Llega el lunes y creo que mi mente aun yace en otra galaxia. No sé cómo es que sobreviví al domingo, actuando como si no me pasara nada delante de mi madre quién comenzó a sospechar cuando le di café a Guillermo en vez de su taza de leche. Estaba claro que andaba soñando despierta y por culpa de… ¡Dios! Mejor no lo pienso porque voy a volver a ponerme roja al recordar en como él junto nuestros labios sin ningún pudor en donde fui incapaz de empujarlo. Se sintió tan malditamente bien y ahora puedo comprender el porque a mis amigas les fascina besarse cada vez que pueden con sus noviecitos. «Yo también te quiero» Esa frase me provocan taquicardias y llena mi estómago de mariposas.
No debería hacerme tantas ilusiones.
— ¡Cielo! —mis amigas entran al aula y se acercan a mi pupitre. Milagros se escabulle a mi lado— ¿Ya estás completamente bien? Liliana y yo nos quedamos preocupadas de que te hayas ido antes de las dos.
— ¿Te fuiste temprano? —pregunta Stefany ansiosa— ¿Por qué?
—Comenzó a darme náuseas— miento— Tal vez, algo que comí me cayó pesado.
—Además de haber conocido a la ex – novia de Santiago. —Lili se cubre la boca demasiado tarde porque Stefany ya tiene la quijada hasta el suelo. Ruedo los ojos— Lo siento.
—No pues, de urraca nadie te gana. —suspiro y asiento— Es verdad que la conocimos porque resultó ser la hermana mayor de Lucía.
— ¡¿Qué?! ¡¿Qué?! —es entendible su asombro y su enojo al mismo tiempo— ¿Ósea que esa arpía ha estado fingiendo que no conocía a Santiago bombón? ¿Y él igual?
—Así es.
Ella luce como si fuera a desmayarse.
—Me niego a creer que sea un mentiroso, pero puedo perdonárselo por ser un adonis bajado del cielo. —entrecierro los ojos. Esta loca siempre será tan superficial— A esa perra no.
—Tuvo sus motivos.
— ¿No piensas dejarlo pasar o sí?
—Ya lo hice. —las tres me fulminan con sus miradas— No estoy dispuesta a tenerla como enemiga después de darme cuenta de que actúa muy bien, así que continuaremos manteniéndola en nuestro grupo y tú… —Stefany se apunta— Es momento de que hagas las paces con ella.
—Me niego.
—Si me quieres lo harás y punto.
Ella continúa negándose, diciendo que ni volviendo a nacer volvería a tratarla con amabilidad. Como si en algún momento lo hubiera hecho. Ignoro sus quejas, sacando mis libros de inglés y siento una mirada penetrante sobre mí.
— ¿Pasa algo, Mili? —ella parpadea y de la nada, coge mi mentón— ¿Qué haces?
—Hay algo diferente en ti.
—Soy la misma de siempre. —alza su mano y roza sus dedos en mis labios— ¡Oye!
—Ese día, Steve dijo que Santiago te acompañó a la salida. ¿Sucedió algo entre ustedes?
Las tres me miran atentas mientras que a mi se me enciende el rostro. ¿Es posible que sus ancestros de Milagros sean de Salem? Niego con la cabeza, esperando que queden complacidas y no sigan cuestionándome. Por suerte, el profesor de Educación física se hace presente…, ¡Aguarda! ¿Qué hace él aquí cuando nos toca a la última hora?
—Debido a que tengo cita con el doctor, hice un intercambio con la profesora Gutiérrez. —habla— Como los estaré juntando con la clase del B, realizaremos una competencia de fútbol y vóley. ¿Listos para ir a la cancha?
— ¡Si!
Demonios.
Aun no estoy preparada mentalmente para cruzármelo porque, aunque me haya besado, sigo firme al tildarlo como mi ex – novio ficticio. Los nervios me atacan y ya ando pensando en algún pretexto para evadir el bendito curso. Todos se levantan para marcharse y mis amigas no pierden el tiempo al cogerme de los brazos, arrastrándome hacia afuera.
—Hoy sí o sí ganamos, ¿No Steve?
—Por supuesto.
Los varones murmura entre ellos, alardeando de que serán los ganadores con la ayuda de su capitán. Después de lo que pasó en la fiesta, tengo la intuición de que esta revancha no va a terminar nada bien. Llegamos al campo y la clase B ya se encuentra allí, bien formados en compañía de la auxiliar Luz. A pesar de que no debo hacerlo, mis ojos lo buscan y cuando lo hallan, admito que ya estoy perdiendo la cabeza. Mis emociones están fuera de control en dónde debo distraerme con otra cosa.
El profesor toca el silbato, indicando que los equipos de fútbol de cada salón se metan a la cancha. Su barra de chicas, la mayoría fanáticas de Santiago, se agrupan y nos lanzan una mirada de burla. Decidimos no dejarnos pisotear al juntarnos y nos preparamos para animar a nuestros compañeros. «Aunque lo más probable es que terminen perdiendo» Aun ni patean el balón y ya ando mordiéndome las uñas.
Decido beber un poco de agua de mi tomatodo y…
—También tengo sed, Cielo. —el chico de ojos verdes me lo quita, da un sorbo y lo deja en mis manos para luego acariciar mis cabellos— Gracias.
Él regresa a la cancha mientras que yo sigo perpleja de lo que acaba de pasar. Son mis amigas las que palmean mis pómulos para poder reaccionar.
— ¿Qué fue eso?
—No lo sé.
—Mejor ni mires a tu novio porque está que arde de celos. —dice Liliana preocupada. Trago grueso— ¿Y cómo no? Si Steve prácticamente te ha dado un beso indirecto.
— ¿Un beso indirecto?
Observo la boquilla del tomatodo y… ¡Oh, por dios! ¿Ha sido capaz de hacer eso? ¿Por qué? Tal vez…, ¿Para desconcentrar al tonto? El partido comienza, estoy ansiosa y debo rezar para que esto termine de la mejor manera. Un golpe, dos golpes, tres golpes. Estos dos no paran de chocar sus cuerpos, ponerse cabe, lanzarse groserías y empujarse mutuamente. Tanto el profesor como la auxiliar no paran de llamarles la atención y ojalá no empeore más su situación.
—Sí que se odian, ¿No lo creen? —murmura Milagros. Ninguna despega los ojos de ellos— ¿A qué se deberá su rivalidad?
Alzo los hombros.
Todavía tenía cierta incertidumbre de lo que había pasado entre ellos. Se habló de infidelidad y una apuesta, dos motivos fuertes que no habían sido confirmados. «Era difícil creerle a Lucía»