Empiezo a sentir el cosquilleo en mi espalda cuando me toca.
Es como una respuesta corporal automática en dónde mi piel se prende fuego y mi sistema nervioso colapsa cuando su cuerpo entra en contacto con el mío.
No se puede expresar, sólo sentir.
Es calor, suavidad y hombría.
Es un hombre que te habla y te moja la tanga.
Te toca y te hace volar la cabeza.
Ni se diga cuando seduce, devora y desea. Es un combo altamente inflamable, explosivo y anatómicamente exquisito.
—Nunca vas a llegar a saber cuánto me gustas, habibi —me retira el pelo de los hombros y los besa. Besos húmedos llenos de candela—. Tu olor, tu piel, tus caricias —huele mi perfume aspirando profundo. La punta de su nariz me recorre la clavícula y sube por mi garganta—. Eres todo lo que está bien en el mundo, ¿te das cuenta de eso?
Juega con los tirantes del diminuto atuendo. Los sube, los baja hasta la mitad de mis brazos y vuelve a subirlos.
—A mí me fascinas —lo sujeto de la barbilla con firmeza.
Adoro el contraste de mis uñas esmaltadas en rojo con su piel tostada, ver el deseo relampagueándole en los ojos y la manera en que respira.
Me acerco su boca y la devoro. Lo tomo y demando.
Me gusta lo romántico y delicado pero para la intimidad lo prefiero tosco, aguerrido y salvaje.
Me gusta exigir y mostrar que soy hembra que complace pero también que impone.
Lo busco con apremio y una vehemencia casi animal.
Gimo en sus labios cuando sus manos van directo a mi culo, amasando y separando mis glúteos para que el fino encaje rojo se entierre en mi raja para aumentarme el gozo.
Su lengua entra en mi boca dejándome su sabor a champán, su calor y su humedad. Se enfrasca con la mía y me degusta. Sus labios de buen grosor colisionan ensuciándose con mi labial. Y sus dientes me rasguñan por todas partes, mi boca, mi barbilla, mi mandíbula y hasta mi garganta.
Le devuelvo la intensidad deleitándome en el cabello oscuro que le comenzó a crecer. Dejándole las marcas de mi dirty cherry red por su quijada, las mejillas y su poderosa Nuez de Adán.
—Me matas cariño —me alza en sus brazos y me empotra a la pared.
No se detiene, se restrega contra mí enseñándome su expresión más lasciva, sombría y sensual.
El bulto en sus pantalones se endurece y me abre las nalgas con descaro, para atormentarme con éxtasis que me causa su miembro punteándome, el encaje apretando mi carne empapada y caliente y su boca; su traviesa boca que va directo a mis tetas apenas cubiertas por la lencería.
Succiona el monte que se forma por el ajustado diseño, raspa mi piel y gimo agudo apretando las piernas en su cadera y presionando su nuca para que vaya por más.
Me pega contra la pared y su cuerpo me sostiene para no caer. Lo hace porque sus manos me sueltan buscando liberar mis pechos.
Baja las finas copas con transparencias y gruñe cuando frente a sus ojos aparecen dos pelotas de pezones turgentes y aureolas prominentes.
—Están más grandes —observa con excitación.
«Obviamente empezaron a crecer por el embarazo»
—¿Te gustan así papi? —me las amaso y las aprieto ofreciéndole mi cremosa carne para que lama, chupe y muerda como le plazca.
—Se me pone dura como piedra —me da un lengüetazo en el pezón y enseguida alza la mirada—. Mi verga va a reventar sólo de pensar que la voy a tener ahí, con mi punta entrándote en la boca.
Sus manos se cierran en mis pechos, sus palmas se llenan de mí y su boca no desperdicia instante alguno.
Siento la humedad de mi coño traspasando la tela de la tanga y me empieza a urgir el deseo de su polla tiesa, lubricada y venosa dentro de mí acallando este inmenso apetito sexual que me pone a salivar en cada probada que le da a mis senos.
Los apretuja con una mano, la otra viaja hasta el cierre de su pantalón. Escucho que lo baja y no pienso siquiera en lo que voy a hacer. Es un impulso primitivo, necesito que me folle pero ya.
Me remuevo en sus caderas y me corro a un lado la tanga, restregándome en su glande mojado por sus jugos y que se empapa con mis propios fluidos en cada contoneo que le doy.
—Te deseo Rashid —muerdo mi labio inferior—. Joder, te necesito cogiéndome ahora.
Percibo la dureza de su verga y eso me pone a mil.
No requiere de estímulos para levantar esa deliciosa monstruosidad entre sus piernas.
«Verte es mi viagra, Nicci. No necesito juegos para empalmarme como un cachondo hijo de puta»
Siempre me lo decía a la hora de follar. Siempre dispuesto para mí, para darme lo mejor. Calidad y cantidad.
—Te la voy a dar toda, cariño —me promete con una voz ronca cargada virilidad y éxtasis.
—Me muero por eso —gimoteo, lubricando su tronco en cada serpenteo que lo calienta a él y a mí me enardece cada vez más.
Va a mi cuello y lame debajo del lóbulo de mi oreja.
Pone ambas manos a mis costados y yo me adueño de toda su gloriosa polla.
Me tomo mis segundos para amasar su falo y hacerlo gemir en mi oído. Lo hago rápido, envolviéndole la punta con mi palma.
Esto aumenta mi hambre y gimo. Gimo como puta gozando de lo que le doy y de lo que estoy a punto de recibir.
Guío su glande a mi entrada y Rashid empuja metiéndomela toda de un solo embate. Un lento pero profundo embate que me hace retener el aliento.
Su pecho se acopla al mío y las acometidas despaciosas llenan mi canal.
Su frente se pega a la mía y nuestros alientos se funden.
Me aferro a su espalda, le araño, gruñe y me marca el hombro con sus dientes.
Hundo mis tacos en sus piernas y mis zapatos en su suculento trasero. Lo acaricio centímetro a centímetro y me deleito en seguir con mis dedos toda su piel salpicada de tinta.
Arqueo la pelvis para moverme y chocar contra su hombría en cada embate.
Me encanta el sonido de nuestros cuerpos colisionando, de sus jadeos y los míos y de todas las perversas obscenidades que me dice al oído, que me prenden y que en la intimidad me calientan más que el sol de pleno verano.