Al caer la última hoja

18. La balanza desmedida

—Te noté bastante tranquilo y sonriendo mientras discutíamos entre todos. Veo que hoy te levantaste con el pie derecho.

—Fue una noche encantadora. Al despertarme no me sentía como el mismo. Es como si no fuera yo.

—Eres irreconocible, ese semblante es muy distinto al de años anteriores, sin contar que no te cuesta ni te molesta sostenerlo. Pero, hombre, qué soñaste.

—No se me viene a la cabeza nada de nada, solo te digo que abrí los ojos y aseguré que iba a ser un bonito día.

—Es bueno que hayas cambiado, porque amanecer invariablemente con una faz triste te evidenciaba un visaje. Espero que no te hayas acostumbrado demasiado o la extrañes, me agrada esa postura con la que procedes ahora; no llego a imaginar la gran decisión por la que decantaste.

—No tienes idea. Fui difícil, aun así, necesitaba el cambio.

—Me complace oír que esas palabras salgan de tu boca, tu madurez la aprecio con la seguridad con la que las anuncias. Es bello soltar lo remoto y volver a florecer en la plenitud de tu juventud.

—Así es. Muchas gracias.

—Todavía tenemos hasta mañana por la noche para que regresemos a esa descuidada zona. ¿Planes?

—Ya que preguntas. —Esculqué en mis bolsillos, hallando ese revolver que ese vejestorio le obsequió a Jack—. Hay un tema en especial que quiero resolver, no está tan lejos de nuestro alcance.

—¿Por qué me avisas eso, y sacas una pistola? No vamos a... hacer eso, ¿cierto?

—Marc... me consultas algo que tú ya has hecho. —Nos detuvimos súbitamente—. ¿Quién le transmitió todas las cosas, incluyendo la masacre, de la represa al hijo del alcalde?

Sus ojos se agrandaron por el hallazgo que estaba encubierto, se sobresaltó su lengua, permaneció prácticamente estático.

» O mejor, ¿no fue Spencer el que lo mató? —Disimulé duda.

—¡Shhh! No hables fuerte —masculló, al mismo tiempo que verificaba que nadie que estuviera cercano prestara atención—. ¿Cómo te enteraste?

—Mira fijamente a mis retinas. ¿No lo digieres?

Aturullado, atendió mi consejo y me descubrió, su perplejidad lo inhabilitó por un corto periodo, cuando se capacitó de sensatez arguyó:

—¡¿Jack, pactaste con él?! No...

—De ningún modo, él no te oye. Me apropié de su físico forzosamente, no hubo acuerdo. Aunque únicamente acato a su voluntad.

—¿Y cuál es esa?

—Matar a la señora Rose.

—¡¡¿¿A quién??!!

—Larga historia, podrás conocerla hoy. Cuando Jack se reintegré de nuevo le pedirás que te especifique todo.

—¿Qué? El nunca me lo había... ¿Pero por qué lo querrí...?

—Abstente de cuestionarme; es su interés. —Almacené una vez más la pistola en uno de los saquillo del pantalón.

Sin retenerse más siguió mi paso. No soy alguien desconocido para él, trabaja para la misma persona a la que doy ordenes, se puede sintetizar que soy el jefe. Si se arrepiente del convenio que creamos y participa, me las arreglaré para asesinarle a la par con Jack, no existe retorno alguno. Sí fue sí, y no era no. Suficiente.

Él es alguien con murallas altas y con bloques de grandes magnitudes, su antorcha todo el tiempo está encendida, por lo que mi alternativa sin par no fue otra que conquistarlo por adentro porque el mejor asedio no es con un abultado ejército sino con un sable en el cuello. Quien es callado y modesto es más peligroso que quien te amordaza cada rato, el silencio asusta más que el ruido, o pregúntaselo al que está en un internado; el color blanco los espanta más que al negro.

El aroma de sus nervios me concedía euforia. Qué delicioso y estimulante. Ninguna otra cosa deleitaba más a todos los sentidos que lo que despertaba el presagio de una muerte, cuya certeza estaba sellada en mis bolsillos. 

—928. —Leí unos números pegados en la parte superior de una puerta en la que paré. Aquel barrio era Hattown—. Aquí. Toca el timbre.

Acató y presionó el botón, un ojo se presentó a través de la mirilla que rápidamente se retiró, muy pronto se abrió a medias y la mínima entrada de la luz rebotaba en su rostro, su fisonomía estaba espantada, preocupada y pálida, su respiración se hacía intermitente mientras se tocaba el corazón. La sorpresa al verme fue tan impresionante que estuvo al borde de un ataque cardíaco, deseará haber muerto ahí así como un niño codicia un dulce caramelo.

—Hola, buenas tardes querida maestra Rose.

—¡¿Eh?! ¡¿Puede ser posible?! ¡¿Guillermo eres tú?!

—No. Soy Jack, su hijo, usted fue la que me enseñó en la escuela. ¿Me recuerda?

—Oh, sí... disculpe —declaraba con la voz temblorosa y enredada—. Es... un gusto reencontrarnos. El que está a tu costado es...

—Marc, Marc Alexander Peterson. Encantado —aseveró.

—¿Les place pasar y tomar una tacita de té?

—Por supuesto. Muchas gracias por su hospitalidad.

—¿Hay cubos de azúcar? —Requirió Marc.

Accedimos con presteza al interno, siendo más específicos, al comedor, donde la pobre anciana nos acomodó con mucho aprecio e interés para que en seguida se apartara hacia la cocina para así poder prepararnos los tés. No pienso tomarlo igual, no sé, supongo que mi compañero no lo tomará tampoco, esto es solo una actuación y no hay que omitir nuestro quehacer; su última "taza" será de sangre. Yo me mantuve callado, él deslizaba la pantalla de su Iphone arriba.

—Beban, ha sido un día muy gélido. —Posicionó un plato en la mesa sobre la cual traía una tetera y dos pocillos.

—Su diligencia exhibe la bondad de su corazón. Modelo a seguir. —La enalteció.

—Nos agrada mucho su asistencia.

—Muy agradecida por sus gentiles críticas, particularmente a la suya jovenzuelo Marc. Oh, y discúlpenme, necesito resolver unos asuntos en el sanitario. Con permiso.

—¿De verdad no hay cubos de azúcar?

—Cierra el hocico, vinimos a simular y cumplir, no a pasarla bien.



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En el texto hay: asesinatos, pasado oscuro, amor

Editado: 31.05.2021

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