Solía sacar “AD” en los dictados de ortografía. Incluso participé en concursos de oratoria debido a que sabía expresarme muy bien. Las exposiciones los hacía perfectamente, y es que era yo la que hablaba la mayor parte del tema para así, no reprobar el curso. Me sentía orgullosa de mis premios, de mi fluidez y la capacidad de memorizar cada palabra.
Y es por ello que no comprendo como es que le grité una frase como esa.
Santiago me mira como si no hubiera escuchado bien y está claro que la presión de mis amigas me ha llevado al nivel de la estupidez.
—¿Qué fue lo que dijiste?
—Bueno…
Quizás no sea mala idea el que finja demencia o solo salga corriendo para así evitar la vergüenza por no saber que rayos responderle. Me quedo pensando, tratando de controlar mi nerviosismo y…
—Dije que… —trago saliva— nunca saldría contigo.
Acabo de empeorarlo todo y debo estar viéndome como payaso de circo. Él aprieta sus labios, conteniendo la risa y solo quiero que alguien me entierre. Odio esta situación, la maldita apuesta que hice y ser la burla del año.
Doy un suspiro.
—Bien, me rindo. —pronuncio y él sonríe con expresión ganadora— Pero no es nada de lo que te imaginas.
— ¿Y según tú qué es lo que me imagino?
— ¿Qué salgamos? —Santiago alza una ceja— De acuerdo, me retracto. Si dije “Salir”, sin embargo, no dejaste que lo completara. —carraspeo— Yo sí podría salir contigo... hasta la salida del colegio.
El idiota ríe sin ocultarlo.
Soy tan mala mintiendo y muy buena, quedando en ridículo.
—Qué tal excusa. —seca sus lágrimas de risa— Sí que me hiciste el día, nube.
—Tuve un momento de locura.
— ¿Por qué?
— ¿Debe haber un por qué?
—Me refiero a que porqué quisieras salir conmigo.
—Fácil. —intento mentir mejor— Estoy planeando un experimento social el cual consiste en salir con chicos populares y muy idiotas así sea hasta la salida del colegio. El papel perfecto para ti.
—¿Tengo cara de rata de laboratorio para que quieras hacer un experimento conmigo? —luce tan serio que me da algo de escalofríos— Además, ¿No se supone que solo saldrías con alguien que te gustara?
—Quiero hacer lo contrario y por eso pensé en ti, ya que no me atraes para nada.
No sé a qué se deba su mala cara y mucho menos el que cruce sus brazos. El hecho de que sea algo agraciado, no significa que sienta algo por él, por lo que no debo darle ideas erróneas.
—Somo dos. —menciona, cambiando su expresión— aun así, no pretendo participar en tus delirios.
— ¡¿Estás llamándome loca?!
—Una nube loca. —ríe bajo— te queda bien ese apodo.
— ¡Eres un...!
—¡Valenzuela! ¡Navarro!
Es la voz de la Señorita Luz, nuestra auxiliar de grado que me provoca tanto miedo y por lo mismo no dudo en esconderme detrás de Santiago. Mientras que yo tiemblo, el idiota actúa tan normal que me da ganas de darle un peñisco.
—Ustedes… —dice cuando está al frente de nosotros— ¡¿Por qué no están en su clase?!
A las justas puedo tartamudear y…
—Estaba regresando de los servicios cuando me resbalé y me hice un ligero raspón en mi labio. —responde Santiago apuntando su boca— como nube…, diré Cielo, estaba pasando por aquí, se detuvo a ayudarme.
— ¿Eso es cierto, Navarro? —dejo de esconderme como una cobarde y cuando la enfrento, solo asiento con la cabeza— ¿Cuarenta y cinco minutos?
— ¿Qué? —ambos preguntamos al mismo tiempo y maldigo el no tener un reloj de pulsera— Yo… él…
— ¡A la dirección!
—Pero...
Ella se ubica a un lado, indicándonos que avancemos y antes de hacerlo, me persigno un millón de veces por si mi madre se entera y quiera castigarme. Al llegar ahí, los dos entramos a la oficina del director y mientras esperamos que este salga de una reunión, trato de pensar en una buena excusa.
O alguna súplica.
—No estaríamos aquí si no fuera por la tontería que dijiste.
— ¿Me estás culpando?
—Debí ignorarte.
—Para empezar, fuiste tú el que me detuvo porque creías que estaba espiándote.
—Lo hacías.
—Claro que no. —pretendo estar ofendida— El único culpable eres tú.
—Da igual la situación, solo no respondas nada. —él se arregla el cuello de su camisa— déjamelo todo a mí.
—Con más razón debo decir algo.
—Relájate, nube.
Quisiera hacerlo, pero temo a que este idiota me hunda sola. Ni modo, tendré que darle un pequeño voto de confianza, sellar mis labios y no empeorar las cosas. El director aparece y nos pide seguirlo a su oficina. Estando allí, comienza a interrogarnos por nuestra falta y es Santiago quién se disculpa y responde cada una de sus preguntas.
El castigo viene al último:
—Joven Valenzuela, por esta vez voy a dejarlo pasar, ya que usted siempre ha demostrado ser un estudiante modelo. — «¿Cómo? ¿Habré escuchado mal?»— Eso sí, tendrá que ayudar a la auxiliar Luz durante un mes. —el director anota su orden en un folder— Y usted jovencita Navarro, se encargará de apoyar en la enfermería haciendo el uso respectivo del botiquín.
No soy experta en ello, pero por lo menos, no nos dio una suspensión.
Antes de retirarnos, nos volvemos a disculpar y no fingimos el apuro que tenemos por salir de ese lugar.
—Estudiante modelo ¿eh? —me burlo y resoplo— Cómo se ve que no te conocen.
—El hecho de que sea popular, no significa que no tenga cerebro. —alardea— ¿Quién crees que gana las medallas de los campeonatos de ciencias y matemáticas?
—Cómo no vas a ganar si eres tremendo jugador.
La ironía es mi mejor cualidad.
Mientras nos encaminamos hacia nuestras aulas, visualizo a mis compañeros bajando del pabellón junto con el profesor de cómputo. ¡Rayos! Busco algún punto para esconderme, pero mis amigas ya se han percatado de nuestra presencia y rápidamente, se acercan hacia nosotros.