"Al caer la nieve" (libro 1)

Capítulo 11: Rumores.

—Pedí dos pizzas familiares: Hawaiana y suprema, así que sírvanse el que más les gusté y no se contengan en repetir, ¿De acuerdo?

Todos asentimos.

Los seis nos encontramos bien sentados en el comedor, incluyendo Guillermo quién no deja de estar ansioso por probar la cena. Mi madre reparte un plato a cada uno para luego servirnos limonada. Aguardo a que mis amigos se sirvan primero y así, continúo rezándole a la Virgen María para que tenga compasión de mí y no haga el ambiente más incomodo de lo que ya es.

Estoy a punto de coger una tajada, pero me percato de que una yace sobre mi plato. Observo a mi acompañante de lado y el que me guiñe el ojo solo significa que ha sido él quién se ofreció en servirme. ¿Cómo supo que me gusta la pizza con piña?

— ¿Qué tal está? —pregunta mi madre mientras le da de comer a mi hermano menor— Díganlo con confianza.

—La suprema está deliciosa, Señora Navarro. —habla Mateo al limpiarse sus labios con una servilleta y ahora bebe un poco de limonada.

—Espero haber podido calmar tus ganas de comer carne. —el novio de Milagros se atora y ella opta por palmear su espalda— Justamente lo pedí pensando en ti.

— ¡Mamá!

— ¿Qué? —frunce el ceño— ¿Acaso dije algo malo?

—Mateo es vegano. —lo suelto sin pensarlo y ellos se tornan incrédulos— Hoy rompió su regla más importante.

—Eso no me pareció cuando lo vi salir del baño… —quiero protestar, pero mi madre cambia de tema— Me alegra saber que te quedó perfecto el polo de mi esposo—ella se enfoca en el tonto de Santiago— Tienes muy buen porte para tener solo quince añitos.

—Desde niño me gustaba hacer deportes. —sonríe y luego, luce apenado— No quisiera que tuviera algún problema con su esposo sobre…

—Claro que no. —lo corta y ella chequea el reloj de la pared— Y ya que seguimos hablando de él ya no debe tardar en llegar a casa—palidezco. Las horas sí que volaron— Estoy segura de le encantará conocerlos, sobre todo a ti Santiago.

— ¿A mí?

¡Eso sí que no, mamita querida!

—Pues es una lástima de que ya tengan que irse. —miro a cada uno con seriedad— ¿No es así?

—Sí. —responden al mismo tiempo y menos mal, que comprendieron mi expresión— Le agradecemos la rica cena.

—No tienen por qué.

Siento un alivio cuando mi madre no insiste y anda más tranquila con sus bromas pesadas. No es que me moleste el que puedan conocer a mi padre, pero él llega tan cansado de trabajar que solo quiere comer, darse un baño y descansar. Solo los domingos salimos a pasear en dónde no se inmuta en engreírnos. Los tres se despiden de nosotras y antes de salir de mi casa, ella vuelve a posar sus ojos en el idiota popular.

—Cielo, te llevará tu polo al colegio. —besa su mejilla— Cuídate mucho.

—Usted también.

—-Los acompañaré por un momento.

Al estar fuera, por fin logro relajarme y el aire ya está llegando a mis pulmones. Me quedo en la puerta y no sé porque estudio a Santiago. «Mi madre tenía razón al decir que le queda espectacular la ropa de papá» Carraspeo un poco porque ya siento el calor en mi rostro.

—El concepto que tengo de tu madre sigue igual. —lo miro atenta— Es muy linda.

— ¿Es lindo el hacer que alguien se ahogue con su propio jugo?

—La consciencia de Mateo lo traicionó.

Él ríe y me contagia.

— ¿Y tú no? —se señala a sí mismo. Exclamo: — ¡Trataste de desnudarte en mi cocina!

—Era una broma sin nada de perversión… —entrecierra los ojos y noto una expresión de burla— o qué… ¿Acaso estabas esperando a que lo hiciera? —cubre su cuerpo con sus manos— Nube mañosa.

— ¡Tenías que ser un completo baboso! —respiro hondo porque ganas no me faltan de jalarle la oreja— Debes irte. A Mili y a Mateo ya les está saliendo raíces en los pies por esperarte.

—Eso parece. —se fija en su mejor amigo— Dudo que Mateo quiera volver a tu casa.

—Tiene motivos de sobra.

—Mal por él porque en mi caso, me gustó mucho. —Santiago extiende su mano y acaricia mi mejilla— Nos vemos en la escuela, pequeña nube.

Lo veo marcharse como estúpida y debo darme una cachetada mental al entrar a casa. Estando allí, me encamino hacia la cocina al escuchar el sonido de la olla hirviendo. Ella se da cuenta de mi presencia.

—Tu padre no querrá pizza, así que tengo que prepararle algo hecho por mis manos. —prueba el guiso— Me está saliendo buenísimo como siempre.

—Hoy estuviste muy graciosa con mis compañeros. —le recuerdo lo que hizo en el comedor y se apunta a sí misma. Ahora luce como el tonto, por algo se llevan tan bien— Me dio pena ajena.

—Me sorprendió encontrarlos aquí y se me antojó volver a mis épocas de colegio. —da un suspiro— Claro que, en ese entonces, nuestras hormonas eran más pasivas.

— ¡Mamá!

—Bien, bien, ya no sacaré más ese tema. —ella se quita el mandil y cruza sus brazos mirándome fijamente. Arrugo la frente— Te daré un minuto para que me lo confieses.

— ¿Qué cosa?

—Lo que tienes con Santiago.

— ¡¿Ah?! —las mejillas se me calientan y opto por devolverme a la sala en dónde hallo a Guillermo viendo la televisión— No tendría porque tener algo con él cuando solo somos amigos.

— ¡Ay, Cielo! —mi madre ríe y actúo como si estuviera enfocada en las caricaturas de bebés— Eres tan fácil de leer.

— ¡¿No me crees?! —exclamo ofendida y ella niega con la cabeza— Se supone que debes hacerlo.

—Creí que confiabas en mí.

—Lo hago.

— ¿De verdad?

Su expresión es de tristeza y ya se me hace imposible el seguir ocultándoselo. Ósea sí, sé que está mal el que me cierre con ese tema cuando mi madre siempre me ha dado su enorme confianza. El problema era que no sabía cómo apartar lo de la apuesta, era algo que realmente la decepcionaría.

A pesar de eso, decido decirle cuál es mi relación con él.

—Santiago es... —trago grueso y el pulso se me acelera— Mi primer novio.



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En el texto hay: juvenil, romance, drama

Editado: 07.11.2024

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