La verdad, no sé… no sé, no puedo especificar el momento exacto en que se me instaló el sentimiento de lúgubre en mi vida, como una brisa silenciosa que se cuela por las grietas de la puerta. Tal vez fue cuando cumplí 18 años cuando la presión de la edad adulta comenzó a aplastarme, como si me empujara hacia el fondo de un lago.
Recuerdo ese día como un torbellino de expectativas y promesas no cumplidas. Al convertirse en "adulto" no viene con una guía de instrucciones sobre cómo manejar el miedo y la incertidumbre.
O quizás fue cuando tuve que enfrentarme a la elección de una carrera universitaria; había tantas opciones que no me podía decidir. Es una decisión fundamental que definiría el resto de mi vida o eso creía. Elegí una sencilla que tenía las materias que me gustaban de la secundaria, pero a medida que pasaban los meses, lo entusiasta se esfumó, dejando una sensación de vacío.
En un abrir y cerrar de ojos, mi elección fue una trampa que me cerraba todas las salidas posibles… O mierda, lo arruiné de nuevo.
O probablemente fue cuando intenté empezar a trabajar; estaba convencida de que si encontraba un empleo todos mis problemas se resolverían y por fin sería estable.
Pero… ¿Quién quiere contratar a una persona sin experiencia? O ¿acaso no era buena candidata? Solo fueron rechazos implacables.
Cada entrevista fallida parecía ser una confirmación de mis peores temores. La frustración y la desesperanza se convirtieron en compañeras constantes. Miraba a otros conseguir trabajos con facilidad, y yo seguía atrapada en un ciclo interminable de intentos fallidos.
Capaz fue en ese momento, donde la angustia se hizo más palpable, como un peso en el pecho que no puedo ignorar.
Era como si cada decisión equivocada que tomaba me arrastrara más profundo en un pozo sin fondo… Solo deseo que acabe esto.
O posiblemente fue cuando en las cenas, donde siempre me preguntaban sobre mi futuro ¿Qué iba a hacer?, ¿A qué me iba a dedicar?, cada vez que cambiaba la opción recibía comentarios desgarradores. "No sabes hacer nada", "otra vez cambiando los planes al último momento", "cuando va a hacer el día que te vayas de la casa", "ya no te soporto", me dijeron una y otra vez, en cada cena. Como si esas palabras pudieran ser el remedio a mi confusión. Cada crítica se asentó en mi mente, como un eco que nunca se apagaba.
A veces, me pregunto si mi tristeza comenzó en un instante puntual o si, en realidad, se fue acumulando con el tiempo.
Como gota… gota… igual que una canilla rota que eventualmente desbordan un recipiente.
Tal vez no fue un solo evento, sino una serie de fracasos y decepciones que construyeron una muralla impenetrable a mi alrededor.
O quizás este agobio era un viejo amigo que se había estado gestando en mi interior, esperando el momento adecuado para florecer.
Ahora, mirando hacia atrás, lo que más me duele es no saber exactamente cuándo comenzó todo. Esa falta de claridad hace que el proceso de sanar sea aún más complicado. Me pregunto si algún día podré encontrar ese momento de inicio, ese punto exacto en el que todo empezó a desmoronarse.
Pero, mientras tanto, intento encontrar sentido en el caos, esperando que, eventualmente, la tristeza se convierta en una lección de vida o un destino inevitable.
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desahogo mental y emocional, miedos sin fin, quiero ser normal
Editado: 16.11.2024