Las veces que he salido con mi madre al centro comercial no han sido nada divertidos y es por ello, que siempre he tratado de quedarme en casa. Lo único bueno era el helado de vainilla con chispas de colores que solía comprarme y no paraba de saborearlo… ¡Ah! ¿Podría ser capaz de retroceder el tiempo? Necesitaba ese poder de salvación para así no encontrarme en la rara situación que tengo al frente mío.
—¿Qué les parece si vemos "Diarios de una pasión"? —pregunta Milagros con cierta emoción mientras chequea los CD de películas— Escuché que tiene una excelente trama y se llora a moco tendido.
—Me gustan más las de terror. —digo sin ganas— Odio el romance.
—Pues a mi me asustan.
Ella se incorpora e introduce la película elegida en el reproductor. Ni idea el porqué nos preguntó cuando ya lo tenía decidido. Respiro hondo. Aunque quise negarme a que entraran a mi casa, no pude hacerlo. Fue difícil decirle “NO” a la carita tierna de Milagros, pero sobre todo no podía darle otro desplante al tonto de Santiago en menos de veinticuatro horas.
—Traeré algo para comer. —me levanto del sofá— ¿Alguna bebida de preferencia?
— ¿No podrías preparar canchita?
—No hay maíz.
—Qué pesada.
Le saco la lengua a Milagros y me lo devuelve sacándome una pequeña sonrisa. Decido ingresar a la tienda de mi madre y cerrarla antes de sacar uno de sus pasteles. La presencia de mis amigos ameritaba toda mi atención. Corto cuatro tajadas de torta helada y las coloco en los platos de plástico para luego dejarlos sobre la bandeja.
— ¿Necesitas ayuda, nube? —el idiota popular aparece cuando ya lo he guardado. Niego con la cabeza— Al menos, ¿Me dejas llevarlo?
—Eres mi invitado… —frunzo el ceño— Creo que esa no es la palabra correcta para alguien que se presentó sin avisar.
—No tenía idea de que Mateo tendría una cita con tu mejor amiga. —luce apenado— Si lo hubiera sabido, no habría ido a su casa.
—Ósea que, ¿Resultaste ser el mal tercio?
Él asiente.
No puedo evitar reír.
—No te burles.
—No lo hago.
— ¿Hace cuánto salió tu madre? —cambia de tema e intento controlar mis carcajadas.
—Una media hora.
—Entonces debí haber venido por la mañana.
— ¿Y eso por qué?
—Creí que ella saldría muy temprano y que, por ese motivo, no querías que te visitara.
—En ningún momento te di a entender eso. —digo tranquila— Lo has malinterpretado.
—O tal vez, la salida de tu madre surgió a último momento porque ella sabía que no iba a venir otra vez.
— ¡¿Qué?!
«¿Pues este hombre que come que adivina?» Ya intuía que este estaba conectado con la magia negra. Por algo, he caído a sus encantos que cada día me vuelven más descerebrada.
— ¿Te metiste algo? —pregunto incrédula y él arruga la frente— Está mal el que alucines con cosas que no existen.
— ¿Te es tan difícil de aceptarlo? —me mira tan fijamente que debo desviar su mirada porque ya anda poniéndome nerviosa— ¡Te atrapé!
—Oh, cierto. Ya estaba olvidando la bebida.
Salgo de allí con rapidez, esperando que él no me siga, pero como tengo tan mala suerte, me percato de que ya anda detrás de mí. Opto por detenerme y por poco, choco con su torso.
—Deberías esperar en la sala con los demás.
—Aun no terminamos de hablar. —finjo demencia— ¿Por qué evitas que vea a tu madre?
— ¿Es necesario que lo hagas?
—Por supuesto.
— ¿Por qué? —cruzo los brazos y lo observo con seriedad— ¿Crees que te dejaría hacerlo después de cómo me trataste ese día? ¿El día que me accidenté en el laboratorio?
No esperaba soltarle esas preguntas, pero me aterraba el que Santiago pudiera leer mis expresiones y lograra sacarme la verdad con tanta facilidad. Aunque…, ahora que lo pienso, creo que soy yo la que se está delatando por sí sola.
—Me disculpé contigo, ¿No fue eso suficiente?
—Si lo fue. —respondo con sinceridad— Sin embargo, mi orgullo continúa lastimado.
— ¿Crees que el mío no? —resopla— tu misma dijiste: ¿Santiago Valenzuela pidiendo perdón dos veces en un día? Claro que sí y no fue nada sencillo.
—Era lo más sensato debido a la forma en cómo me gritaste.
—Odié verte con él.
—La enfermera Ana le pidió que me tratara la heri… —niego con la cabeza— ¿Desde cuándo debo darte explicaciones?
— ¿Y por qué no lo harías?
—Por dios. —río bajo al pensar en algo imposible— Cualquiera pensaría que estás celoso.
— ¿Celoso? —él hace lo mismo para luego mirarme serio— ¿Por qué no? Eres mi novia.
—Novia de mentira. —lo corrijo y noto que hace una mueca— ¿Qué?
—Ya deja de decir eso, pequeña nube.
Este chico me tiene tan confundida y va a hacer que muera de coraje. Cómo ya no deseo seguir con esta estúpida conversación, le sugiero cambiar de tema y gracias al cielo que accede.
—Ya que quieres ayudarme… —saco la jarra de jugo de la refrigeradora y dejo cuatro vasos en una bandeja de plata— ¿Podrías servir la bebida?
—Claro.
—Bien. —hablo cuando lo veo llenar los vasos con cuidado— Yo iré por los pasteles…
— ¡Demonios!
Él exclama y doy un suspiro al fijarme en la enorme mancha de jugo sobre su polo. Rápidamente, cojo un trapo mojado e intento no empeorar más la suciedad al limpiarlo con lentitud.
—Pensé que eras bueno en todo.
—Lo soy.
—No con esas manos de mantequilla. —su sonrisa es tan notoria que me contagia y eso se acaba cuando admito que su ropa no quedara igual— Si tuviera otro polo de tu talla, te lo daría para poder lavar ese.
— ¿Harías eso por mí?
—Sí, porque a fin de cuentas es culpa mía. —vuelvo a mojar el trapo, tratando de conseguir un milagro— Lo lamento.
—Yo quise ayudarte.
—Eres mi “casi” invitado, así que…
Alzo la mirada lo que me permite apreciar sus ojos mieles. Cielos, ¿En qué momento dejé que su rostro esté tan cerca del mío? Las piernas comienzan a temblarme al sentir mi corazón acelerado y ya es tarde para controlar el rubor en mis mejillas. Agacho la cabeza con la esperanza de calmarme y decido darle el bendito trapo.