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-Yo... A-lec, yo... tengo no-vio. -mis palabras suenan estúpidas, y salen de una manera nerviosa, mi lengua se ha vuelto inútil y patéticamente inservible. Mis ojos están clavados debajo de la mesa en donde mis dedos juguetean intranquilos.
-Sigo sin pedirte que te cases conmigo, Emma.-su tono divertido me hace levantar la cabeza y dirigir mi mirada a Alec, que al parecer no encuentra la situación incómoda.
- ¿Todo es divertido para ti? -pregunto de manera acusadora. No era mi intensión que sonara así, pero no puedo evitar ver cómo el hace lo que quiera, come sin ninguna restricción, puede tratar ligar con una chica luciendo tan natural, puede reírse de manera despreocupada, puede viajar y hacer tantas cosas como si el mundo no fuera una pesadilla. Es cansado ver cómo alguien es feliz y sonríe tan abiertamente, cómo cuenta sus historias y te demuestra lo increíble que es su vida, mientras sientes que te derrumbas por cualquier cosa, que eres incapaz de hacer algo bien y que tu amor propio se ha ido a la gran mierda.
-No todo, pero esto sí. Es increíble lo rápido que se te puede avergonzar. -dice con una sonrisa como si nada, pasando por alto mi malhumor, lo cual me molesta más, no se enoja fácil, es casi insufrible. - ¿Está todo bien? -pregunta esta vez frunciendo el ceño.
No.
Respiro profundo, trato de relajarme y aclarar mi mente. Nada de lo que me ocurre es culpa de él, solo soy yo y los demonios en mi cabeza. Asiento con los ojos cerrados tratando de disipar el enojo que empieza a hacer estragos, la cabeza me palpita. Trato de calmar los dolores masajeando mis cienes, pero el dolor solo se vuelve más doloroso a cada segundo.
-De verdad, ¿estás bien? -pregunta levantándose de su asiento para ponerse en cuclillas al lado de mi asiento, viéndose pequeño desde mi posición, con una de sus manos en mi frente comprobando mi temperatura. Vuelvo a asentir lentamente, pero esta vez no estoy muy segura. Me siento mareada, el dolor no se detiene y las náuseas empiezan a hacerse presente. -Emma, mírame, Emma.-Alec suena alarmado y sus manos me toman de las mejillas para hacer que lo mire, sus manos se sienten frías contra mi piel y ese movimiento hacia abajo me marea y por poco vomito, pero tomando una inhalación profunda logro calmarme por el momento. -Vamos, Emma, respira... inhala... exhala.... Inhala...-sigo sus indicaciones cerrando los ojos y llevándome las manos a la cabeza, tratando de que el mundo a mi alrededor deje de dar vueltas.
-M-michael...-susurro con sobresfuerzo, siento como mi boca pierde el sentido del habla.
Debo ir a casa de Michael, no puedo dejar que mis padres me vean así.
- ¿Michael? ¿¡Who's him!? (¿Quién es él?)-la voz de Alec se escucha muy fuerte y una octava más arriba, lo que me produce una punzada de dolor en la cabeza al sentir el sonido cerca de mi oído.
-M-mi t-teléfono...-mis palabras suenan raras. El estómago me da un vuelco.
No aguanto más, devuelvo lo poco que ingerí.
Alec da un paso hacia atrás, esquivándome, y se para detrás de mí sujetándome el cabello mientras yo me encuentro inclinada hacia abajo en la silla. Arcada tras arcada, el estómago me duele cada vez más, y la garganta me quema al botar el ácido estomacal tan asqueroso. Algunas personas se han alejado del desastre y otras se han puesto a mí alrededor y comparten algunas palabras con Alec que soy incapaz de entender. Cada vez me siento más pesada y no soporto lo mucho que me duele la cabeza.
Lo último que veo es el rostro de Alec a mi lado con mi teléfono en su oreja hablando con alguien. Parece preocupado. Me hace sentir mal, él no debería ver estas cosas, no quería que conociera mi lado enfermo, él no tenía que estar aquí ni tampoco haber querido estar conmigo, soy un bicho raro que no merece estar con una persona como él.
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Michael
Cuando llega la noche, llega el momento más deprimente del día, así es la mayoría de las veces. A pesar de que era la hora ideal para ir de fiesta en un bar y embriagarte hasta perder los sentidos, hace mucho que me había dado cuenta que estar en esos lugares me deprimía más que el hecho de encontrarme solo en mi departamento. Solo pensar que podría estar invirtiendo esas horas en alguna presentación importante, ensayando y perfeccionando cada paso... me frustraba el hecho de tener las suficientes ganas y no poder hacerlo. La estúpida cruz que cargaba tortuosamente en mi hombro me impedía cumplir lo que más deseaba: bailar. Todos los esfuerzos que había alcanzado a tan corta edad y los pocos logros que pronosticaban muchos más en el futuro, fueron destruidos y dejados en mis sueños más oscuros, esos que me recordaban constantemente que si no me hubiera metido en esa endemoniada camioneta para perder el tiempo en vez de ir a mis clases en la academia como se suponía y como le había dicho a mis padres en primer lugar, no habría chocado contra el imbécil que se comía la luz roja que de seguro iba igual o peor de ebrio que yo, sería un Michael totalmente diferente, sería importante en el medio artístico, y no un profesor más que da clases a inútiles que por suerte consiguen lo que alguna vez soñé con tener: éxito.
100... 101... 102... 103...
El techo de mi pequeña habitación tenía una variada colección de manchas pequeñas que Dios sabe cómo habrán llegado ahí, 103 manchas exactamente, esas que contaba inconscientemente cada vez que me encontraba aburrido o cuando me ponía a analizar la miserable vida que llevaba. Muchas personas dirían que era lamentable que a mis jóvenes 19 años de vida, había llegado a tocar fondo por completo, sin ninguna motivación ni logro ni esperanza en conseguir nada. Aunque tampoco era que tuviera a alguien que me lo dijera. Después del accidente, me alejé de las personas, en especial de mis padres, odiando ver en sus mal disimuladas miradas la clara presencia de la decepción, o por lo menos mamá trataba disimularlo, porque papá no le importaba lo que yo pudiera sentir al respecto de sus palabras que me restregaban en la cara que él había precedido que, "esta cosa" del mundo artístico no sacaba nada bueno, que si no hubiera desperdiciado esos años en ensayos, estuviera como un profesional y de seguro luciría un título en algún marco de una oficina común, con un trabajo estable y una casa, y no como un miserable mendigo de las pocas alegrías que encontraba en placeres momentáneos como el alcohol y los bares nocturnos.