—Era de esperarse, Nicci —Valente lee el contenido de mis resultados una y otra vez. Como si en cada ojeada alguno de los valores allí impresos fuese a variar—. Nicci, esto era demasiado probable —pone énfasis en lo último al tiempo que me devuelve la hoja.
—¡Lo era para ti! —resignada, con la cabeza vuelta un lío y el malestar embargando todo mi cuerpo guardo el papel en el fondo de mi bolso—. Para mí, empezó a ser probable desde que lo sugeriste.
Miro a Valente, miro mis manos que por poco asfixian la correa de mi cartera y miro a Rashid que se prepara para salir, y a diferencia de sesiones anteriores hoy lo hará radiante.
—Estás preocupada y ahora, en tu estado eso no es bueno.
Abro los ojos debido a su expresión.
—Yo no estoy preocupada. ¡Estoy histérica que es peor!
—Pues es momento de que comiences a reorganizar tus prioridades —dice con tono de reprimenda.
—Tenía prioridades hasta recién y todas en el orden número uno. Ahorita mismo tengo esas mismas prioridades, en el mismísimo orden con la diferencia de que acabo de sumar otra más.
Me paso la mano por la frente. Siento que estoy sudando como si hubiera corrido una especie de maratón.
—Ponme atención... —se para delante de mí para que mis ojos se centren en él y no en el arabillo—. ¿Piensas tener a ese niño o niña? —pregunta tajante—. Entiendo que estás atravesando muchos conflictos en tu vida pero, dado el período de gestación es vital e importante saber qué decisión pretendes tomar. ¿Lo vas a tener? ¿O vas a someterte a un aborto?
Sus palabras me escandalizan. No por el tenor de lo que dice, sino por imaginarme a mí poniéndole fin a la vida de un hijo mío.
¡Ni estando chiflada haría semejante cosa!
Amo la maternidad. Amo escuchar una vocecita dulce, maniosa e insoportable diciéndome mamá cada dos segundos. Amo y amaré a cada uno de mis hijos sin importar las circunstancias o las condiciones en que ellos lleguen.
—No me voy a deshacer de mi bebé —mascullo.
Lo dijo a modo de solución pero no. Definitivamente no. Esa no es una solución siquiera a considerar para mí.
—Discúlpame si te ofendí al preguntártelo tan indiscretamente —manifiesta—. Es que si vas a seguir con el embarazo, hay estudios que debes realizarte desde ya. Según el resultado de laboratorio llevas diez semanas de gestación.
—Lo sé —me aprieto las mejillas—. ¡Dios, lo sé! ¡Todavía estábamos en Italia!
Son casi tres meses.
¡Tres meses!
Miro mi abdomen y bajo la curiosa ojeada de Valente, lo toco con mi palma abierta.
Bebé engañoso y sinvergüenza.
Su hermano a los tres meses me tenía comiendo como vaca, con las tetas hinchadas como dos pelotas de baloncesto y una barriga inflamada como si me hubiera tragado un globo de helio.
—Ni siquiera se nota —susurro, riéndome por dentro. Aún me cuesta asimilar que aquí dentro hay otro pequeño Ghazaleh.
—En ciertos embarazos, puedes llegar al séptimo mes sin que se note tu barriga.
Trago saliva y de repente se me empaña la mirada.
Este es mi diminuto instante de claridad mental. Es mi pequeño momento de emoción y de sentimentalismo.
Voy a ser mamá de nuevo.
Voy a...
A la emoción le sucede la inquietud, y en la cara del doctor Alves vislumbro decenas de signos de interrogación porque en verdad quiere saber en qué estoy pensando.
¿En qué estoy pensando?
Pues pienso si va a ser niña o niño. O qué nombre le voy a poner.
Habrá que acondicionar otro cuarto de la casa para ella, o él.
Y que a Bruna le van a dar diez mil ataques y le llenará la habitación de juguetes.
Pienso en la ropa y en los alimentos. Y que tengo que contactar a la nutricionista que me acompañó durante el embarazo de Ismaíl.
Inevitablemente me pongo a pensar si sus primeros meses serán igual de increíbles como con Ismaíl o si por el contrario me tocará morirme de amor con mi segundo hijo, sola.
—No te anticipes a los hechos —me advierte—. Por tu expresión consternada adivino lo que estará cruzando por tu mente así que por favor, no te anticipes —se aclara la garganta—. ¿Se lo vas a decir?
Respiro profundo.
—Se lo diría al salir de aquí si por mí fuera, pero contrario a lo que me dices voy a obtener una respuesta que no voy a querer escuchar. Así que prefiero esperar.
—Nicci, no seas testaruda.
—No soy testaruda doctor. Soy realista. Yo conozco a mi marido. En ambas facetas. Lo conozco bien y sé del descontento que le va a dar esta noticia.
Él suspira. Se acaba de rendir en sus intentos por convencerme de una realidad paralela que es pura fantasía.
—Cuentas con mi total apoyo y discreción —replica—. Te puedo sugerir de una colega que es obstetra, y que te derivará con una ginecóloga para que te den los primeros diagnósticos.
—Genial.
—En los registros de la clínica dejaste tu dirección de mail, ¿cierto? —asiento—. Te enviaré los datos allí, para no comprometerte con llamadas ni mensajes si es que pretendes no decírselo a tu esposo todavía.
—Y te lo agradezco, Valente.
Ambos reparamos en Rashid, que está estrechando las manos de sus terapistas.
—En estos día te estaré informando de algunos planes para abordar la nueva situación intrafamiliar que se les presenta.
Aprieta mi mano entre las suyas al tiempo que me regala una mueca inexpresiva.
—Yo estoy dispuesta a colaborar siempre. Siempre —recalco—. Sin embargo en el instante que mi esposo se entere que estoy embarazada, las opciones que tendrá que manejar serán dos y muy concretas. O nos acepta con todo ese amor que tiene escondido en algún lugar o nos pierde definitivamente. No le voy a proponer matices, Valente. No me va a importar su amnesia ni su recuperación, yo voy a ser implacable: blanco o negro. Nos ama o nos olvida.