En silencio cierro la puerta, aún oyendo sus bramidos al otro lado.
Tengo un coraje que...
¡Ahg!
No puedo explicar la rabia que me da esto.
Yo que le di todo lo que podía y todo lo que tenía para ofrecerle. Me tragué mi carácter, mi respuestas mordaces, mis peleas hasta mi orgullo por él, por ser comprensiva, empática, buena esposa, buena mujer.
¿Acaso es tan necio como para no darse cuenta de lo que doy a diario por él?
No merezco ni de asomo su trato.
No quiero normalizar sus extralimitaciones. No voy a permitir que me cele, que me amedrente, que me controle o que me manipule.
Me muerdo el labio descargando en parte el enojo.
Esto es una basura. Esto dejó de ser mínimamente sano y no es bueno para nadie.
Avanzo por el patio y salgo de la propiedad. Camino un par de metros y sin avisar de mi presencia paso a la casa que rentó Bruna. Una casa gigantesca y solitaria.
Lo hizo para estar cerca de mí.
Es la mujer más tóxica y repelente que he conocido. Y pese a todo lo que detesto de ella, tiene esa chispa y ese nosequé tan Brunesco que me hace adorarla sin importar qué tan bruta y malencarada sea a veces.
—Bruna —me paro frente a su puerta y golpeo—. ¡Bruna soy yo!
Golpeo de nuevo y al tercer intento entro como perico por su casa.
Que Dios me perdone pero sólo dije quince minutos de aire y paz. Tengo al diablo en el living de la mía, a mi hijo durmiendo la siesta y probablemente me toque armar la maleta esta noche... No puedo retrasarme.
Sacudo la cabeza, cerrando tras de mí.
El pálpito se convirtió en pensamiento y el pensamiento en una horrible opresión en el pecho que justamente ahora me hace sentir indignación y angustia en partes iguales.
—Bruna, llegué —avanzo por el vestíbulo. Es grande, con buena iluminación y una pintoresca decoración antigua.
Sigo adentrándome en los pasillos pero no escucho absolutamente nada de ella. Como si no estuviera aquí.
Miro la hora en mi reloj.
Me tiene loca el hecho de que pasan los minutos y rubiales no aparece como dijo que lo haría.
Voy al living comedor, paso por la cocina y es entonces que noto su voz a lo lejos.
Me asomo por la ventana amplia del corredor que da al jardín y allí la veo, bajo la fresca tarde portuguesa, bastante alterada y pasional hablándole al hombre que despierta mi más profundo asombro: Kerem.
El Kerem herido que fingió el mayor desinterés existente, está en el medio del césped manteniendo en apariencias una acalorada discusión.
Trago saliva y salgo al encuentro.
No es de chismosa pero sí es de chismosa.
En realidad traigo un poquitito de prisa y a su vez mi Nicci ávida de información y cotilleo se muere por oír aunque sea tantito de lo que están hablando.
En el más sigiloso andar me les acerco y cuando aprecio el tenor de sus voces freno.
Parece una discusión de amantes pero es que los tonos están bien definidos y eso me impacta.
A Bruna, que nunca la vi suplicar por nada ni por nadie, le implora en cada palabra que dice.
Kerem por el contrario habla con un timbre más helado que el mismo Ártico.
—Necesito que te quedes conmigo —trata de tocarle las manos pero él se aleja, impidiéndoselo—. Por favor...
—El que me hayas llamado para esto fue una pérdida de mi tiempo —la dureza en su expresión estremece—. Creí que en verdad te había pasado algo.
Me abrazo con fuerza y retrocedo, otorgándoles la privacidad que me robé en primera instancia.
Aún distanciándome puedo seguir escuchándoles y admito que siento pena por Bruna. Porque fue necia y boba y no puso atención a mi sano consejo.
No se decidió, jugó al libre poliamor sin que los afectados estuvieran de acuerdo y ahora se quedó sin el pan y sin la torta, porque por alguna razón Alex no está aquí, y ella no lo mencionó cuando me habló de Milán.
—¡Me pasa Kerem! —replica con desolación—. Me pasa que te amo y te detesto. Te detesto porque quise hacerte pagar y me salió mal. Y te amo como una loca. Te amo...
—Te toca hacerte cargo. Ya no eres una nena. Ya no actúas por inmadurez, venganza ni infantilismo. Eres plenamente consciente del daño que haces, de cuánto llegas a manipular a la gente que te rodea, y lo peor de todo es que no te afecta destruir el mundo si se te antoja; sólo te toca cuando el mal te atraviesa.
—Kerem...
Bruna está a punto de echarse a llorar y aunque debo largarme y buscar después una forma de amigarme con ella, aunque sea por teléfono, no puedo ni moverme.
—Vete con tu prometido, cariño —hace un intento por terminar la conversación pero rubiales le agarra la manga de su sobretodo color café—. Es a él al que le rindes cuentas no a mí. Yo sólo fui tu amante, tu pasatiempo del sexo y el tonto con el que te sacabas las ganas.
—Alex se fue en la mañana. Rompimos anoche —lo último me obliga a pestañear.
Cada casa un mundo, dicen.
Si mi día de matrimonio con Rashid va de peor a peorísimo lo de Bruna también es para lagrimear.
Con razón la sentí tan angustiada cuando me llamó.
—¿Rompiste o te rompieron?
La mordacidad con que lo pregunta Kerem, incluso para mí se siente como una cachetada.
—Estás siendo muy cruel.
—Soy realista. Para ti fue cómodo y divertido tener una doble vida —le veo arreglarse el sobretodo y meter las manos en los bolsillos—. Y a mí no me cambia ni me afecta que ya no estés con él, porque no soy ni tu segundo plato ni tu premio consuelo.
—Déjame enmendar las cosas...
—Hazme el favor y no sigas rebajándote —otra cachetada le da a ella y de rebote me parte el labio a mí. Sus palabras son como cuchillos y agradezco no estar en la piel de Bruna—. No vuelvas a llamarme porque no te pienso atender. Que tengamos amigos en común no significa que tú y yo vayamos a serlo.