—Jovencita Navarro, tu mami ya llegó por ti.
Había decidido quedarme en la enfermería hasta que la mujer que me dio la vida viniera a recogerme. La auxiliar Luz no se opuso debido a la gravedad de mi herida y por lo mismo, se sentía algo nerviosa por su presencia. Mi madre era una mujer muy alegre, tranquila para los profesores, pero cuando se trataba de mí o de mi hermano se transformaba en una leona dispuesta a destrozarlo todo. Ni bien, mis ojos se encontraron con los suyos, las lágrimas volvieron a traicionarme iniciando una discusión del nunca acabar. Tanto que juró denunciarlos a la policía y a la mismísima UGEL por daños a un menor de edad. Por suerte, logré tranquilizarla y finalmente, nos marchamos a casa.
El fin de semana estuve bajo sus cuidados en dónde me trataron como a una reina. No pude negarme cuando ambos decidieron llevarme a una clínica para darle una mejor inspección a mi quemadura antes de volver a la escuela. Todo salió más que bien y ahora, estaba nuevamente en mi salón de clases con las peores ganas del mundo.
—Cielo… —mis amigas me acorralaron a la hora del receso a excepción de Lucía quién al parecer, había salido a comprar al quiosco— ¿Cómo te sientes?
—Mejor.
Físicamente sí, emocionalmente no.
Mis días de descanso no fueron del todo placenteros, y es que no sabía cómo declararme perdedora por haber terminado con el idiota popular. La apuesta había acabado y era la única culpable de ello. «Te enamoraste» ¡No! Una cosa es que me guste y la otra que sienta amor por alguien que me trató horrible como si…, aunque pensándolo bien la culpa es de él por andar inventando estupideces. ¡Aj! Sé que ya no debería importarme, pero no podía dejar de lado mis sentimientos.
—Traté de ponerme al día con los cursos, pero es difícil interpretar la letra de Stefany. —ella cruza sus brazos sintiéndose ofendida. Liliana y Milagros ríen bajo— ¿Podrían prestarme los suyos?
— ¡Por supuesto! —las tres observan mi brazo el cual aun está vendado— Es más, nos dividimos los cursos y te pusimos al día nosotras mismas. —me quedo confundida y es Milagros quién me entrega tres cuadernos— Sí o sí tenías que descansar.
—Pero, ¿En qué momento…?
—El domingo por la mañana. —siento que quiero llorar— Tu madre nos dijo que solo habías avanzado un poco, así que decidimos hacerlo por ti. Casi morimos de preocupación, pensando que te había pasado algo peor.
—No debieron…
—Sí debíamos. —sonrío al borde de las lágrimas y Liliana acaricia mi cabeza— Eres nuestra mejor amiga y te queremos, aunque tengas un carácter feo.
—Ustedes son iguales.
—Es verdad.
Las cuatro reímos y me reconforta tanto tenerlas como mi bastón. Por más, que discutamos, peleemos y no andemos en la misma sintonía ante diferentes situaciones, sé que siempre podré contar con ellas.
—Por cierto, ¿Te cuido bien Santiago?
— ¿Qué?
No esperaba esa pregunta.
—Pensábamos en ir a verte a la enfermería, pero nos cruzamos con Steve y él nos dijo que te había dejado en manos de tu novio. —comenta Stefany en tono coqueto— ¿Estuvieron a solas?
—Claro que… —me miran expectativas y cambio de tema— Ahora que lo mencionan, trato de recordar en cómo fue que me tropecé. Creí que estaba caminando bien, incluso me fijé antes de…
—Fue Lucía.
Las palabras se me cortan al escuchar a Milagros. Las tres chequean la puerta por si ella aparece, dejándome con tremenda interrogante en el rostro.
— ¿Acaso habré oído mal? —niegan con la cabeza al volver a posar sus ojos en mí— ¿La vieron?
—Yo lo hice. —habla Stefany firme— Te bloqueó el paso, estirando su pie izquierdo en el preciso momento que pasabas por su lado. ¿Casualidades? No lo creo. —la noto irritada— Te juro que estuve dispuesta a increparle su mala acción, pero estaba tan preocupada por ti que se me olvidó.
—No puedo creer que haya tenido la intención de lastimarme.
—Ya te dije que es nuestra “Némesis”. —sigo sin poder aceptarlo, ¿Por qué lo haría? — ¿Harás algo al respecto?
—Hablar.
— ¿Y?
— ¿Esperas a que la golpeé?
—Si tú no puedes, nosotras… —pongo mala cara— ¿Qué?
—La violencia genera más violencia.
—Es lo que merece, ¿no lo crees?
No podría.
En primera porque mis padres no me enseñaron a actuar de esa forma al enfrentar mis problemas y en segunda porque soy incapaz de golpear a alguien sin motivo alguno. Claro que, en este caso, creía ciegamente en las palabras de Stefany. Ella podrá ser una loca, media antipática, pero mentirosa no es. Me quedo aguardando unos minutos en que haga acto de presencia y estoy a punto de ir a buscarla cuando la vemos entrar por la puerta. Lucía se fija en nosotras, pero sobre todo en mí, ya que camina hacia mi dirección con rapidez.
—Cielito… —ese apodo sigue siendo insoportable. Detallo su expresión al oír su voz con cierto tono de tristeza y en verdad, pareciera que va a ponerse a llorar— ¿Cómo va tu brazo? ¿Aún te duele mucho?
—Ya no tanto. —es lo único que logro responder porque solo quiero ir de frente al grano—Lu, necesito preguntarte…
—Lo siento. —pronuncia, interrumpiéndome y creo que las cuatro tenemos la misma cara de sorpresa— Fue mi culpa que salieras herida ese día, pero no lo hice a propósito por si estás pensando eso. —la miro atenta— Iba a pedirle al profesor que me diera permiso para ir a los servicios y como soy alta, antes de poder incorporarme, es necesario que saque el pie primero. Lamentablemente, no me di cuenta de tu presencia y cuando lo hice, me asusté tanto que volví a sentarme en mi lugar hasta que te auxiliaron. —solloza y sus ojos tienen un color rojo— Jamás quise que te pasará eso. Te lo juro, Cielo. No imaginas cuánto me odio por ser la autora de esa quemadura que yace en tu brazo ahora. ¡Perdóname!
Ella cubre su rostro con sus manos y no estoy segura de que esté llorando, pero estoy tan absorta en todo lo que me ha dicho que no puedo mover los labios. Tenían mucho sentido sus palabras, no esperó herirme y se estaba culpando de algo que estuvo fuera de sus manos. No tuvo esa intención y solo actúo en un mal momento.