Mi madre sirve la cena, mi padre que se ha quedado a comer y al parecer se quedará a dormir en el cuarto que solía ser de invitados, le hace caballito a Ismaíl, Adolfo mira una y otra vez los análisis y yo simplemente los miro a todos.
Están tan felices y yo sólo siento que me falta algo.
«¿Te falta algo? Ese te falta algo significa que terminó Nicci»
Hay un lapso de tiempo donde quien te quiere te busca.
Su incesante catarata de mensajes dejó de ser desde la tarde y como buena masoquista cuando le devolví la llamada, su número me mandó directo a buzón.
Es difícil contactar a Meredith porque está chapadísima a la antigua y no se amiga con los celulares.
Llevé mi orgullo hasta Kerem e incluso le mandé un mensaje enseguida que regresé a la casa pero nunca me lo contestó.
También... No se me ocurre otra cosa mejor que andar molestándolo cuando él está liado con sus asuntos.
Suspiro y clavo el tenedor en el bistec que pone mamá frente a mí.
En un movimiento automático empiezo a trozarlo. Pequeños pedacitos a los que le añado aceite de oliva, sal marina y una pizca de albahaca.
La especialidad de Gala Costas es la carne a la plancha. Lástima que su especialidad incluye cocinar al punto de dejar los cortes más duros y secos que un bloque de cemento.
Todavía no tengo definido cuántos días más me voy a quedar en la casa pero lo que sí es seguro; muy seguro, es que a partir de mañana pediré el almuerzo y la cena para todos.
—Aún no caigo —la escucho decir en un tono felizmente explosivo—. ¡Estoy que no lo creo!
Ismaíl viene a mi lado y se engulle la carne en dos segundos, reparando en las verduras que preparé en el horno de barro ubicado en el patio.
Las verduras al igual que la pasta, es un bocado que mi hijo ama.
—En algunos meses habrá una mini réplica de Nicci correteando por la casa.
El comentario de papá me sonsaca una tenue sonrisa.
Andará correteando cuando venga a visitarlos porque mi estadía aquí es momentánea. Ni más me falta retroceder unos cuántos años y correr bajo las faldas de mi madre.
—¡Yo estoy loquísima! ¡Mira si sale igual a nosotras! A las Costas. Culonas, de pelo negro, cintura afinada... —me centro en mi pequeño pero cada tanto la ojeo a ella. Es que la efusividad con que habla no admite otra cosa más que observarla con pánico.
De esta mezcla de genes puede salir cualquier cosa. Explosiva, persuasiva, celosa, seductora... O una completa desquiciada.
Puede resultar una digna hija de Rashid, así como Ismaíl, que comparte rasgos y aspectos que le tiran más al padre que a mí.
Definitivamente el arabillo se habría vuelto loco.
El Rashid previo a la amnesia no me habría dejado sola, habría puesto a temblar el mundo de ser necesario, para estar acompañándome en los momentos más importantes.
El de antes... No ese hombre que quedó en Lisboa.
La tonta en esto soy yo, que por quererlo como lo quiero intenté darle la noticia de la ecografía.
Aunque nuestra relación esté del carajo, le llamé en el taxi de regreso a la casa y nunca me atendió.
«¡Error Nicci! No es que tu relación esté del carajo, es que iniciaste un proceso de divorcio. Ya ni existe siquiera relación»
—Geovanna —la severidad en el tono de Gala me hace alzar la vista del plato de Ismaíl—, come —recalca.
No tengo apetito pero obedezco. No porque ella me esté tratando peor que una niña chica, sino porque tengo que repuntar.
No me voy a dar el lujo de desmoronarme cuando mi hijito y mi beba me necesitan.
Me engullo las verduras y las bajo con un buen trago de agua.
Baja la comida, la desazón y lo mucho que extraño a mi marido.
Dentro de poco... Ex marido.
Será cuestión de bobos sin dignidad pero lo quiero a pesar de todo. Lo amo porque fue mi primer y mi único amor.
Y sé que para el bien de nosotros separarnos es lo mejor sin embargo estar lejos sin oír su voz tan particular y estremecedora, sin sentir su calor y su perfume y sin que me dé un beso es lo peor que me puede estar pasando.
Que no haya venido por mí es lo peor de lo peor que me puede estar pasando, porque eso significa el límite de los límites. Eso es lo más contundente para que me dé cuenta de una buena vez que esto tan dependiente, amoroso e insano se acabó.
Una parte de mí estaba esperándolo sin importar mi tajante decisión de dejarlo.
Y esa parte que aún esperaba un vestigio de mi antiguo Rashid apagó la luz y se acostó a dormir, muerta de desilusión y decepción.
Hasta los amores más fuertes y pasionales se terminan, asumirlo de una va a doler menos.
—Geovanna —el carraspeo general termina por sacarme de mis pensamientos.
Sé qué es lo que pasa, actúo normal, práctica, dándole la cena a mi hijo, sirviéndole refresco, comiendo bocado cada tanto pero en realidad soy ajena a lo que hablan.
Estoy en mi momento vulnerable, tonto, romanticón y sensiblón del día.
—Lo siento, no estaba prestando atención —mastico un trozo de calabaza—. ¿Qué decían?
—Que tu padre y Adolfo no están de acuerdo conmigo.
Arqueo una ceja—. ¿De acuerdo con qué?
Chasqueando la lengua me regala su expresión más dulce y manipuladora.
—Que hace unos días, cuando iba de paseo a la casa de mi amiga Bettita, pasé por una tienda y vi un precioso tutú rosado —se sirve en su copa hasta el tope de vino tinto—. Y pensé, "si algún día tengo una nieta la llevaré a...
—Si es que tu nieta así lo quiere —le corto a secas, haciendo que ella abra desmesuradamente los ojos—. Mis hijos van a tener la libertad de practicar, ser, y hacer aquello en lo que se sientan felices y cómodos, incluyendo ballet —miro a mi padre y enfatizo—, fútbol y hasta orientaciones sexuales.
Todos permanecen absortos y enmudecidos, incluso reconozco de inmediato que lo que dije sonó muy agresivo y temperamental.