El grifo del fregadero funcionaba a medias, pero era suficiente para limpiar sus heridas; había sangre en sus manos, aunque no era suya; sentía las pulsaciones de la próxima hinchazón, de cualquier forma, no creía que fuera grave. El tipo era rudo, tenía que reconocerlo, y aunado a su inexperiencia para torturar gente, sólo podía presentarse un resultado: El cuadro que ahora experimentaba. Había sido como golpear una roca, no había mucho terreno blando dónde trabajar.
El agua fluyendo entre sus nudillos, se sentía muy bien; eso lo hizo descansar un poco, aunque sólo físicamente. Siempre creyó, que encontrar al que le había hecho tanto daño iba a ser imposible; de hecho, se había dado por vencido. Ahora todo estaba bajo su control, así como le gustaba. Miró por la ventana mientras sus ojos vidriosos luchaban con una ligera ventisca. La habitación daba a la calle y no se divisaba un alma en el exterior. Mantener el recuerdo de aquello que debió olvidar, no era nada saludable, lo sabía; pero ahora, en su nueva vida, pretendía auto-convencerse que todo tenía un por qué. Finalmente, había encontrado la razón de haber mantenido esa emoción viva, y era tiempo de ejecutar su añorada venganza.