sin empleo, por favor —me ruega. 

—¿Volverás a estorbarme?

Con amabilidad le sonrío al policía, que sigue avanzando.

—Te juro por mi madre que no te molesto nunca más. Te lo juro, por favor.

—Buen muchacho. No olvides que en cosas como estas no juego —hago un ademán con la mano para que se aleje—. Salte de mi porche. Largo —ensancho la sonrisa—. Oficial, disculpe, fue un malentendido. El joven se confundió de casa.

El policía se detiene a mitad de recorrido, mientras ve a Teo salir despavorido. Me observa por un instante, luego me saluda con la mano y se va por donde vino.




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