Me froto los ojos.
Estoy segura de que la vista me anda fallando, haciendo que vea cosas desagradables y ni idea por cuánto tiempo he seguido haciendo lo mismo, pero continúo hasta que comienza a arderme. Levanto los párpados, volviendo a enfocarme en él y…, respiro profundamente. Acabo de recordar que soy malísima cuando lanzo promesas, creyendo que la otra persona no tomará enserio mis palabras. Como la vez, que le rompí los anteojos, por mera casualidad, a Milagros, prometiéndole que le compraría otro. Mi madre no se inmutó en disculparse con la suya y creyendo que ahí había acabado todo, no contamos de que mi mejor amiga seguiría mencionándolo por casi un mes.
A las finales, tuvimos que comprarle uno nuevo.
— ¿Qué haces aquí?
—Quería verte. —responde con tanta seriedad que me hace ponerle mala cara— ¿No me crees?
—No es el día de hacer bromas pesadas, tonto.
Él sonríe bajo.
Los nervios me atacan cuando presiento que mi madre aparecerá pronto. Sin perder más tiempo, le pido que se marche y como el imbécil que es, me da la contraria al invadir la tienda. Santiago chequea los pasteles a través de la vitrina y ruego mentalmente que elija uno para que se largue de una buena vez.
—Quiero ese. —señala uno de chocolate— El más grande de todos.
—Eres un puerco.
Opto por sacar el pastel y corto una tajada. Cuando estoy a punto de empaquetarlo, él me detiene y el plato desaparece de mis manos. Me quedo perpleja al verlo saborearlo y este se percata de mi expresión.
— ¿Deseas, nube? —extiende su mano, mostrándome la cuchara de plástico el cual lleva un pedazo del postre— Apúrate que voy a devorármelo todo. —lo noto ansioso— Está demasiado rico.
—Necesito que te vayas, ahora. —niega con la cabeza— Esto no es lo que te prometí.
—Dijiste que me harías probar uno.
—Mencioné que te invitaría algún día… —sigue insistiendo en que lo pruebe y se lo meto en la boca— ¡No hoy!
— ¿De verdad?
Y encima, habla con la boca llena.
Me importa un bledo al demostrarle mi poca educación cuando lo empujo con todo y plato hacia afuera, y está claro que la suerte no está conmigo al escuchar los pasos de mi madre.
—Cariño, los alfajores ya están…
Su melódica voz se pierde al fijarse en el idiota popular a quién no le importa esbozar una sonrisa con los labios manchados de chocolate. Es extraño que yo quiera reír en un momento así. — ¿Y este chico guapísimo?
— ¿Guapísimo? —resoplo— ¿No ves que se parece a Shrek?
—Los hijos de las vecinas son muy feos, así que no creo que viva por aquí. —deja la bandeja, ignorándome para luego acercarse a él— ¿Eres algún compañero nuevo de Cielo?
—No. —respondo por él— Estudia en mí mismo colegio, pero es de la clase B.
—Soy Santiago. —habla y se limpia la boca con una servilleta— Un placer conocerla, señora.
—Dime Katy. —puntualiza con una sonrisa— Señora es una palabra muy horrible para alguien como yo. —mi madre es tan jovial que detesta ser llamada así— Y… ¿Eres su amigo o su novio?
— ¿C-Cómo?
—¡Por Dios, mamá! ¡¿Qué clase de pregunta es esa?!
—No tiene nada de malo el querer saberlo. Además, está más que aprobado. —siento que voy a colapsar, pero de vergüenza. Tengo que sacar a este tonto de aquí como sea— Bueno, ¿Te gustaría más pastel? O tal vez, ¿Un té?
—Sí, eso sería…
—No es necesario porque ya debe irse a casa. —los interrumpo y rápidamente, busco mi abrigo. Cuando regreso, me percato de que mi madre le ha entregado una caja más grande. Doy un suspiro— Te acompañaré a la esquina para que tomes el bus.
—Claro. —posa sus ojos en ella— Muchas gracias por el pastel.
—No tienes nada que agradecer. —más bien debería pagar por ello— Fue un gusto conocerte y ya sabes que eres más que bienvenido.
— ¡Mamá!
—Lo tendré muy presente.
Nuevamente, él le agradece el gesto y casi le doy una patada para que nos marchemos. Mientras caminamos reniego del clima porque se supone que ya debería apreciarse los rayos del sol. Pequeñas gotas de lluvia siguen cayendo, pero son muy escasas. Creo que debí abrigarme un poco más antes de salir de casa.
—Tú mamá es muy agradable. —ya había olvidado que el tonto estaba a mi lado. Lo escucho atenta— Lo único que sacaste de ella son los ojos azules.
—Todas las mujeres de su familia la heredamos. —respondo y siento mis manos frías— Es por eso que Guillermo sacó los ojos de mi papá.
—No sabía que tenías un hermano.
—Más que eso, es una bala traviesa de tres años.
—Es normal cuando tienen esa edad.
—Lo dices como si ya hubieras pasado por eso. —él asiente— ¿Cuántos?
—Dos, pero es como si tuviera solo uno. —lo pronuncia tan afligido que tal vez, no debí preguntárselo— El mayor se casó hace dos años y está muy enfocado en su propia familia. Mi madre es la que suele llamarlo porque si fuera por él, nunca la llamaría.
— ¿No va a visitarlos?
—No, pero ya estamos acostumbrados.
Santiago no habla más de ello cuando llegamos al paradero. No puedo evitar sentirme mal por su situación familiar, es algo que no esperé saber de él con el simple hecho de verlo muy feliz en el colegio. Bien dicen que nadie es conocedor de lo que uno lleva por dentro por más que te muestren una sonrisa en el rostro.
—Deberías volver a tu casa. —él me saca de mis pensamientos— Mi bus no tardará en aparecer, y hace rato que ya andas congelándote.
—Estoy bien. —miento y es raro que lo haga— El abrigo que estoy usando te calienta mucho.
—No parece.
—Lo es.
— ¿En serio? —lo miro seria— Préstamelo.
— ¿Pretendes que muera de frío?
—Si dejas que te abrace, no lo harás.
—Eres un maldito…
Mis palabras se quedaron en el aire cuando me fijé en el pavimento, solo para observar en cómo un auto venía a velocidad, inconsciente del enorme charco de barro que posaba muy cerca de nosotros. No tuve tiempo de meditarlo mucho al coger del antebrazo a Santiago, hacer que retroceda junto a mí y…, un ligero tacto en mi frente ocasionó que todo el cuerpo se me quedara estático. Alcé la mirada, esperando que no sea lo que creía que era y me arrepentí al encontrarme con su iris miel, «¡Por dios! Sí fueron sus labios». El imbécil me muestra una sonrisa al decir: