Al Borde del Abismo Libro 2

CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE

Me paralizo.

No sé cómo ni porqué pero me congelo.

El corazón me sube a la garganta, el pecho me duele y salivo sin poder tragar.

Esto no me lo esperaba pero por muy contradictorio que parezca era lo que estaba deseando que pasara.

—Nicci —vuelve a susurrarme—. Vine por ti. Te pido por favor que no firmes ese papel.

Por un breve instante cierro los ojos. Por un brevísimo momento me olvido del mundo que me envuelve, de las personas presentes,  del lugar en que me encuentro y me olvido hasta de respirar.

Me queda el aliento atravesado en la garganta mientras sus manos me aprietan los hombros.
Un apretón firme que junto a su vibrante voz y su inconfundible perfume mandan descargas eléctricas a mi sistema nervioso.

Él es tan...

Es tan firme y blando a la vez. Es duro pero de tacto terso, es frío y calor, invierno y verano. Es la dualidad vuelta hombre. Es mi placer culposo...

Al que no puedo renunciar por más que lo intente y quiera.

—Mi vida —su tono tan bajo me obliga a abrir los ojos y me retuerzo imperceptiblemente cuando sus labios rozan el contorno de mi oreja—, no lo hagas. 

«No quiero seguir contigo»

Muerdo la cara interna de mi labio al escucharle y a su vez, procesar lo que nos sucedió.

«No firmes ese papel»

Mierda y más mierda.

«No firmes...

Demonios que no puedo pensar en otra cosa que no sean mis ansias por abrazarlo.

¿Y por qué?

Porque basta sentir su calor y su olor para que me tiente a esconder el rostro bajo su mentón.
Por que no puedo ser difícil.
Por que vine decidida y rota y ahora que está aquí, exponiendo todo su drama e intensidad solo quiero reírme y besar su tentadora boca.
Porque soy blanda, soy carne blanda y presa fácil.

Lo admito: él es un jodido y yo soy una loca de mierda pero es que...
Aunque quiero darle un guantazo, quiero gritarle que es un idiota que juega con mi estabilidad mental y emocional, y quiero firmar el bendito papel para que vea lo que es sufrir... No puedo hacerlo.
No tengo la fuerza para hacer nada de eso cuando lo amo como a ninguno. Cuando con él estoy regia y entera. Cuando viene y dejo de ser la empoderada Nicci y me convierto en la dependiente enviciada con su árabe de infarto.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, quebrándome.

Es estúpido cuestionarlo, lo sé, pero también sé que necesito escucharlo de su boca. Necesito que diga lo que no me dijo en Lisboa, que sea sincero conmigo o al menos lo intente.
No busco que me pinte romanticismo, sólo que me diga la verdad de lo que nos pasa, la verdadera razón por la que está aquí al borde de ser echado por el vigilante.
Que me diga que se equivocó y que yo tenía razón. Que no somos nada lejos uno del otro. Que no puede y no quiere estar sin mí. Que me ama con la misma intensidad que ama a nuestros hijos.

—Vine decidido a evitar que ocasiones un desastre —giro apenas la cabeza y le dedico una mirada fugaz—. Vine a evitar uno de esos desastres ciclónicos que solamente tú sabes provocar.

Mi corazón late cada vez más rápido y temo que reviente de un momento a otro.

—¿En serio piensas que divorciarnos es un desastre ciclónico?

La voz me sale neutra y segura pese a que me estoy muriendo por dentro.

La alarma en mi cerebro se activó con sus palabras. Con esa manera tan peculiar y seductora de hablar que no es propia del hombre que quedó en Portugal.
Esa sensualidad que lograba ponerme los pelos de punta en menos de dos segundos, era la marca registrada del territorial magnate del que me enamoré con una locura casi enfermiza.

—Estar separados es el peor y más destructivo desastre natural que puede existir.

Su palabrería me sonsaca una sonrisa. Una muy tenue que se esfuma con el carraspeo bastante insistente del Juez Duncan, quien comienza a molestarse con el retraso.

—Señora —se inclina hacia adelante, con el propósito de intimidarme—. ¿Va a firmar o no?

—¿Sabes una cosa? —haciendo caso omiso al sujeto frente a mí, con una autoridad que me hipnotiza, Rashid gira la silla de escritorio en que me encuentro sentada para dejarme de cara a sus impresionantes ojos oscuros. Una penetrante mirada que congela cada centímetro de mi cuerpo—. Que estemos aquí es una reverenda estupidez. No tiene sentido —se acuclilla, toma mi manos y me permito un minuto de apreciación. Vino de deportivo. Usando joggins negros y un suéter de cuello alto beige. La barba le crece de a poco, enmarcando su varonil rostro y sus ojos... Expresan demasiado, brillan como ya ni recordaba—. Dormité en un maldito aeropuerto en medio de una jodida tormenta. Sin vuelos, sin señal, aislado y rezándole a Cristo llegar a ti cuánto antes. Estuve borracho y en mi más repudiable estado, odiándome por no haber ido a buscarte enseguida que saliste de la casa. Necesité de un sacudón para entender que no quiero estar lejos de ti otra vez, Nicci —abro la boca para hablar pero él lo impide—. Me duché, busqué ropa nueva, te compré flores... Pero se secaron antes de que pudiera rentar un carro saliendo del aeropuerto —inspira profundo y sacude la cabeza—. En fin, déjame decirte algo muy importante.

Me arrebata el bolígrafo que sostenía con fuerza y lo tira al suelo.

—Me equivoqué, ¿si? Me equivoqué de acá a la China espantándote de mi lado cuando eres lo más valioso que tengo —era lo que estaba esperando oír y resulta que estoy lagrimeando en este pésimo momento—. Sal de la sala unos minutos —añade con calma y seriedad—. Cuando escuches todo lo que tengo para decirte haz lo que quieras. Incluso firmaré un compromiso cediendo ante cualquier reclamo para que cuanto antes te conviertas en mi ex esposa. Pero primero habla conmigo, luego, si lo deseas te daré la libertad que exiges y desapareceré de tu vida.

La angustia se clava en mi pecho cual aguijón de escorpión.
Odio que lo diga.




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