Intenté entrar a mi hogar con mucho cuidado, esperando que mi madre no se percate de mis pasos y así evitarme sus interrogaciones, sobre todo el por qué estaba llegando casi tres horas antes de lo estipulado. Sucede que tanto mis amigas como Santiago se dieron cuenta que quedarnos en el parque iba a ser una pérdida de tiempo, por lo que a las finales decidimos marcharnos de allí. Bueno, en mi caso no fue del todo perdido ya que pude disfrutar más tiempo a su lado y logré confesarle lo mucho que lo quería.
Lo malo es que no pude decirle sobre la apuesta.
— ¿Cielo? —había olvidado que mi madre es buenísima olfateando mi aroma. Le muestro una sonrisa cuando la tengo al frente y me lanzo a sus brazos— También te he extrañado cariño, pero… ¿A que se debe el que hayas retornado tan temprano?
—Los padres de Lucía estaban tan ocupados que iba a ser difícil conocerlos… —la suelto y ella me ayuda con mi maleta— así que dejamos su preciosa casa antes de lo previsto.
— ¡Oh, qué lástima! —acaricia mis cabellos— ¿Por lo menos te divertiste?
—Sí, aunque…
No sabía si era prudente mostrarle la venda de mi pie y es que no quería preocuparla, sin embargo, intuía que lo iba a notar en cualquier momento, y ahí sí me ganaría tremendo regaño por ocultarle las cosas.
Más si se trataba de mi bienestar.
Tomo valentía al enseñarle y ella agranda los ojos para luego acomodarme en el sofá.
— ¡¿Qué te pasó?!
—Estoy bien.
—Cielo Navarro. —su seriedad me hace temblar— Tienes diez segundos para explicarme o soy capaz de denunciar a los padres de tu compañera.
Dios mío.
A la mujer que me dio la vida nadie le ganaba en exageración.
Antes de contarle la situación le ruego que se calme y por suerte, mi padre aparece con Guillermo. Antes de que él también se desespere, les cuento lo sucedido en el paseo y por fin, los dos respiran tranquilos. Dos segundos después, tengo a mi madre bien pegada al celular, hablando con mi doctor personal para que le de tips sobre mi cuidado.
Ser sobreprotectora es su peor cualidad.
Por la noche chequeo si se me ha escapado alguna tarea y al saber que soy demasiado responsable, alisto mis libros para mañana. Un par de golpes en mi puerta no me sorprenden, así que permito que ella invada mi lugar seguro.
— ¿Dejaste tus ropas sucias en el tacho?
—Sí. —un rico olor golpea mis fosas nasales— ¿Has preparado palomitas?
—Justo iba a avisarte que estaremos viendo una película en nuestra habitación, ¿Quieres unirte?
—Me siento cansada, pero no estaría mal el que me traigas un poco.
—De acuerdo. —mi madre acaricia mi mejilla y es raro que ahora entrecierre sus ojos. Frunzo el ceño— ¿Alguna confesión que quieras soltar?
— ¿Ah?
—Mi instinto es muy acertado, cariño y este me dice que quieres contarme algo. —niego con la cabeza— ¿Los usaste no?
El rubor baña todo mi rostro.
— ¡NO! —señalo mi cajón— Tus preservativos los dejé allí.
— ¿En serio? —pregunta desanimada dejándome atónita y de la nada, esboza una gran sonrisa— ¡Pasaste la prueba!
— ¿Prueba? —estoy más perdida que antes— ¿Qué prueba?
—En que no andas pensando en esas cosas. —golpeo mi frente con la palma de mi mano, ¿Desde cuándo le he dado entender eso? Mi madre se queda pensativa — Imagino que Santiago tampoco anda pensando en ello, ¿no?
—No y… —la empujo sutilmente hacia mi puerta— será mejor que me traigas las palomitas porque quiero olvidar que tuvimos esta conversación.
—Pero ¿Por qué? Si solo quiero que confíes en mí.
—Tus tácticas son muy raras, mamá.
—Es que los adolescentes de esta época andan con las hormonas locas. —le muestro el pasillo. Ella suspira rendida— Bien, ahora te los traigo.
Por fin, se marcha y respiro con profundidad. Y yo que creí que su pregunta se debía a mis nervios porque aun no me animaba a confesarle a Santiago la verdad. Por poco me abro con ella porque en el fondo quisiera contárselo, sin embargo, me aterroriza su reacción. El tema de la apuesta se me había escapado de las manos y ahora, solo me quedaba enfrentar las malditas consecuencias.
El lunes arribo a la escuela temprano, esperando poder verlo y por lo menos, darle un abrazo. El estar enamorada de él me tenía atontada, no pensaba con claridad y era vergonzoso tener este tipo de actitud. Al subir las escaleras, alguien me toma del brazo jalándome para luego apoyarme contra la pared. Me encuentro con su iris miel y el que su boca quede a centímetros del mío enciende mis mejillas.
— ¿Me has extrañado, pequeña nube? Porque déjame decirte que yo sí.
—Nos… vimos… ayer. —tartamudeo. Dios, debo soportar el impulso de besarlo. Opto por cambiar de tema— Hoy estás… súper madrugador.
—Necesito cumplir mis necesidades.
— ¿Necesidades?
—Como besar a mi novia.
Nuestros labios se juntan y pareciera que no lo he besado en mil años, ya que a pesar de que sé que no es correcto el dar un espectáculo como este en la escuela, continúo saboreando cada centímetro, volviéndolo aún más profundo. Como si todo se desvaneciera y solo quedáramos los dos.
Aunque me siento en las nubes, mis oídos captan un bullicio y lo alejo con rapidez. Estoy tan agitada que se me hace imposible ver las caras de los demás estudiantes que pasan por nuestro lado.
— ¿Fue demasiado?
—No me sorprende el que seas un loco pervertido.
—Tampoco es que te hayas negado. —trago grueso— ¿O me equivoco?
—No, no te equivocas. Es solo que… —doy un suspiro— Alguien puede irle con el chisme a la auxiliar Luz y ahí sí, nos meteríamos en un enorme problema.
—Ni que fuéramos las únicas parejas del colegio… —peñisca mis dos mejillas— así que seguiré dándote mucho amor a cualquier hora del día… —siento que mis pupilas se convierten en corazones. Cielos, definitivamente la loca pervertida es otra— a menos que tú te opongas.
—Podría, pero… no puedo.