Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS

RASHID

Petrificado como una estatua; así me quedé.

Sin poder mover un sólo músculo, con la vista puesta en la puerta que hace ya varios minutos se cerró, con una mano hecha un puño y con la hoja de los análisis en la otra.

Trago saliva pero me cuesta hacerlo. Se me formó un maldito nudo en la garganta.

Estoy tan furioso con esta mierda. Furioso conmigo mismo, con la situación, hasta con ella. Con ella particularmente que no tiene la culpa de mis porquerías ni de cómo me avanzan y me vienen los recuerdos.

Estoy furioso porque se fue, porque no se quedó a pesar de todo. Furioso porque de nuevo la llevé al extremo, diciéndole la estupidez más grande de todo el mundo que es que no quiero seguir con ella.

¿Cómo fue que le dije eso?

¿Cómo fue que llegué a razonar semejante idiotez si amo a Nicci con la fuerza arrolladora que tiene el mismísimo fuego?
Cómo pude hacer que se marchara si esa gitana mal encarada, ardiente y bella es lo que quiero y lo que necesito.

Soy un cobarde. Nicci tuvo razón al restregármelo en la cara.

Se me cruzaron pasado y presente y me afectó más el pasado que lo que tengo ahora...

O tenía.

Porque lo vi en sus chispeantes ojos verdes. Sus palabras sólo afianzaron lo que expresó su mirar; se marchó para no volver jamás, ni a esta casa, ni a mí.

Me tenso de tal forma que me duelen hasta los dientes. Me lastima haber visto la maleta, a mi mujer y a mi hijo largándose y más aún me lastima no haber tenido el coraje de frenarla, de estrecharla en mis brazos y de decirle que me equivocaba a pesar de todo lo que despotriqué.

Debí tragarme el orgullo. Todavía creo que debería tragármelo entero porque si fuese otro y no el cabrón imbécil que soy, ya habría salido a buscarla.

Conteniendo la ira y la frustración miro el desastre que ocasioné en la sala, alternando eso con el documento que apretujo entre mis dedos. 

Yo mismo acabé con mi matrimonio y con lo que más quiero. Dejé que un solo recuerdo fuese mi juez y simplemente eché por tierra lo que venía forjando con mi mujer desde el inicio de la amnesia, portándome como un cretino.

Me rasco la cabeza y me vuelvo hacia el ventanal.

Tantas veces diciéndole que rechazaba la idea de tener más hijos, siendo que esa era su estrategia para abordarme en el tema y poder enseñarme lo que con tanto ahínco estrujo entre mis dedos.

No imagino cuán mal le he hecho sentir repitiéndole siempre lo mismo.
Aclarándole un sinfín de veces la carga que implicaba para mí otro crío, mientras mi gitana llevaba la suya propia, ocultándome el embarazo.

¿Que tal vez fui excesivo, duro y extremista con mi posición?
Lo fui sin dudas, ya que en definitiva es una parte de mí también, es mi sangre, es nuestro como lo es Ismaíl.
Quizá hubiera sido lo mejor para este momento que estábamos afrontando, lejos de casa y de nuestra vida en Italia...

Ignoro el desastre regado por el piso y voy al amplio mueble que decora el extremo de la sala. Me sirvo otro vaso de whisky y me lo tomo de un trago.

Me quema la garganta y me hace cerrar los ojos.
Lo recargo de nuevo y me lo empino mientras elevo a la luz los resultados.

Tres meses de embarazo.

Carajo.

Necesito caer en una borrachera que me deje en coma hasta dentro de una semana.
Si ya me encasillé a mí mismo como un cagón de mierda voy a hacer honor a mi título. Me voy a embriagar hasta perder la noción incluso de mi nombre.

—¡Rashid, eres un estúpido! —el timbre de Meredith viene desde la escalera, tronando como una tempestad, martillándome los tímpanos.

No es la voz que deseo oír así que la ignoro porque en verdad, si no es Nicci, la cosa me importa menos que un bledo.

—Lárgate —suelto con autoridad.

—¡Déjate de tomar esas porquerías que estás con medicación encima!

Se me acerca con pose de madre gallina, directo a quitarme el vaso pero soy severo. Será muy mi nana, muy confidente de Nicci pero ante todo es mi empleada. Ella no me manda a mí, yo la mando a ella.

—¿Quieres que te cuente cuánto me importa la medicación? —desafiando a la patrona con faldas, me lleno por tercera vez el vaso y se lo enseño—. Salud.

—¡¿Qué fue lo que hiciste?! —me reclama, ojeándome con desaprobación—. ¡Tu esposa te dejó, reacciona! ¡¿Qué hiciste?!

Tu esposa te dejó...

Eso me cae como un balde de agua helada.

—No sé —respondo en un murmullo—. La verdad no sé qué demonios hice.

—¡Mira que conozco a Nicci! ¡Conozco su carácter, su poca paciencia y ese amor que te tiene que la lleva a aguantarse cualquiera de tus idioteces... Pero esta vez te pasaste!

Evado su rostro y me aclaro la garganta.

—¿Estabas ese día? —le pregunto, ausente.

—¿Qué día? —se oye contrariada.

—En Arabia, mi cumpleaños. La noche que me volví loco de verdad y ella intentó matarse.

Vuelvo a centrarme en Meredith, que del enojo pasó a la aprehensión en cuestión de segundos.

—Lastimosamente estuve ahí. Nunca me habías decepcionado, Rashid pero esa noche... —niega lentamente— Esa noche, tu obsesión por Nicci te llevó al límite.

Trago saliva.

—Me odiaba...

—¿Y cómo crees? —me enfrenta, achinando la mirada—. La raptaron de su propia casa, la drogaron, la humillaron, estuvieron a punto de violarla. Tú sólo la sacaste de un infierno para meterla en otro. Tenías tanto rencor en su contra que querías hacérselo pagar al precio que fuera. Llevabas tiempo encaprichado con ella y como ella nunca reparó en tu existencia... Sólo quisiste mostrarle lo poderoso que eras y lo dura que podía llegar a ser tu venganza.

Inspiro hondo, exhalo y vuelvo a repetir mi ejercicio respiratorio. Saberlo me hace sentir miserable.

—La viste vulnerable y no te importó en absoluto, la hiciste bailar en el filo de la cornisa —sigue con enojo. Tal parece que no soy el único que tiene bien grabado en la memoria aquello—. Y tuviste que mandarla al precipicio para cambiar. Tuviste que perderla para darte cuenta del error que estabas cometiendo —su semblante se suaviza—. Cuando Nicci despertó del coma costeaste cada gasto de su internación y te hiciste cargo del mejor tratamiento psicológico para ella. Para que superara su alcoholismo y el trauma del secuestro. Te resarciste de tu error y no sólo la conquistaste, sino que estuviste a punto de ir a la cárcel por ella. Te sometieron a investigaciones, casi perdiste la herencia de tus padres y todo fue por ayudar a Nicci.




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