Al caer la última hoja

7. Memorias oxidadas

Pasaron algunos días y me dieron de alta, a la salida Marc se acercó a un coche, abrió una puerta y nos invitó, aclarando que lo había adquirido el tiempo que estuve ausente. Al presenciarlo se me vino algo a la cabeza, me comencé a sentir ansioso, tuve un ataque de pánico y huí precipitadamente lejos, muy lejos hasta un callejón, escondiéndome callado al lado de un bote de basura por un largo rato; el pasado me rendía de nuevo cuentas, no lo soportaba, cuando pensé que lo había vencido, pero solo fue una falsa convicción que demuestra lo débil que soy y lo fragmentada que está mi conciencia todavía. Un montón de voces circulaban alrededor de mis pensamientos privándome de poder guardar la calma, avivando aun más las llamas de las cenizas de la culpa que jamás reprimí por completo. Solo no quiero estar con nadie ni encontrarme con nadie porque simplemente no estoy en condiciones, y si alguien me buscara no recibirá de mí una buena respuesta en lo absoluto. Entre todas esas voces hubo una que parecía dirigirse a mí, una que sentía como si alguien ajeno me hablara, demasiado real y audible como para asegurar que era cosa de mi cabeza, me llamaba por mi nombre desde el fondo del callejón; la voz cesó por un corto periodo, de pronto, dio inicio a la entonación de una canción que solo la había escuchado cuando fui un niño y proviniendo de papá la repetía cada noche, tenía un ritmo melancólico:

Nunca separes tus ojos de las estrellas, ve  qué bellas, admíralas, porque muchos quisieron volar

 y olvidando cómo bajar en el cielo se quedaron, tanto tiempo, que el cielo los consumió: 

tomaron  todo su cuerpo, dejando solo su energía vital que brilló con intensidad, que no era nada más, 

sino el dolor que les producía no volver jamás.

Admíra las estrellas, ve qué bellas, son personas que te aman y que en el cielo se hallan atrapadas; 

su energía utilizaron y ojos es lo único que consiguieron, con lo cual, ahora observan desde arriba,

vigilando perpetuamente a los que dejaron.

Admíra las estrellas, ve qué bellas.

(...)

La melodía me atrapó y me condució adentro del callejón, entre tanto, cada paso que daba lo hacía siguiendo la letra sin saltarme una parte, a pesar de que durante años no la escuchaba de nuevo. Mientras avanzaba miraba las ventanas rotas de las casas abandonadas, graffitis sin mensajes obcenos, más bien eran mensajes plasmados por personas que tenían dolida su alma en los cuales interpretaban imágenes o palabras acerca de la amistad, la familia, y todo tema social en su vida personal. Como yo. Esas palabras hicieron que la canción se tergiversara, colocándose en una posición más triste y depresiva de lo que ya estaba. No sabía a dónde me dirigía, solo me concentré en el canto, mis pies se ocuparon del resto. Todo era profunda pena, y años más tarde, ahora con mayor madurez entiendo lo que quería manifestar esta composición, sobre todo lo que él quiso mostrarme de un método más cándido mas no el original, lo que lo convierte en alguien que le afligía decirme la verdad oscura de este mundo, mostrando así su infinito amor por mí. No impedí que me salieran las lágrimas de los ojos.

Llegué al final, un sólido muro que sentenciaba el camino y un bote de basura recargado en este, busqué entonces con la vista por todos lados intentando encontrar quién producía esa voz, pero no hallando nada recaí en frustración y comencé a repartir fuertes gritos, que otorgándome un intenso sentimiento de furia, ocasionó que me lanzara de lleno contra el basurero y con violencia logré derribarlo, sacando su contenido entero. Cai de rodillas y lloré con más intensidad. En medio de mi lamento, se anunció otra vez, pronunciando la letra de la canción, a esto alcé la cara y revisé afanosamente,  nada de nada cambió. Seguía cantando, pero no lo divisaba en ningún lugar, hasta que volví los ojos de frente y descubrí un espejo de plata de mano, sobre el montón de residuos, donde extrañamente se hacía más fuerte la voz, y agarrándolo lo atraje hacia mí. Contemplé mi reflejo, se silenció el ambiente de un sopetón, en seguida opiné:

—Estoy fantaseando —solté una risita.

—Seguir viviendo en el pasado, no te hace ver o percibir algo irreal, te mantiene en una realidad que ya sucedió y esa es la verdad —aseveró mi doble en el espejo.

—¡¿Qué?! —permanecí en suspenso— No. Es solo mi reflejo. No puede hablarme.

—¿Y quién dijo aquí que soy tu reflejo? Soy lo que nunca has sido capaz de superar.

—¡Ya lo superé! 

—Ah, ¿sí? Si lo aceptaste sinceramente, no deberías tratar más con esos recuerdos que son el detonante de que estés conversando contigo mismo ahora. Ja, eso si es bien loco.

—Eres mi yo, así de simple. No eres capaz de dañarme.

—Pero, no soy tú. Crees hablar con una parte de ti, cuando de verdad estás hablando con alguien real, alguien que sí tiene la capacidad de perjudicarte y destruirte. Apenas te estás desmoronando, muy pronto la tierra va a temblar, y destacarán tus paredes internas  desquebrajadas junto con los escombros de lo que un día fuiste.

—Te conozco —prosiguió—, por ese motivo sé que no comprenderás lo que te digo, tampoco lo que estás viviendo. Aunque muy pronto entenderás lo último. Soy lo único que no has aceptado, soy lo que ves.

—¡¡Ya basta!! ¡¡Ya basta!! —desgañité, lanzando sin convencimiento ni razonamiento humano el espejo contra una pared.

Cubrí mi rostro ocultando mi sufrimiento, no lo aguanto más, no puedo con tanto. Esto se debe acabar de inmediato, no quiero demoras, que se acabe ya. La vida es el mayor presente que cualquiera recibe, pero para mí ese regalo se ha convertido en un peor castigo que la misma muerte, por ello ¿para qué vivir un martirio? o ¿qué provecho hay de una condena sino el estrés y los pensamientos de la consecuencia? Es mejor morir, es la salida, es el desahogo de la pena. Mi atención se centró en los fragmentos de cristal del espejo que quedaban posterior al choque con el muro: tomé el de mayor longitud, lo observé por el derecho y por su revés.



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En el texto hay: asesinatos, pasado oscuro, amor

Editado: 31.05.2021

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