Ya perdí la noción del tiempo.
No sé cuántos minutos han pasado desde que sigo escondida y por suerte, ni a la mentirosa de Lucía ni al pendejo ese se les ocurrió pasar por aquí. Aun no puedo creer que me hayan visto la cara de idiota, burlándose en frente mío al fingir que no se conocían. ¿Cuántas veces se habrán reído esos dos a mis espaldas? «No es bueno ser muy confiada, Cielo. Quién sabe y terminen apuñalándote la espalda» Debí ser más precavida cuando Steve me soltó esas palabras. ¡Aj! Estoy tan enfadada conmigo misma porque si ahora me encuentro en esta situación, sin saber qué hacer, es porque no pude evitar enamorarme… de él.
¿Lo admites?
Sí, y eso comprueba lo doloroso que puede ser ese sentimiento.
— ¿Qué necesidad de mentirme?
Todos tenemos secretos, Cielo. ¿Acaso tú eres sincera con él?
Ya cállate, maldita consciencia.
El estómago comienza a dolerme e intento tomar aire varias veces para que el dolor cese, sin embargo, se acentúa más lo que me hace levantarme, saliendo de ese escondite y creo que volveré a caer al suelo. Unas manos sujetan mi cintura, evitando la caída y… si tan solo fuera otra persona.
— ¿Estás bien, nube? —lo noto angustiado y cómo quisiera tener la fuerza para apartarlo. Él toca mi frente— Estás ardiendo.
— ¿Por qué tienes que ser tú? —murmuro y trato de empujarlo. Para mi sorpresa, me carga como si fuera un bebé— ¿Qué haces?
—Te llevaré a la enfermería.
—Puedo caminar, así que bájame.
—A las justas puedes ponerte de pie. —continúo protestando, pero es en vano debido a que el dolor me sigue matando— ¿Qué te duele?
El corazón.
—La panza.
—Entonces no perdamos más el tiempo.
— ¡Cielo!
La voz de Steve detiene al tonto y no sabe cómo se lo agradezco mentalmente. Ellos se miran como si quisieran despedazarse mientras que yo le pido que me baje. No sé si está sordo o solo finge no prestarme atención al no soltarme para nada.
— ¿Qué es lo que tiene? —pregunta el chico de ojos verdes— La veo pálida.
—Fiebre. —Santiago responde a secas— ¿Qué quieres?
—Sali a buscarla porque llevaba veinte minutos sin volver a las clases y la profesora ya estaba tomando lista. —se fija en mí— Estaba muy preocupado por ti, ¿Dónde estabas?
—Por si no te has dado cuenta, ella no está en condiciones para hablarte, así que…
—Suéltame. —pronuncio como puedo— Hazlo.
—Ya te dije que voy a…
—No es necesario que lo hagas tú cuando tengo a mi nuevo mejor amigo frente a mis narices. —extiendo mis brazos hacia Steve y él no duda en cogerme. Esta vez, el idiota popular no hace nada para retenerme— Ve a tu aula, no vayas a tener algún problema con la auxiliar Luz. Yo estoy en buenas manos.
— ¿Cómo sé que lo estarás? ¿Vas a dejarme preocupado?
— ¿Te preocupas por mí? —río bajo para luego posar mis ojos en él. ¡Dios! Estoy tan sensible por todo que me entran unas malditas ganas de llorar y de paso, quiero golpearlo por ser tan hipócrita conmigo— Perdón, por unos segundos olvidé que éramos novios, aunque a estas alturas, ya no quiero salir contigo.
A Santiago el rostro se le desencaja por completo.
Actúo como si no me importara y le pido a Steve que nos marchemos porque siento que terminaré yendo a un hospital. Él guarda silencio y solo asiente. Al llegar a la enfermería, Anita le indica que me acueste en la camilla y con rapidez, me coloca el termómetro en la boca.
—Casi 39 grados de calentura. —siento náuseas y ando retorciéndome— Quizás sea infección estomacal o…
— ¿O?
—Apéndice. —Steve traga grueso y le entrega el cubo de agua tibia que le mandó a alistar. Ella moja un trapo para luego dejarlo sobre mi frente— ¿Hay un punto exacto que te duela más?
—No, es solo la boca del estómago.
—Entonces quizás esté equivocada. —se aleja y saca el botiquín de la vitrina— Te daré metamizol para bajarte la fiebre más rápido. —vuelve a acercarse a mí y me entrega la pastilla con un vaso con agua— Debemos esperar. Si en caso persiste, lo mejor es que llamemos a una ambulancia y obviamente a tus padres.
—Cruzaré los dedos para que sea el segundo.
—Jovencito López. —él la mira atento— Te dejaré a cargo por unos minutos. Debo avisarle a la auxiliar Luz por si deba prepararse para la reacción de la Señora Navarro. —mi madre sí que es de temer— Ahora regreso.
Cierro los ojos unos minutos debido al cansancio y nuevamente, siento el trapo húmedo, pero esta vez en mi cuello. Alzo los párpados, solo para contemplar a Steve quién toca mi mejilla.
—Estás obteniendo un poco de color.
—Ya ha bajado un poco el malestar. —mi expresión se entorna apenada— No deberías perder clases por mi culpa. Yo puedo hacerlo sola.
—Eres una paciente, así que estate en silencio y descansa.
—Me haces sentir inútil.
— ¿Inútil? —ríe— Está claro que aun no se te quita la calentura.
—Mejor hablemos de otra cosa.
—De acuerdo. —se queda pensativo— Hablemos… sobre ti.
— ¿Cómo qué?
—Tú cumpleaños, tu familia, tu comida favorita, color, música, etc.
—No soy nada interesante.
—No es algo que no puedas responder… ¿O sí?
Él tenía razón.
Decido contestar cada una de sus preguntas y es increíble que lo disfrute. Conversar con Steve logra que olvide a ese par de hipócritas, no por mucho tiempo, pero al menos, calma la agonía de mi pobre órgano latente.
— ¿Algo más que quisieras saber?
—Si… —baja la mirada como si dudara en preguntar— ¿Por qué preferiste mi compañía que la de tu novio? Quiero decir… ¿La de tu casi ex – novio?
— ¿Qué? —arrugo la frente— ¿Cómo qué casi ex – novio?
— ¿No lo recuerdas?
— ¿De qué? —él me quita el trapo y apoya su mano en mi frente.
— Al parecer, ya no tienes fiebre. ¿Cómo te sientes?