"Al caer la nieve" (libro 1)

Capítulo 1: La apuesta

Recuerdo que mi madre siempre solía decirme que hay una edad para cada etapa de tu vida: La de tu primer amor, tu primer beso, tu primera vez, la del matrimonio, la llegada de los hijos, los nietos y, por último, terminar como una anciana a la que deben cambiarle el pañal. Bueno, no lo dijo de ese modo, pero el que lo imagine lo hace ver gracioso. Tomé cada uno de sus consejos, guardándolos muy al fondo de mi corazón, planteándome que «Mi etapa» comenzaría cuando cumpliera los dieciocho años. Ahora, tenía solo quince años, no estaba enfocada y menos desesperada en que un chico se fijara en mí y viceversa. Me sentía bien sola, atenta a mis estudios, sin tener que preocuparme por cosas sin importancia. Al contrario de mis mejores amigas que no dejaban de lanzar miradas a todos los chicos de nuestra escuela, esperando que alguno de ellos las note, les hablen para finalmente declararse y convertirlas en sus novias…

Así como Milagros que ha logrado conseguir su segunda declaración de amor.

— ¿Y qué fue lo que le respondiste?

Todas la miramos muy atentas. La tenemos rodeada en su carpeta y ella no puede dejar de jugar con sus dedos. Sus mejillas están levemente encendidas, se le forma una sonrisa en los labios y…

— ¡Que sí!

Los gritos eufóricos por poco me dejan sorda.

— ¡¿Lo dices en serio?! —habla Stefany.

— ¿Crees que bromearía con algo como eso?

—No pensé que te gustara tanto… —las tres me miran como si estuviera diciendo una estupidez— ¿Qué?

—Tu capacidad intelectual me preocupa.

—No soy como tú, Stefany que anda al pendiente de cada detalle y no se le escapa nada.

—Lo sé.

Ruedo los ojos.

A veces, es tan insoportable.

— ¡Ya! —exclama Liliana— Dejen que Mili siga contándonos.

—No hay nada más que contar.

—Oh, claro que sí. —Stefany la toma por los hombros— Confiesa… ¿Se besaron o no?

Tanto Liliana como yo nos quedamos a la expectativa de su respuesta.

— ¿Creen que no?

Mis dos amigas vuelven a dar gritos mientras que yo no puedo con tanta información. Milagros Salazar era mi mejor amiga desde el kínder, la conocía desde que se comía los mocos y ahora estaba saliendo con alguien. Bueno, ¿Quién podría culparla? Si era la más bonita de las tres, tanto así que el primer chico que me gustó terminó enamorándose de ella.

— ¿Y sí se habrán lavado la boca? —Susurro y al parecer, he hablado en voz alta, ya que todas me miran como si estuvieran a punto de asesinarme. Antes de que lo hagan, el tutor entra por arte de magia, por lo que aprovecho esa distracción para correr a sentarme en mi pupitre.

¡Uf! Por ahora, estoy salvada.

El problema es que no lo van a dejar pasar y estoy segurísima de que me castigarán con su indiferencia. ¡Pues quién me manda a no poder controlar mi lengua! Maldigo por no ser más prudente, fue tan obvio mi malestar porque de las cuatro éramos las dos “solteras” y ahora soy la única.

A la hora del receso, solo Stefany aceptó acompañarme al quiosco debido al pésimo comentario que le hice a Mili.

—Debiste morderte la lengua antes de decir esa tontería.

—No creas que no me arrepiento. —pago por un par de sándwiches y unos chicles mientras que ella solo compra una botella de agua— Creí que solo hablaba para mí misma.

— ¿Y cómo fue que se te escuchó?

Su ironía me molesta.

—Ya lo sé. No tienes por qué ser tan sarcástica.

— Era el momento especial de Milagros y tú terminaste por joderlo.

—No entiendo qué lo hace especial, no es el primer chico con el que esté saliendo.

— ¿Sigues resentida por lo que pasó el año pasado?

—Claro que no. —bufo— La amistad que tengo con ella siempre será primordial, por eso siempre digo que los hombres son una pérdida de tiempo.

—Aún tienes el corazón roto, ¿no?

Niego con la cabeza.

—El día que tenga el corazón roto será cuando me haya enamorado. —le doy un mordisco a mi sándwich— algo que nunca pasará.

—No hables con la boca llena, puerca. —río por dentro— En fin, me alegra tanto que Mili esté con Leonardo. Hace tiempo que se moría por ser su novia.

— ¿Así? —ella asiente— No sabía que le atraía tanto. Parecía que más lo odiaba, ya que ante cualquier situación lo golpeaba.

—De eso se trata.

— ¿Qué?

—“Más te pego, más te quiero”. —me muestra un guiño.

—Dime que estás bromeando.

— ¡Ay, Cielo!

Sí, ese es mi nombre. Y existen dos motivos por el que mi madre decidió llamarme así. El primero es que quiso siempre recordar a su hermanita menor que falleció de leucemia cuando solo tenía tres años (Se llamaba igual que yo), y el segundo fue porque a una de sus pacientes le gustaba tanto el color de sus ojos que no dejaba de mencionarle que eran iguales a los del mismo cielo.

— ¿Acaso no conoces las leyes del enamoramiento? —interrumpe Stefany mis pensamientos mientras nos encaminamos de regreso al aula.

— ¿Existen leyes? —resoplo— ¡No puedo creerlo!

—Necesitas salir con alguien. —palmea mi hombro— ¡Urgente!

—No tengo prisa por hacerlo.

—Pero si te morías por…

—Error. —la corto— Tiempo pasado y solo fue una pequeña atracción.

—Pues si o si debieras enamorarte. —da un suspiro— Se siente tan bonito.

—Y te vuelve medio estúpida.

Ella se detiene, me mira enfadada y cruza sus brazos. Hay momentos en el que no me gustaría ser tan directa, no es malo el decir lo que uno piensa, pero siempre con la precaución de no ofender a nadie.

—Lo siento. —digo apenada y continuamos caminando— Sabes perfectamente que me estresa hablar de este tema.

—Solo digo que no quisiéramos que te sintieras sola. —arrugo la frente— Las tres ya tenemos novios y tú…

—Lo haces sonar como si estuviéramos en una competencia y no es así. —pronuncio firme— Ustedes quisieron adelantarse y voy a respetar sus decisiones, así que solo les pido que dejen de ofuscarme y lidien con las mías.



#2739 en Novela romántica
#902 en Chick lit

En el texto hay: juvenil, romance, drama

Editado: 07.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.